domingo, 17 de febrero de 2013

UN PROPÓSITO PARA LA VIDA


El vertiginoso ritmo de vida en el que estamos inmersos no nos deja tiempo para pensar, o más bien, nos da la excusa perfecta para no hacerlo. Aquellos ratos que podríamos dedicarlo al simple ejercicio del pensamiento y la meditación preferimos malgastarlo en actividades pasivas como ver la televisión, escuchar la radio o pasarnos las horas muertas delante del ordenador sin un rumbo fijo. No es un mal exclusivo de nuestro tiempo, ya en 1899, en su obra autobiográfica “Memorias de un revolucionario”, Piotr Kropoktin  dejó por escrito la siguiente reflexión: “ocurre con frecuencia que los hombres se ven envueltos en dificultades políticas, sociales o familiares, sencillamente por no haber tenido nunca tiempo para preguntarse si la posición en que se encuentran y el trabajo que realizan están en armonía con la razón; si sus ocupaciones responden verdaderamente a sus inclinaciones y capacidades, dándoles las satisfacciones que todos tienen derecho a esperar de su trabajo. Los que están dotados de actividad se hallan en posición semejante: cada día trae consigo nueva cantidad de trabajo, y uno se acuesta bien entrada la noche sin haber terminado lo que esperaba hacer durante la jornada, corriendo después, a  la siguiente mañana, a continuar con la faena interrumpida. La vida se va así pasando, y no queda tiempo para pensar, para considerar la dirección que toma la existencia: tal me pasaba a mí”. Fue en este estado de ánimo cuando al observar las durísimas condiciones de vida de los campesinos finlandeses y mientras meditaba sobre si aceptar o no el ofrecimiento para ocupar el cargo de secretario general de la Sociedad Geográfica Rusa, se hizo la siguiente pregunta:  ¿Pero qué derecho tenía yo a estos goces de un orden elevado, cuando todo lo que me rodeaba no era más que miseria y lucha por un triste bocado de pan, cuando por poco que fuese lo que yo gastase para vivir en aquel mundo de agradables emociones, había por necesidad de quitarlo de la boca misma de quienes cultivaban el trigo y no tenían suficiente pan para sus hijos? De la boca de alguien ha de tomarse forzosamente, puesto que la agregada producción de la humanidad permanece aún tan limitada... Por eso contesté negativamente a la Sociedad Geográfica.
Al contemplar a un campesino finlandés, sumido  en la contemplación de los hermosos lagos sembrados de las islas que se presentan ante él, pensó que tal campesino estaba “dispuesto a ensanchar su conocimiento, sólo necesita que se lo proporcionen, que le den los medios de disponer de algún descanso…En semejante dirección es en la que pienso ir, y ésta es la clase de gente por la que tengo que trabajar”. Kropoktin, el príncipe anarquista, encontró el propósito de su vida entre los gélidos lagos de Finlandia. Para encontrarlo sólo le hizo falta tiempo para pensar y la suficiente voluntad para extraer de su interior la vocación que le empujaba a poner todo su conocimiento y profunda inteligencia al servicio de los demás.
 
 
 

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