lunes, 28 de octubre de 2013

EL OJO QUE TODO LO VE



No deja de sorprenderme la lucidez y clarividencia de Lewis Mumford. En uno de sus últimos libros, “El Pentágono del Poder”, -escrito en 1970, cuando Mumford había cumplido setenta y cinco años-, introdujo un capítulo premonitorio de lo que está sucediendo en nuestros días. Se titula “El ojo que todo lo ve” y dice así: “En la teología egipcia, el órgano más singular del dios Sol, Ra, era el ojo: porque el Ojo de Ra tenía una existencia independiente y desempeña un papel rector en todas las actividades cósmicas y humanas. El ordenador hace las veces de ojo del dios Sol restaurado, es decir, del ojo de la megamáquina, que sirve de “ojo privado” o detective, así como de omnipotente ojo ejecutivo, el que impone una sumisión absoluta a sus órdenes, porque ningún secreto puede ocultársele, ni ninguna desobediencia puede salir impune”.

Cuando todavía Internet no era ni siquiera un proyecto, comentó “Teóricamente en la actualidad, y en la práctica dentro de muy poco tiempo, Dios –o sea, el Ordenador- podrá encontrar, alcanzar y dirigirse al instante, mediante la voz y la imagen, a través de sus sacerdotes, a cualquier individuo del planeta: ejercerá un control sobre todos los detalles de la vida diaria del súbdito, manteniendo un fichero que incluya el lugar y fecha de su nacimiento; su historial de estudios al completo; un resumen de sus enfermedades y trastornos mentales, en caso de que se hayan tratado; su nómina, sus préstamos y sus facturas del seguro; sus impuestos y sus rentas; y, por último, la disponibilidad de los órganos que puedan extraérsele quirúrgicamente justo antes del momento de su defunción”.

¿A qué nos conducirá todo esto? Mumford lo tenía claro: “Al final, ninguna acción, ninguna conversación y, posiblemente, con el tiempo ningún sueño escaparía al ojo insomne e implacable de esta deidad: todas las expresiones de la vida serían procesadas en el ordenador y puestas a disposición de su ubicuo sistema de control. Ello significaría no solo una invasión de la privacidad, sino la destrucción total de la autonomía: la disolución de hecho del alma humana”.


El complejo sistema de espionaje masivo organizado por varios países occidentales (EE.UU, Canadá, Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda) ha sido bautizado con el nombre de “Los Cinco Ojos”. Realmente es un solo ojo, el del dios cibernético que ha ocupado el cerebro de la megamáquina. “¿Quién, como se preguntaba Mumford, osa burlarse de potencias de tal magnitud? ¿Quién puede escapar de la supervisión implacable e incansable de este sumo dirigente? ¿Qué escondite tan remoto puede ofrecer refugio al disidente?”.

miércoles, 16 de octubre de 2013

LA ESTACA

Basada en hechos reales

Contaba mi abuelo Diego una historia que sucedió en Ceuta a principios del pasado siglo XX. Era la víspera del Día de los Difuntos y un grupo de jóvenes ociosos pactaron una prueba de valentía. La hazaña consistía en acudir esa misma noche al cementerio de Santa Catalina y clavar una estaca entre las tumbas. Ganaría la apuesta quien más lejos se atreviera a adentrarse en el camposanto.
            Era una noche  oscura, húmeda, fría y ventosa. El viento de levante azotaba con inusitada fuerza los árboles que circundaban el cementerio. Una densa niebla cubría el lugar y la luz de la luna no llegaba a iluminar el camino. Cada uno de los chicos portaba una rudimentaria linterna que cubrían con su pesado gabán para que no se apagara. Así llegaron hasta la verja del cementerio. Una risa nerviosa se dibujaba en la cara de los imberbes zagales que partieron de la barriada de Villajovita. Nadie se atrevía a ser el primero.
Uno de ellos, el más lanzado del grupo, cogió su estaca y se dirigió con decisión al interior de la necrópolis. No miró hacia atrás. Apenas podía ver. Su linterna comenzó a fallar y dándole pequeños golpes consiguió que el haz de luz señalara una tumba recién excavada. La tierra aún resbalaba por los laterales del montículo mortuorio y  el olor de la corona de flores se introdujo por su sensible nariz. Pensó: “este es el sitio ideal. Como prueba de mi logro me llevaré un trozo del lazo de la corona”. Golpeó con fuerza en la punta de la estaca que se hundió con una sola sacudida. Se levantó con rapidez para tomar el camino de vuelta. Al hacerlo sintió un fuerte tirón del abrigo. Tuvo la impresión de que alguien le tiraba del extremo de su gabán. Tiró y tiró, pero no pudo zafarse del poder que lo mantenía junto a la tumba.

El resto de los amigos colocaron sus estacas en las proximidades de la entrada a la ciudad de los muertos y salieron corriendo despavoridos en dirección al centro de Ceuta. Ni siquiera se juntaron para decidir quién había sido el ganador de la apuesta. A la mañana siguiente, Día de la Mochila, los ceutíes fueron con sus talegas al cementerio para honrar a sus fallecidos y disfrutar de un día en el campo. La primera en llegar fue una anciana que acababa de perder a su marido. Un desgarrador grito atrajo la atención de las personas que llegaban al cementerio. Cuando se acercaron al lugar del que procedía el aullido humano vieron tendido a un joven con un gabán negro con un lazo en la mano que ponía “Descanse en paz” y una estaca clavada en el falso de su destartalado gabán negro. El rostro era la misma cara del terror. Los médicos, cuando le practicaron la autopsia, determinaron que había fallecido de un ataque al corazón.       

martes, 15 de octubre de 2013

RECUERDOS DE MI ABUELO

A pesar de los años transcurridos desde  la muerte de mi abuelo, aún mantengo viva su memoria. Cuando pienso en él, lo recuerdo sentando en su sillón, junto a la ventana, con un libro en la mano, su perro a los pies y la música clásica de fondo. Nunca fue a la Universidad. Siendo niño, dada su afición al estudio y la lectura, empezó a trabajar de contable en un comercio de Huelva. Tan pequeño era que siempre nos contaba como anécdota que, para alcanzar al escritorio, le ponían un cojín en la silla.
  
          Mi abuelo nació en Valverde del Camino (Huelva). No tuvo una infancia fácil, como la mayoría de los niños de su época. Un día  del año 36 a su tío Manuel vinieron a buscarlo a la casa y no regreso jamás. Apareció en una cuneta con un tiro en la cabeza, junto a otros jóvenes del pueblo.  A él le obligaron alistarse y lo mandaron a Tetuán, en agosto del año 1936. Al hacerle la ficha de alistamiento declaró que tenía conocimientos de contabilidad. Le hicieron una prueba que pasó satisfactoriamente y a los pocos días le destinaron a Ceuta, concretamente al Grupo de Regulares nº 3. Poco tiempo después, es destinado a la Plana Mayor como escribiente, hasta el 16 de julio de 1937 que es nombrado Alférez Provisional Honorífico Auxiliar de Contabilidad. Ocupó este puesto hasta principios de 1940, fecha en la que cae enfermo y tras su recuperación es licenciado de la vida militar. Nada más abandonar el ejército consigue trabajo como administrativo en la empresa Atlas S.A., dedicada a la distribución y venta de combustibles y lubrificantes. En esta empresa estuvo trabajando hasta su jubilación, retirándose como director y apoderado.


            Como comentaba al principio, a mi abuelo José María Rivera Alcaria le encantaba leer. Contaba con una pequeña, pero selecta biblioteca. Fue siempre una persona muy ahorrativa. La mayoría de sus libros eran de la económica colección Austral de la editorial Espasa-Calpe. Era también una persona ordenada. Contaba con un libro de notas donde tenía apuntados todos los libros que tenía y su posición en la estantería. Este libro me fue de gran ayuda cuando se despertó en mí la afición por la lectura. Algunas tardes visitaba a mi abuelo en su casa. El se tomaba su manzanilla y una torta de “Inés Rosales” y yo un cola-cao. Mi abuelo volvía a su sillón y yo me entretenía curioseando en la biblioteca. Siempre me decía: “mira lo que quieras, pero no me desordenes la estantería”.  Vale, abuelo, contestaba. Cuando encontraba alguno que me interesaba, le preguntaba: ¿Me lo prestas, abuelo? “Claro, hijo. Para eso están, para leerlos”.  Algunos de estos no regresaron a la casa de mis abuelos. Y mi abuelo nunca me los reclamó.  



Uno de los libros que aún conservo de mi abuelo era de uno de sus autores preferidos, el filósofo Julián Marías. La obra se titula  “El Oficio del Pensamiento” y constituye una recopilación de artículos dedicados a analizar la función del pensamiento. El artículo que da nombre al libro lo leído infinidad de ocasiones.  El otro volví a hacerlo, pero antes de cerrarlo y devolverlo a la librería, me dí una vuelta por sus páginas. Me detuve en un artículo denominado “Ataraxía y alcionismo”. Al hablar del alcionismo, -término que procede del mito del Alción-, comentaba Julián Marías una idea con la que coincido plenamente. Decía Marías que “el estado de incertidumbre y desorientación, “el no saber a qué atenerse” conduce con frecuencia, cuando el hombre se abandona a él, a la angustia. Cuando lo quiere evitar sin superarlo, cuando pretende obrar si supiera sin saber, sobre todo sin esforzarse por saber, cae en el fanatismo. El fanático se echa tierra en los ojos y trata de anular su confusión intelectual con una confusión emocional. Es el calamar que, para no ver que el agua está turbia, descarga su tinta. Angustia y fanatismo son dos de las dolencias capitales de nuestro tiempo”. Esto lo escribió Julián Marías en el año 1956, cuando todavía el terrorismo fanático no se había extendido por el mundo.


Poco a poco mi abuelo fue perdiendo la vista y tuvo que dejar de leer. Los últimos años de su vida fueron de un continuo lamento por la imposibilidad de ejercer el noble arte de la lectura. Su salud mental también se deterioró. Una imparable demencia senil fue borrando sus recuerdos y el sentido de las palabras que se acumularon en su mente durante toda una vida con un libro en la mano. Que yo sepa, nunca escribió. Tampoco hizo nunca alarde de su elevada cultura y de sus conocimientos. No hacía falta. Su porte, su mirada inteligente, la elegancia de su andar, su disciplina, su siempre impecable vestimenta, su cuidado aspecto, eran signos claros de su riqueza interior y el efecto tangible de su esmera formación autodidacta.

El verano antes de morir, fuimos a visitarlo al chalet que mis abuelos tenían cerca de Estepona. Por la tarde nos sentamos los dos solos en el porche. Ese día estaba especialmente lúcido dentro de su avanzada dolencia neurológica. Me preguntó por los estudios, ya que ese mismo año me había examinado de selectividad y estaba próximo a entrar en la universidad. Antes de que me diera tiempo a contestarle, calvo su mirada en mis ojos y me dijo: “José Manuel, espero que mantengas viva tu inquietud intelectual. Sigue leyendo. No lo dejes nunca. Confío mucho en ti”. Aún me emociono cuando recuerdo las palabras de mi querido y amado abuelo. Dicen algunos de mis familiares que cada día que pasa me parezco más a mi abuelo, tanto en lo físico como en lo personal. Esto me llena de satisfacción y alegría. Mientras que yo viva, mi abuelo vivirá, pues las personas no mueren mientras mantengamos vivo su recuerdo.


Mi abuelo confío en mí la antorcha del amor a la sabiduría y ahora me corresponde a mí trasmitirla a mis hijos. Todos los días tenemos que leerle a mi hijo Alejandro varios capítulos de alguno de los libros de su colección de Gerónimo Stilton. Hoy, mientras su madre le leía, he sentido muy presente el  recuerdo de mi abuelo Pepe. Descuida abuelo, la antorcha sigue encendida y su fuego arde con fuerza, agitada por la brisa de tu imborrable recuerdo.    


SOY UN IDEALISTA



En una de mis aventuras en la búsqueda de tesoros literarios, me adentré en un almacén de libros antiguos y de ocasión. Recorrí con una inusitada emoción los estrechos pasillos colmados de libros hasta el techo. Al final de uno de ellos, visioné una desvencijada estantería con una vieja pegatina, medio despegada, en la que figuraba la palabra “Filosofía”.  Sabía que me encontraba cerca de mi objetivo. La pista no dejaba lugar a dudas. Busqué y busqué, y al final hallé. Un pequeño libro llamó mi atención. En su lomo aparecía el nombre del autor: “José Ingenieros”; y el título “El hombre mediocre”.  Supo enseguida que era el tesoro que ansiaba.  Para confirmarlo abrir las páginas y me puse a leer: “Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterio de una Ideal. Es ascua sagrada, capaz de templarte para grandes acciones. Custódiala; si la dejas apagar no se reenciende jamás. Y si ella muere en ti, quedas inerte: fría bazofia humana”.

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Seguí leyendo,  a pesar de la escasa luz y el polvo que infectaba mi sensible nariz y garganta, y mi espíritu se estremeció a leer una descripción de un sentimiento que me atenazaba: “…Todos no se extasían como tú, ante un crepúsculo, no sueñan frente a una aurora o cimbran ante una tempestad; ni gustan de pasear con Dante, reír con Moliere, temblar con Shakespeare, crujir con Wagner, ni enmudecen ante el David, la Cena o el Partenón. Los seres de tu estirpe, cuya imaginación se puebla de ideales y cuyo sentimiento polariza hacia ellos la personalidad entera, forman raza aparte en la humanidad: son idealistas”.

Por tanto, soy un idealista. Siempre lo he sido y ahora lo descubro gracias a este tesoro proveniente del otro lado del Atlántico. Pero, ¿Para qué valemos los idealistas? ¿No nos enseñan que debemos ser realistas? ¿Qué nuestros pies deben tocar siempre la tierra? ¿Cuál es nuestro propósito? 

- Calma,  José Manuel.  Sigue leyendo. Date cuenta, dice José Ingenieros, que sin nosotros “sería inexplicable la evolución humana. Los hubo y los habrá siempre. La imaginación los enciende en continuo contraste con la experiencia. Los hechos son puntos de partida; los ideales son faros luminosos que de trecho en trecho alumbran la ruta. La historia es una infinita inquietud de perfecciones, que grandes hombres presienten o simbolizan. Frente a ellos, en cada momento de la peregrinación humana, la mediocridad se revela por una incapacidad de ideales”.   ¿Lo entiendes ahora?.

-        -  Sí, ya sé porqué titulaste a tu libro “El hombre mediocre”. El hombre mediocre es un ser sin ideales, conformista e indiferente.

-          - Veo que has captado el mensaje.  Sé también que harás buen uso del tesoro que tienes en tus manos. Me vuelvo al reino de los idealistas con la confianza en que sabrás transmitir nuestro mensaje: “No te resignes. Lucha. Supérate. Trasciende. Los ideales son visiones que se anticipan al perfeccionamiento de la realidad”.

-        -   Gracias, gracias por tu ayuda. Mis amigos y amigas idealistas te agradecen tus visionarias palabras.

-         -  No hay de qué. Las  escribí pensando en vosotros.   Hasta siempre….

jueves, 10 de octubre de 2013

JUICIO Y CONDENA A LA HUMANIDAD


Durante los últimos tres siglos, según Mumford, “se ha impuesto la idea de que el confort, la seguridad y la comodidad física son los principales beneficios de la civilización, y que todos los otros intereses humanos, -la religión, el arte, la amistad, la familia, el amor, la aventura-, deben estar subordinados a la producción de una incrementada cantidad de “conforts” y “lujos”. Creyendo esto, los utilitaristas han sustituido unas elementales condiciones de existencia en un fin. Avaricia de poder, riqueza y bienes, ellos  han invocado para su ayuda a los recursos de la ciencia moderna y la tecnología. Como resultado, estamos orientados a las “cosas”, y tenemos todo tipo de posesiones, excepto la autoposesión.

Lewis Mumford

            “Hoy en día sólo una afortunada minoría de personas espiritualmente saludables, juntos con un puñado de “pobres de poco mérito” (usando el epíteto de Doolittle en “Pygmalion”) son quienes tiene una noción de los verdaderos usos del ocio y no se aburren o asustan ante la mera posibilidad de su realización. Poniendo los negocios antes de cualquier otra manifestación  de la vida, nuestra civilización mecánica y financiera ha olvidado el principal negocio de la vida: el crecimiento, la reproducción, el desarrollo. Dedica infinita atención a la incubadora-¡Y olvida el huevo!


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            Por tanto, el fin de toda actividad  práctica es cultura personal: una mente madura, un fuerte carácter, un incrementado sentido de maestría y completitud, una superior integración de todas las capacidades personales en una personalidad social; una más amplia capacidad para los intereses intelectuales y el disfrute emocional, para más complejos y sutiles estados y autoestimulación de la mente. Las personalidades estancadas miran hacia atrás con nostalgia a algunos temporales logros en la juventud. Mientras que las personalidades desarrolladas aceptan, sin impaciencia o nostalgia, los próximos pasos en su crecimiento; por el hecho de ser personas maduras, no tienen dificultad en volver a hacer cosas de niños”.


            Todo nuestro mundo exterior está diseñado y tiene como objetivo dotarnos del máximo confort, lujo y comodidades posibles. Un confortable sillón, una gran pantalla de televisión, un potente ordenador con acceso a Internet, un móvil de última generación, el aire climatizado y todo tipo de electrodomésticos, aparecen en el sueño de la mayor parte de la gente. ¿Qué hay de malo en ello? El problema estriba en que en tales condiciones es fácil que florezca la pereza y la abulia. Como nos recuerda Mumford, “crecimiento y cultura implican actividad prolongada y periodos de ocio suficientes para absorber los resultados de esta actividad, usándolo para enriquecer el arte, las costumbres y la personalidad. Los atenienses estaban bastante acertados en su creencia de que tales cosas no pueden ser alcanzadas por alguien que se viese obligado el día entero en algo espiritualmente relajante o  en una tarea físicamente extenuante en la tienda o en la oficina”.   


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          Henri Janne, en la obra colectiva “La civilización del ocio” sentenciaba que “la manera de utilizar el ocio es primordial para formar juicio del valor de un individuo”. Aplicando esta regla de valoración personal, ¿Cuál es la sentencia que cabe aplicar al ser humano actual? Antes de emitir una sentencia, examinemos los hechos con imparcialidad. ¿A qué dedica su tiempo de ocio el hombre y mujer de nuestros días? Para responder a esta pregunta uno puede consultar las encuestas sobre hábitos de ocio y tiempo libre que publican distintos organismos públicos. El resultado  de una de estas encuestas puso en evidencia que los españoles dedican las horas de asueto principalmente a ver la televisión, estar con la familia,-término muy abstracto, ya que compartir techo no es sinónimo de hacer vida familiar, y menos en estos tiempos-, oír la radio, escuchar música y, de manera emergente, al ocio digital, es decir, a los videojuegos, las redes sociales u otros tipos de divertimiento en el que media un dispositivo electrónico avanzado. A un ritmo imparable, el ordenador va comiéndole terreno al televisor, aunque todavía la media de tiempo que la gente malgasta frente a la pantalla televisiva supera las cuatro horas diarias, casi nada.


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    ¿Quede tiempo queda pues para la cultura, el autodesarrollo personal, el arte, el estudio,…? Apenas un fragmento temporal residual. La aspiración a la paideia, -a la educación durante toda la vida con forma de auto-perfeccionamiento-, el cultivo del arte de amar (Erich Fromm)  en todas sus formas (relación de pareja, amistad, camaradería,..), la participación en la vida cívica, el ejercicio físico, el reencuentro cotidiano con la naturaleza, la investigación, el desarrollo del espíritu crítico, del libre examen y de la autonomía personal, la emergencia de la creatividad (pintura, escritura, artesanía, baile, canto, etc..) son actividades residuales en la sociedad actual. Todo ello nos conduce a un panorama sombrío y triste, carente de valores positivos para la vida y dominado por los automatismos sociales. Hemos entrado en un periodo de involución como especie viviente.

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            Visto los hechos, la sentencia no ofrece duda: culpable. Declaramos culpable al ser humano actual de los siguientes delitos:

Culpable de haber caído en la pasividad social y el condicionamiento fácil.

Culpable de desatender los atributos básicos que hacen posible una sociedad sana y cohesionada: la comunicación, la comunión y la cooperación.

Culpable de olvidar al amor, la amistad y la camaradería como formas primordiales de relacionarlos con nuestros semejantes y con el resto de criaturas que habitan el planeta.

Culpable de la atrofia de nuestro cuerpo y el empeoramiento de nuestra salud por la ausencia del esfuerzo físico real.

Culpable de abandonar los valores y actitudes que fomentan las autonomía personal  y espiritual, lo que nos ha convertido en sujetos sin calidad, dependientes, parasitarios e infantiles.

Culpable de dejarnos llevar por la tendencia al conformismo, a la subordinación a la máquina, a la uniformidad mecánica, al individualismo, al automatismo y al servilismo.



Por  todo ello, CONDENAMOS al hombre y a la mujer  a los siguientes trabajos en pro de la humanidad:

A la reconquista de nuestro sentido de lo que debe ser el ser humano;

A forjar un nuevo modo de vivir, que dé a cada hombre y mujer nuevo valor y significado en sus actividades diarias;

A simplificar su rutina diaria;

A asumir las responsabilidad públicas que le correspondan;

A reanudar la  búsqueda de la unidad, y con este fin explorar la naturaleza histórica de la personalidad y de la comunidad en toda su riqueza, su variedad, complicación y profundidad como medios y fin de su esfuerzo.     

            El ser humano no quedará libre de su condena hasta que haya desarrollado una nueva personalidad, basada en el equilibrio, la totalidad y el universalismo; y una nueva actitud frente a su propia condición humana, la naturaleza y el cosmos.  


miércoles, 9 de octubre de 2013

MOMENTOS DE ÉXTASIS INTELECTUAL


Los grandes escritores tiene la capacidad de expresar con suma belleza y exactitud sentimientos elevados que no resultan fácil transmitir mediante la palabra escrita. Waldo Frank fue capaz en "City Block" de plasmar por escrito la sensación que uno siente cuando lee un libro que te hace elevarte a un nivel de entendimiento superior. Es una mezcla de alegría, emoción, sublimidad, gozo interno y felicidad interior. Quien goza no es tu cuerpo, sino tu alma. Tu ser interior crece y se pone en armonía con el cosmos. Vuelas al reino de la Verdad que describía Platón. Te sientes unidos con personas a las que no conoces, pero reconoces como un amigo, un compañero de viaje, a partir de lo que dejaron dicho en sus libros. Su vida, su pensamiento, continua en ti. Han dejado mensajes para los suyos, para nosotros, para quienes se toman el esfuerzo de crecer como persona. Waldo Frank, lo siento como un amigo especial, como lo fue en vida de mi maestro Lewis Mumford. Ellos heredaron un precioso tesoro de sensibiilidad, inteligencia y amor a al vida, de personajes como Emerson, Whitman, Thoreau, Melville, Alan Poe,...Y no lo dilapidaron. Lo enriquecieron y dieron brillo. Nos han facilitado momentos de éxtasis intelectual que Frank narra con estas bellas palabras: 

"¿No era ya algo bueno el haber ganado el acento surcador de la razón -Spencer, Darwin, Dewey?. Anhelaba el momento de éxtasis cuando ellos lo libertaran de las brumas y la vulgaridad..., de la cerveza y de Puccini. Un derrumbe de iglesias viejas, cayendo hechas polvo, llenando el aire de polvo. Tenía manos para demoler. Compartía el éxtasis de liberación que hay en los libros claros, en las miradas claras, en las manos demoledoras...".

Si nos esforzamos podemos dotarnos de manos, de ideas, de herramientas intelectuales, para demoler los muros de la prisión mental que nos impide crecer como persona y nos mantiene en celdas separadas, con el único consuelo temporal de dar vueltas por el patio de esta prisión.


martes, 8 de octubre de 2013

LA FUENTE DE MARÍA AGUDA

Ceuta, 8 de octubre de 2013.

Era una visita ansiada y anunciada. Hoy he vuelto a la fuente de María Aguda. Es un rincón poco conocido del Monte Hacho. Fue hace unos doce años cuando tuve la primera noticia de esta antigua fuente de Ceuta, una de las más antiguas y mejor conservada de la ciudad. La primera vez que la visité me quede fascinado por la belleza de esta instalación hidráulica. Además de la singularidad edificio, sorprende los numerosos grafitos y dibujos que decoran la fachada de la fuente. Al menos se aprecian con nitidez tres barcos y varios nombres y fechas. El paso del tiempo y la falta de cuidados han motivado que sea difícil reconocer todos los números y letras.


            Tras un raro de paciente observación es posible leer unos grandes caracteres que dice: AÑO DE  1776. Al lado de este grafito, un tal Luis quiso dejar una huella imborrable de su visita a la fuente “en el verano de 1769”. Siguiendo su ejemplo, Authier, en 1792, dejo constancia de su paso por la fuente. No se crean que este lugar era frecuentado sólo por hombres. Por si alguien tuviera dudas al respecto, una mujer, intuimos de fuerte carácter por la profundidad del trazo, puso la palabra Doña, aunque no sabemos su nombre. También estuvieron Carlos, Leiva, Vargas, Bremón  y Don Juan de Villanueva, alguien de postín por su cuidada y elegante caligrafía.





            Todos estos personajes del siglo XVIII hicieron lo mismo que he estoy haciendo yo hoy: pasear por los caminos del Hacho en busca de tranquilidad y saludable reencuentro con la naturaleza. No sabemos si uno o varios de quienes frecuentaban la fuente ejercieron sus dotes artísticas marcando o dibujando los barcos que se divisaban desde este elevado punto.



            Han pasado casi doscientas cincuenta años desde aquel día de verano de 1769 en el que Luis cogió su pequeña navaja o cuchillo, -una vez saciada la sed en la fuente-, para marcar de manera indeleble la pared de la fuente. En aquellos días gobernaba la ciudad el Teniente General D. Francisco Tineo, Marqués de Casa Tremañes. Según narra José A. Marquez de Prado en su “Historia de Ceuta” (1859), “la mendicidad vergonzante pululaba dentro de los muros de Ceuta”. Una ciudad “triste y lánguida” que aún seguía soportando estoicamente los frecuentes ataques de tropas musulmanas. A bueno seguro que Luis y el resto de personas, cuyo recuerdo ha quedado impreso en la fuente de María Aguda, encontraron en los caminos del Hacho un espacio en el que huir de tanta miseria y tristeza.


            Mucho ha cambiado el Hacho desde los tiempos de Luis, Carlos y el Sr. Villanueva. Los caminos originales del Monte Hacho han desaparecido o han quedado inutilizados. En la actualidad una carretera asfaltada rodeada este mítico promontorio. Una carretera que ha cortado la comunicación con la batería de Punta Almina, a la que estoy seguro se asomaban los caminantes del siglo XVIII para disfrutar de unas bellas panorámicas del Estrecho.


            La fuente hace ya largo tiempo que no tiene agua. Donde antes se contenía el agua, ahora se acumulan hojarascas y basura. La sucia mano del hombre actual se hace patente con la presencia de botellas, papeles, latas y plásticos. La rabia y la indignación ante la falta de sensibilidad me anima a retirar algunos de estos residuos. Pienso en lo extraordinario que sería recuperar este lugar para  las personas que aún disfrutan de un agradable paseo por el Monte Hacho. Constituiría un homenaje a aquellos caballeros y damas que nos antecedieron en el amor a la naturaleza.  



miércoles, 2 de octubre de 2013

LA CAMA DEL HACHO

Ceuta, 2 de octubre de 2013.

Aunque me tengo por una persona previsible, algunas veces me sorprendo a mí mismo y cambio repentinamente de planes sin que medie una razón concreta. Esta mañana,  mi propósito era llegar hasta la antigua Fuente de María Aguda para sentarme y reflexionar un rato sobre el valor simbólico de este lugar. Sin embargo, según me acercaba al Monte Hacho, noté un irrefrenable deseo de subir hasta la fortaleza para rodearla. Ahora que lo pienso, creo que sí tenía un motivo para hacerlo. Ayer, al regresar a casa por la tarde, me quede fascinado por el hermoso día de poniente que permitía ver con nitidez las costas andaluzas. Entonces pensé: mañana, si amanece un día similar, no puedo desaprovechar la oportunidad de disfrutar de las panorámicas que ofrece el Hacho.


Así que, al llegar a las torres del Sarchal, me he armado de valor y he emprendido la dura subida hasta la antigua Puerta de Ceuta. Una vez coronada la cima, he comenzado a rodear los vetustos muros de la fortaleza. El camino es realmente precioso y motivador. No en todos los lugares puedan disfrutar de un sendero junto a un recinto fortificado de origen medieval, aunque profundamente remodelado por los españoles en tiempos de Carlos III. Estos muros están impregnados por el sufrimiento y los llantos de muchos presos que dieron con sus huesos en este conocido penal.






Cuando ya emprendí el último tramo del camino que llega hasta el Baluarte de Málaga, he tenido que buscar una ruta alternativa. El estrecho sendero se encontraba plagado de abejas y era mejor no irritarlas con mi presencia. De modo que he tomado un camino que desembocaba en las inmediaciones del mirador de San Antonio. Una vez allí, he seguido el sendero del Parque de San Amaro. A mitad del recorrido he hallado un agradable rincón: un hermoso pino a cuyos se ha formado un mullido manto vegetal que invitaba a disfrutar de una placida siesta matutina. No me he dejado arrastrar por la tentación, aunque no descarto que algún día venga expresarme para tumbarse sobre la que acabo de bautizar como “La cama del Hacho”.




A pocos metros de este natural y agradable catre, comienzan los senderos del propio parque de San Amaro. En un cruce de caminos he decidido sentarme para escribir estas líneas. Desde este punto se divisa con claridad la entrada y salida de barcos al puerto ceutí, así como se contempla la belleza del Estrecho. También  se aprecia, muy a mi pesar, el ruido que proviene de la ciudad y de las máquinas que andan transformando sin piedad este majestuoso paraje.




Me encuentro en un punto intermedio entre la naturaleza y el ser humano. A mi espalda llega el cantar de los pájaros y el frescor de los árboles; y enfrente, entre las calles que observo desde aquí, percibo el frenético ir y venir de coches y personas. El incesante ruido turba mis sentidos y enerva mi ánimo. Ganas me dan de dar media vuelta para sentarme en la “Cama del Hacho”. Pero ya es hora de emprender la vuelta. Otro día será.