El vertiginoso ritmo de vida en
el que estamos inmersos no nos deja tiempo para pensar, o más bien, nos da la
excusa perfecta para no hacerlo. Aquellos ratos que podríamos dedicarlo al
simple ejercicio del pensamiento y la meditación preferimos malgastarlo en
actividades pasivas como ver la televisión, escuchar la radio o pasarnos las
horas muertas delante del ordenador sin un rumbo fijo. No es un mal exclusivo
de nuestro tiempo, ya en 1899, en su obra autobiográfica “Memorias de un
revolucionario”, Piotr Kropoktin dejó
por escrito la siguiente reflexión: “ocurre con frecuencia que los hombres se
ven envueltos en dificultades políticas, sociales o familiares, sencillamente
por no haber tenido nunca tiempo para preguntarse si la posición en que se
encuentran y el trabajo que realizan están en armonía con la razón; si sus
ocupaciones responden verdaderamente a sus inclinaciones y capacidades,
dándoles las satisfacciones que todos tienen derecho a esperar de su trabajo.
Los que están dotados de actividad se hallan en posición semejante: cada día
trae consigo nueva cantidad de trabajo, y uno se acuesta bien entrada la noche
sin haber terminado lo que esperaba hacer durante la jornada, corriendo
después, a la siguiente mañana, a
continuar con la faena interrumpida. La vida se va así pasando, y no queda
tiempo para pensar, para considerar la dirección que toma la existencia: tal me
pasaba a mí”. Fue en este estado de ánimo cuando al observar las durísimas
condiciones de vida de los campesinos finlandeses y mientras meditaba sobre si
aceptar o no el ofrecimiento para ocupar el cargo de secretario general de la
Sociedad Geográfica Rusa, se hizo la siguiente pregunta: ¿Pero qué derecho tenía yo a estos goces de
un orden elevado, cuando todo lo que me rodeaba no era más que miseria y lucha
por un triste bocado de pan, cuando por poco que fuese lo que yo gastase para
vivir en aquel mundo de agradables emociones, había por necesidad de quitarlo
de la boca misma de quienes cultivaban el trigo y no tenían suficiente pan para
sus hijos? De la boca de alguien ha de tomarse forzosamente, puesto que la
agregada producción de la humanidad permanece aún tan limitada... Por eso
contesté negativamente a la Sociedad Geográfica.
Al contemplar a un campesino finlandés,
sumido en la contemplación de los
hermosos lagos sembrados de las islas que se presentan ante él, pensó que tal
campesino estaba “dispuesto a ensanchar su conocimiento, sólo necesita que se
lo proporcionen, que le den los medios de disponer de algún descanso…En semejante
dirección es en la que pienso ir, y ésta es la clase de gente por la que tengo
que trabajar”. Kropoktin, el príncipe anarquista, encontró el propósito de su vida
entre los gélidos lagos de Finlandia. Para encontrarlo sólo le hizo falta
tiempo para pensar y la suficiente voluntad para extraer de su interior la vocación
que le empujaba a poner todo su conocimiento y profunda inteligencia al servicio
de los demás.
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