martes, 24 de septiembre de 2013

VISITA AL CORTIJO MORENO

Ceuta, 18 de septiembre de 2013



Por fin lo he hecho. Hoy, por primera vez, visito el Cortijo Moreno. He soñado con este momento muchas veces este verano. Al llegar he recorrido el lugar con precaución. Hace algún tiempo que no salgo al encuentro de la naturaleza. Me siento indefenso en un entorno al que no estoy acostumbrado. Los edificios, las aceras, las tiendas, el bullicio de la gente, dan seguridad a quienes, como yo, hemos perdido el contacto diario con la naturaleza.


            El sitio no está exactamente como lo imaginaba. La mano ensuciadora del ser humano se hace presente en forma de plásticos, latas y otros enseres. Pero aún así, conserva la belleza que debió tener antaño este lugar. Al asomarme por la ventana queda enmarcada la pétrea imagen de la fortaleza del Hacho.




            He tardado unos pocos minutos en encontrar un emplazamiento que me gustara. Después de dar unas cuentas vueltas me he sentado bajo la sombra de un frondoso laurel. Lo que buscaba era un sitio a la sombra y con buenas vistas. Y lo he encontrado. Al fondo diviso, entre unos árboles, el castillo del Desnarigado y el abierto arco que dibuja el horizonte, difuminado con una tenue niebla. El mar está en calma. Detrás de la punta del Desnarigado, las superficiales olas se confrontan sin mucho ímpetu en un punto en el que cada uno quiere tomar una dirección distinta. No se pelean. Se cruzan y cada una sigue su camino sin estorbarse.


            Según pasan los minutos me siento más a gusto, aunque un leve cosquilleo recorre mi estomago. Debe ser la emoción. No obstante, esto no impide que la pluma se deslice, -sin prisa, pero sin pausa-, por la libreta. Los pensamientos brotan de manera natural, como si hubiera quitado un tampón que impedía el normal fluir de la mente. A mi recuerdo vienen algunos autores que han ayudado a dar este paso: Thoreau, Whitman, Emerson, Ruskin y Mumford., siempre Mumford. Sé que difícilmente alcanzaré su maestría, pero estoy seguro que no hicieron algo distinto de lo que estoy haciendo yo en este momento: salir  al encuentro de la naturaleza, buscar un rincón en el que reencontrarse, abrir los sentidos al medio natural, al aire fresco que me saluda con una ligera brisa en el preciso instante en el que escribía sobre él. Te he escuchado, querido viento, y me alegro de que salgas a saludarme. También me saludan los pájaros. Desde varios rincones emiten su rítmico cantar para llamar mi atención. Uno, en concreto, es más insistente que los otros y cuando lo busco con la mirada me regala su elegante vuelo. Es un pájaro pequeño, pero muy vivo y hermoso.



            Son las diez y veinte de la mañana. El sol empieza a tomar altura y sus rayos atraviesan las ramas y las hojas del árbol que tengo enfrente. Buenos días, querido sol. Gracias por anunciarte y gracias por acudir siempre a tu cita para darnos vida y alegrarnos el alma. Ahora que tú te haces notar con fuerza,  creo que va siendo hora de reemprender mi camino.  

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