Ceuta, 18 de septiembre
de 2013
Por fin lo he hecho. Hoy, por
primera vez, visito el Cortijo Moreno. He soñado con este momento muchas veces
este verano. Al llegar he recorrido el lugar con precaución. Hace algún tiempo
que no salgo al encuentro de la naturaleza. Me siento indefenso en un entorno
al que no estoy acostumbrado. Los edificios, las aceras, las tiendas, el
bullicio de la gente, dan seguridad a quienes, como yo, hemos perdido el
contacto diario con la naturaleza.
El
sitio no está exactamente como lo imaginaba. La mano ensuciadora del ser humano
se hace presente en forma de plásticos, latas y otros enseres. Pero aún así,
conserva la belleza que debió tener antaño este lugar. Al asomarme por la ventana queda enmarcada la pétrea imagen de la fortaleza del Hacho.
He
tardado unos pocos minutos en encontrar un emplazamiento que me gustara.
Después de dar unas cuentas vueltas me he sentado bajo la sombra de un frondoso
laurel. Lo que buscaba era un sitio a la sombra y con buenas vistas. Y lo he
encontrado. Al fondo diviso, entre unos árboles, el castillo del Desnarigado y
el abierto arco que dibuja el horizonte, difuminado con una tenue niebla. El
mar está en calma. Detrás de la punta del Desnarigado, las superficiales olas
se confrontan sin mucho ímpetu en un punto en el que cada uno quiere tomar una
dirección distinta. No se pelean. Se cruzan y cada una sigue su camino sin
estorbarse.
Según
pasan los minutos me siento más a gusto, aunque un leve cosquilleo recorre mi
estomago. Debe ser la emoción. No obstante, esto no impide que la pluma se
deslice, -sin prisa, pero sin pausa-, por la libreta. Los pensamientos brotan
de manera natural, como si hubiera quitado un tampón que impedía el normal
fluir de la mente. A mi recuerdo vienen algunos autores que han ayudado a dar
este paso: Thoreau, Whitman, Emerson, Ruskin y Mumford., siempre Mumford. Sé
que difícilmente alcanzaré su maestría, pero estoy seguro que no hicieron algo
distinto de lo que estoy haciendo yo en este momento: salir al encuentro de la naturaleza, buscar un
rincón en el que reencontrarse, abrir los sentidos al medio natural, al aire
fresco que me saluda con una ligera brisa en el preciso instante en el que
escribía sobre él. Te he escuchado, querido viento, y me alegro de que salgas a
saludarme. También me saludan los pájaros. Desde varios rincones emiten su rítmico
cantar para llamar mi atención. Uno, en concreto, es más insistente que los
otros y cuando lo busco con la mirada me regala su elegante vuelo. Es un pájaro
pequeño, pero muy vivo y hermoso.
Son
las diez y veinte de la mañana. El sol empieza a tomar altura y sus rayos
atraviesan las ramas y las hojas del árbol que tengo enfrente. Buenos días,
querido sol. Gracias por anunciarte y gracias por acudir siempre a tu cita para
darnos vida y alegrarnos el alma. Ahora que tú te haces notar con fuerza, creo que va siendo hora de reemprender mi
camino.
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