Durante los últimos tres siglos, según Mumford, “se ha impuesto la idea de que el confort, la seguridad y la comodidad física son los principales beneficios de la civilización, y que todos los otros intereses humanos, -la religión, el arte, la amistad, la familia, el amor, la aventura-, deben estar subordinados a la producción de una incrementada cantidad de “conforts” y “lujos”. Creyendo esto, los utilitaristas han sustituido unas elementales condiciones de existencia en un fin. Avaricia de poder, riqueza y bienes, ellos han invocado para su ayuda a los recursos de la ciencia moderna y la tecnología. Como resultado, estamos orientados a las “cosas”, y tenemos todo tipo de posesiones, excepto la autoposesión.
Lewis Mumford |
“Hoy
en día sólo una afortunada minoría de personas espiritualmente saludables,
juntos con un puñado de “pobres de poco mérito” (usando el epíteto de Doolittle
en “Pygmalion”) son quienes tiene una noción de los verdaderos usos del ocio y
no se aburren o asustan ante la mera posibilidad de su realización. Poniendo
los negocios antes de cualquier otra manifestación de la vida, nuestra civilización mecánica y
financiera ha olvidado el principal negocio de la vida: el crecimiento, la
reproducción, el desarrollo. Dedica infinita atención a la incubadora-¡Y olvida
el huevo!
Por
tanto, el fin de toda actividad práctica
es cultura personal: una mente madura, un fuerte carácter, un incrementado
sentido de maestría y completitud, una superior integración de todas las
capacidades personales en una personalidad social; una más amplia capacidad
para los intereses intelectuales y el disfrute emocional, para más complejos y
sutiles estados y autoestimulación de la mente. Las personalidades estancadas
miran hacia atrás con nostalgia a algunos temporales logros en la juventud.
Mientras que las personalidades desarrolladas aceptan, sin impaciencia o
nostalgia, los próximos pasos en su crecimiento; por el hecho de ser personas
maduras, no tienen dificultad en volver a hacer cosas de niños”.
Todo
nuestro mundo exterior está diseñado y tiene como objetivo dotarnos del máximo
confort, lujo y comodidades posibles. Un confortable sillón, una gran pantalla
de televisión, un potente ordenador con acceso a Internet, un móvil de última
generación, el aire climatizado y todo tipo de electrodomésticos, aparecen en
el sueño de la mayor parte de la gente. ¿Qué hay de malo en ello? El problema
estriba en que en tales condiciones es fácil que florezca la pereza y la abulia.
Como nos recuerda Mumford, “crecimiento y cultura implican actividad prolongada
y periodos de ocio suficientes para absorber los resultados de esta actividad,
usándolo para enriquecer el arte, las costumbres y la personalidad. Los
atenienses estaban bastante acertados en su creencia de que tales cosas no
pueden ser alcanzadas por alguien que se viese obligado el día entero en algo
espiritualmente relajante o en una tarea
físicamente extenuante en la tienda o en la oficina”.
Henri
Janne, en la obra colectiva “La civilización del ocio” sentenciaba que “la
manera de utilizar el ocio es primordial para formar juicio del valor de un
individuo”. Aplicando esta regla de valoración personal, ¿Cuál es la sentencia
que cabe aplicar al ser humano actual? Antes de emitir una sentencia,
examinemos los hechos con imparcialidad. ¿A qué dedica su tiempo de ocio el
hombre y mujer de nuestros días? Para responder a esta pregunta uno puede
consultar las encuestas sobre hábitos de ocio y tiempo libre que publican
distintos organismos públicos. El resultado
de una de estas encuestas puso en evidencia que los españoles dedican
las horas de asueto principalmente a ver la televisión, estar con la familia,-término
muy abstracto, ya que compartir techo no es sinónimo de hacer vida familiar, y
menos en estos tiempos-, oír la radio, escuchar música y, de manera emergente,
al ocio digital, es decir, a los videojuegos, las redes sociales u otros tipos
de divertimiento en el que media un dispositivo electrónico avanzado. A un
ritmo imparable, el ordenador va comiéndole terreno al televisor, aunque todavía
la media de tiempo que la gente malgasta frente a la pantalla televisiva supera
las cuatro horas diarias, casi nada.
¿Quede
tiempo queda pues para la cultura, el autodesarrollo personal, el arte, el
estudio,…? Apenas un fragmento temporal residual. La aspiración a la paideia, -a
la educación durante toda la vida con forma de auto-perfeccionamiento-, el
cultivo del arte de amar (Erich Fromm)
en todas sus formas (relación de pareja, amistad, camaradería,..), la
participación en la vida cívica, el ejercicio físico, el reencuentro cotidiano
con la naturaleza, la investigación, el desarrollo del espíritu crítico, del
libre examen y de la autonomía personal, la emergencia de la creatividad
(pintura, escritura, artesanía, baile, canto, etc..) son actividades residuales
en la sociedad actual. Todo ello nos conduce a un panorama sombrío y triste,
carente de valores positivos para la vida y dominado por los automatismos
sociales. Hemos entrado en un periodo de involución como especie viviente.
Visto
los hechos, la sentencia no ofrece duda: culpable. Declaramos culpable al ser
humano actual de los siguientes delitos:
Culpable de haber caído en la
pasividad social y el condicionamiento fácil.
Culpable de desatender los
atributos básicos que hacen posible una sociedad sana y cohesionada: la
comunicación, la comunión y la cooperación.
Culpable de olvidar al amor, la
amistad y la camaradería como formas primordiales de relacionarlos con nuestros
semejantes y con el resto de criaturas que habitan el planeta.
Culpable de la atrofia de nuestro
cuerpo y el empeoramiento de nuestra salud por la ausencia del esfuerzo físico
real.
Culpable de abandonar los valores
y actitudes que fomentan las autonomía personal
y espiritual, lo que nos ha convertido en sujetos sin calidad,
dependientes, parasitarios e infantiles.
Culpable de dejarnos llevar por
la tendencia al conformismo, a la subordinación a la máquina, a la uniformidad
mecánica, al individualismo, al automatismo y al servilismo.
Por todo ello, CONDENAMOS al hombre y a la mujer a los siguientes trabajos en pro de la
humanidad:
A la reconquista de nuestro
sentido de lo que debe ser el ser
humano;
A forjar un nuevo modo de vivir,
que dé a cada hombre y mujer nuevo valor y significado en sus actividades
diarias;
A simplificar su rutina diaria;
A asumir las responsabilidad
públicas que le correspondan;
A reanudar la búsqueda de la unidad, y con este fin
explorar la naturaleza histórica de la personalidad y de la comunidad en toda
su riqueza, su variedad, complicación y profundidad como medios y fin de su
esfuerzo.
El
ser humano no quedará libre de su condena hasta que haya desarrollado una nueva
personalidad, basada en el equilibrio, la totalidad y el universalismo; y una
nueva actitud frente a su propia condición humana, la naturaleza y el cosmos.
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