En una de mis aventuras en la
búsqueda de tesoros literarios, me adentré en un almacén de libros antiguos y
de ocasión. Recorrí con una inusitada emoción los estrechos pasillos colmados de libros hasta el
techo. Al final de uno de ellos, visioné una desvencijada estantería con una vieja pegatina, medio despegada, en la que figuraba
la palabra “Filosofía”. Sabía que me
encontraba cerca de mi objetivo. La pista no dejaba lugar a dudas. Busqué y
busqué, y al final hallé. Un pequeño libro llamó mi atención. En su lomo
aparecía el nombre del autor: “José Ingenieros”; y el título “El hombre
mediocre”. Supo enseguida que era el
tesoro que ansiaba. Para confirmarlo
abrir las páginas y me puse a leer: “Cuando pones la proa visionaria hacia una
estrella, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el
resorte misterio de una Ideal. Es ascua sagrada, capaz de templarte para
grandes acciones. Custódiala; si la dejas apagar no se reenciende jamás. Y si
ella muere en ti, quedas inerte: fría bazofia humana”.
Seguí leyendo, a pesar de la escasa luz y el polvo que infectaba
mi sensible nariz y garganta, y mi espíritu se estremeció a leer una
descripción de un sentimiento que me atenazaba: “…Todos no se extasían como tú,
ante un crepúsculo, no sueñan frente a una aurora o cimbran ante una tempestad;
ni gustan de pasear con Dante, reír con Moliere, temblar con Shakespeare,
crujir con Wagner, ni enmudecen ante el David, la Cena o el Partenón. Los seres
de tu estirpe, cuya imaginación se puebla de ideales y cuyo sentimiento polariza
hacia ellos la personalidad entera, forman raza aparte en la humanidad: son
idealistas”.
Por tanto, soy un idealista.
Siempre lo he sido y ahora lo descubro gracias a este tesoro proveniente del
otro lado del Atlántico. Pero, ¿Para qué valemos los idealistas? ¿No nos
enseñan que debemos ser realistas? ¿Qué nuestros pies deben tocar siempre la
tierra? ¿Cuál es nuestro propósito?
- Calma,
José Manuel. Sigue leyendo. Date
cuenta, dice José Ingenieros, que sin nosotros “sería inexplicable la evolución
humana. Los hubo y los habrá siempre. La imaginación los enciende en continuo
contraste con la experiencia. Los hechos son puntos de partida; los ideales son
faros luminosos que de trecho en trecho alumbran la ruta. La historia es una
infinita inquietud de perfecciones, que grandes hombres presienten o
simbolizan. Frente a ellos, en cada momento de la peregrinación humana, la mediocridad
se revela por una incapacidad de ideales”. ¿Lo entiendes ahora?.
- - Sí, ya sé porqué titulaste a tu libro “El hombre
mediocre”. El hombre mediocre es un ser sin ideales, conformista e indiferente.
- - Veo que has captado el mensaje. Sé también que harás buen uso del tesoro que
tienes en tus manos. Me vuelvo al reino de los idealistas con la confianza en que
sabrás transmitir nuestro mensaje: “No te resignes. Lucha. Supérate.
Trasciende. Los ideales son visiones que se anticipan al perfeccionamiento de
la realidad”.
- - Gracias, gracias por tu ayuda. Mis amigos y
amigas idealistas te agradecen tus visionarias palabras.
- - No hay de qué. Las escribí pensando en vosotros. Hasta siempre….
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