lunes, 25 de febrero de 2013

LAS SABIAS PALABRAS DE HUGO DE SAN VÍCTOR

Hace tiempo leí este breve texto del teólogo medieval Hugo de San Víctor, una de las mentes más brillantes y lucidas que ha dado la historia. Espero que lo disfruteis y apliqueis sus sabios principios.
 
"El principio de la disciplina es la humildad [...] y a través de la humildad el lector aprende tres lecciones especialmente impor­tantes: la primera, que no debe despreciar ningún conocimiento o escrito, cualquiera que sea. La segunda, que no se avergonzará de aprender de ningún hombre. La tercera, que cuando él mismo haya alcanzado el conocimiento, no mirará a nadie por encima del hombro. Una vida tranquila es igualmente importante para la disciplina, tanto cuando la tranquilidad es interior, de modo tal que la mente no se distraiga con deseos ilícitos, como cuando es exterior, de modo tal que disponga del tiempo libre y la oportuni­dad para estudios loables y útiles.
Para la disciplina es especialmente importante saber prescin­dir de las cosas superfluas. Como dice el dicho, una barriga promi­nente no puede parir una inteligencia fina. Por último, el mun­do entero debe convertirse en territorio extranjero para aquellos que quieran leer con perfección. Dice el Poeta: "No sé debido a a qué dulzura el suelo natal atrae al hombre; y no puede acep­tar que deba olvidarlo". El filósofo debe aprender, paso a paso, a abandonarlo.".


domingo, 24 de febrero de 2013

LOS TERRIBLES SIMPLIFICADORES


Nos ha tocado vivir en un periodo histórico sumamente complejo. Una edad propicia para la llegada de los terribles simplificadores que ya predijo  el historiador Burckhardt. Este enorme pensador comentó en algunas de sus obras que la corrupción y las deficiencias ya observables en la civilización occidental a mediados del siglo XIX se traduciría en la llegada de los Terribles Simplificadores: las personas que, con implacable decisión e insistente fuerza, derrocaría incluso las buenas instituciones que permitían el crecimiento del espíritu humano. Pero quien mejor vislumbró la llegada de los terribles simplificadores fue Fedor Dostoveivsky. En su enigmático relato “Memorias del subsuelo” decía que “el hombre es necio, necio de remate. Y todavía es más ingrato que necio: es  difícil encontrar un ser más ingrato que él. Por eso no me sorprenderá lo más mínimo ver erguirse de pronto en medio de esa felicidad un gentleman desprovisto de elegancia, de rostro “retrogrado” y BURLÓN, y que nos dijera, poniéndose en jarras: ¡Bueno, señores! ¿Cuándo vamos a echar abajo, al polvo, de un solo puntapié, toda esta clarividente felicidad, aunque sólo sea para enviar los logaritmos al diablo y poder vivir de nuevo con nuestra estúpida fantasía? Y aún hay algo peor. Y es que muy pronto ese personaje tendría, sin duda, discípulos. El hombre es así”.

A uno se le hiela la sangre cuando al recordar estas palabras se le representa la imagen del cómico Beppe Grillo, candidato a las elecciones del gobierno italiano. Creo que esta “coincidencia” merece una profunda reflexión de todos.
 

viernes, 22 de febrero de 2013

LA CRISIS INTERNA DEL HOMBRE

 Todos aquellos que gozan de cierta capacidad de análisis y sienten inquietud por lo que acontece a su alrededor, dedican tiempo y esfuerzo a identificar y combatir las causas de nuestra crisis multidimensional. Entre este grupo de personas son mayoría quienes se detienen en estudiar la dimensión exterior de la crisis. Una crisis externa que puede resumirse en una breve sentencia: una edad de expansión, o en términos económicos de crecimiento, está cediendo el paso a una edad del equilibrio. Muchos se resisten a reconocer que el periodo del crecimiento económico, de la expansión territorial,  poblacional e industrial ha terminado.
            Sin embargo, siendo importante el aspecto exterior de la crisis, nada es comparable a la crisis interna que sufre el hombre. El pensamiento materialista nos ha llevado a confundir las necesidades de supervivencia con las de satisfacción de los aspectos más elevados de la condición humana. Nuestra supervivencia física depende, como es lógico, de tener acceso a bienes tan vitales para la vida como el aire, el agua, una alimentación adecuada, una vivienda con unas mínimas condiciones de habitabilidad. A partir de este primer plano de requerimientos básicos vamos ascendiendo hacia otros no menos importantes, como las necesidades de comunicación y cooperación, de relación sexual y paternal, de amistad, de compañerismo y apoyo mutuo, etc…

Pero si hablamos en términos de satisfacción de la vida, la referida escala ascendente de necesidades, desde la mera vida física hasta el estímulo social y la evolución personal, debe ser trastocada. Tal y como comentaba Lewis Mumford en su obra “La condición del hombre”, “las necesidades más importantes, desde el punto de la realización de la vida, son aquellas que estimulan la actividad espiritual y promueven el crecimiento espiritual: la necesidad de orden, continuidad, significación, valor, objetivos y designio; necesidades de las que han surgido el lenguaje, la poesía, la música, la ciencia, el arte y la religión”. Este ascenso desde las necesidades de supervivencia a las de satisfacción requiere un continuo esfuerzo personal. Si no queremos ser víctimas de nuestras propias pulsiones instintivas, tenemos que aumentar de manera constante la proporción del tiempo que dedicamos a satisfacer las necesidades superiores sobre las necesidades inferiores. 

El hombre actual se encuentra anclado a sus necesidades elementales y esto le lleva a regodearse en su satisfacción, en vez de servirles como indispensable sostén de una vida plena. Debido a ello son muchos los que se detienen en las meras necesidades básicas, complicándolas y refinándolas hasta el absurdo. Un ejemplo paradigmático es el preponderante papel que hoy se le ha otorgado a la gastronomía. Los programas televisivos y radiofónicos, así como las publicaciones dedicadas a la cocina han crecido a un ritmo inusitado, como también lo han hecho los establecimientos de restauración y las tiendas de gourmet o delicatessen. Entender de gastronomía y de vinos ha pasado a ser un signo de distinción neoburguesa, de ahí el auge de los clubes gastronómicos y la organización de catas vinícolas que sirven de iniciación al buen beber y el buen comer. Algo similar podríamos decir de la vestimenta, rehén de los continuos vaivenes de una moda fluctuante al servicio del consumismo y a cubrir el cuerpo de un seres más desnudos por dentro que por fuera.

Como consecuencia de la retención del hombre entre las redes de las necesidades inferiores se han acentuado los procesos de fijación social y la detención del desarrollo de la persona. Tal y como apuntaba Mumford “cuanto más complicado y costoso el aparato para asegurar la supervivencia del hombre, más probable es que sofoque los fines para los que humanamente existe. Esa amenaza no fue nunca más fuerte que hoy día, porque la misma exquisitez de nuestro aparato mecánico, en cada aspecto de la vida, tiende a colocar al proceso no humano por encima del fin humano”. Siguiendo esta idea, el propio Mumford dejó por escrito “que la elevación del hombre por encima de su estado puramente animal consiste en el aumento constante de la proporción de necesidades superiores sobre necesidades inferiores, y la mayor contribución de estas vitalidades y energías al modelamiento de personalidades más ricamente dotadas y más plenamente expresivas”.

Durante buena parte de la historia  pocos fueron los que tuvieron la oportunidad de dedicar parte de su tiempo a la autorealización personal. La mayor parte de la gente no tenía más remedio que dedicar casi toda su jornada al sufrido trabajo agrícola o ganadero, y su alimentación estaba orientada en exclusiva al mantenimiento de la fuerza física indispensable para extraer con gran esfuerzo los frutos de la tierra. Según la máquina fue ocupando espacio en las tareas productivas aumentó de manera progresiva la disponibilidad de tiempo para el ocio y la cultura. Lo que parecía la culminación del sueño de los principales representantes del liberalismo político y económico se convirtió en una pesadilla al caer en descrédito los ideales que tradicionalmente habían acompañado al “otium cum dignitate” del que hablaba Cicerón, es decir, al "ocio digno" u "ocio que merece la pena”.

Nuestro actual ocio indigno se caracteriza por su pasividad y la permutación del orden de prelación del “otium cum dignitate”. El mismo Mumford resume este fenómeno en este párrafo magistral de su conocida obra “Técnica y civilización”: “demasiado aburrida para pensar, la gente leía; demasiado cansada para leer, podía ir al cine; incapaces de ir al cine; podían encender la radio; en cualquier caso, podían evitar la llamada a la acción”. Estas palabras fueron publicadas en 1934, cuando todavía no había llegado a los hogares la televisión, ni muchos los videojuegos, los ordenadores, internet o los teléfonos móviles. Con la práctica universalización de estos artilugios tecnológicos el ocio se ha vuelto cada día más pasivo y estéril desde el punto de vista de la realización personal y la satisfacción espiritual, agudizando de este modo la crisis interna de nuestra civilización.

Si realmente estamos interesados en resolver la actual crisis externa debemos enfrentar previamente la crisis interna del propio hombre. Nuestra primera acción  para superar esta difícil coyuntura consiste es remendar nuestros ideales y valores, acto que tiene que venir acompañado por la reorganización de la personalidad humana en torno a sus necesidades superiores y más importantes. Una personalidad que debe mantenerse en un proceso permanente de crecimiento y renovación, de modo que nuestras principales tareas pasen a ser el autoexamen, la autoeducación y el autocontrol. Todo lo que rodea al hombre, las organizaciones, las instituciones, la economía, el poder, la cultura, la naturaleza, la tecnología, las ciudades, etc…, deben ponerse al servicio de la plena realización del hombre para nutrir, refinar, ampliar y profundizar la personalidad individual y colectiva. En definitiva, la cada día más amplia variedad de artificios y medios técnicos tienen que ponerse al servicio de crecimiento continuado de la personalidad humana y el cultivo de una existencia significativa, plena y equilibrada.

lunes, 18 de febrero de 2013

COMER LAS UVAS EMPEZANDO POR LAS MEJORES

"Es eso lo que tenéis que hacer siempre. De esta manera no quedarán las mejores en el racimo, y cada uva, hasta la última parecerá buena. Si las coméis siguiendo el orden inverso, ni una sola uva de todo el racimo os parecerá buena. Además, daréis a la Providencia la tentación de destruiros antes de que hayáis llegado a los mejores granos. Es por esto que el otoño parece mejor que la primavera; en otoño nos comemos nuestros días empezando por los mejores; en primavera, cada día parece todavía “muy malo”. Las personas deberían aplicar con más asiduidad este principio a su vida; son muchos los que lo aplican: a partir de los cincuenta-pongamos-empezamos a comer nuestros buenos días los primeros.
En Nueva Zelanda, durante un largo tiempo, tuve que lavar la vajilla después de cada comida. Empezaba siempre por los cuchillos, que son más fáciles de limpiar que los tenedores, pues Dios habría podido encontrar oportuno llevarme con Él antes de que hubiera llegado a los tenedores; y ¡Bien tonto hubiera sido, entonces, si me hubiera tomado las molestias de limpiar los tenedores antes que los cuchillos!". Cuadernos de Samuel Butler.

domingo, 17 de febrero de 2013

UN PROPÓSITO PARA LA VIDA


El vertiginoso ritmo de vida en el que estamos inmersos no nos deja tiempo para pensar, o más bien, nos da la excusa perfecta para no hacerlo. Aquellos ratos que podríamos dedicarlo al simple ejercicio del pensamiento y la meditación preferimos malgastarlo en actividades pasivas como ver la televisión, escuchar la radio o pasarnos las horas muertas delante del ordenador sin un rumbo fijo. No es un mal exclusivo de nuestro tiempo, ya en 1899, en su obra autobiográfica “Memorias de un revolucionario”, Piotr Kropoktin  dejó por escrito la siguiente reflexión: “ocurre con frecuencia que los hombres se ven envueltos en dificultades políticas, sociales o familiares, sencillamente por no haber tenido nunca tiempo para preguntarse si la posición en que se encuentran y el trabajo que realizan están en armonía con la razón; si sus ocupaciones responden verdaderamente a sus inclinaciones y capacidades, dándoles las satisfacciones que todos tienen derecho a esperar de su trabajo. Los que están dotados de actividad se hallan en posición semejante: cada día trae consigo nueva cantidad de trabajo, y uno se acuesta bien entrada la noche sin haber terminado lo que esperaba hacer durante la jornada, corriendo después, a  la siguiente mañana, a continuar con la faena interrumpida. La vida se va así pasando, y no queda tiempo para pensar, para considerar la dirección que toma la existencia: tal me pasaba a mí”. Fue en este estado de ánimo cuando al observar las durísimas condiciones de vida de los campesinos finlandeses y mientras meditaba sobre si aceptar o no el ofrecimiento para ocupar el cargo de secretario general de la Sociedad Geográfica Rusa, se hizo la siguiente pregunta:  ¿Pero qué derecho tenía yo a estos goces de un orden elevado, cuando todo lo que me rodeaba no era más que miseria y lucha por un triste bocado de pan, cuando por poco que fuese lo que yo gastase para vivir en aquel mundo de agradables emociones, había por necesidad de quitarlo de la boca misma de quienes cultivaban el trigo y no tenían suficiente pan para sus hijos? De la boca de alguien ha de tomarse forzosamente, puesto que la agregada producción de la humanidad permanece aún tan limitada... Por eso contesté negativamente a la Sociedad Geográfica.
Al contemplar a un campesino finlandés, sumido  en la contemplación de los hermosos lagos sembrados de las islas que se presentan ante él, pensó que tal campesino estaba “dispuesto a ensanchar su conocimiento, sólo necesita que se lo proporcionen, que le den los medios de disponer de algún descanso…En semejante dirección es en la que pienso ir, y ésta es la clase de gente por la que tengo que trabajar”. Kropoktin, el príncipe anarquista, encontró el propósito de su vida entre los gélidos lagos de Finlandia. Para encontrarlo sólo le hizo falta tiempo para pensar y la suficiente voluntad para extraer de su interior la vocación que le empujaba a poner todo su conocimiento y profunda inteligencia al servicio de los demás.