Basada en hechos
reales
Contaba mi abuelo Diego una
historia que sucedió en Ceuta a principios del pasado siglo XX. Era la víspera
del Día de los Difuntos y un grupo de jóvenes ociosos pactaron una prueba de
valentía. La hazaña consistía en acudir esa misma noche al cementerio de Santa
Catalina y clavar una estaca entre las tumbas. Ganaría la apuesta quien más
lejos se atreviera a adentrarse en el camposanto.
Era
una noche oscura, húmeda, fría y ventosa.
El viento de levante azotaba con inusitada fuerza los árboles que circundaban el
cementerio. Una densa niebla cubría el lugar y la luz de la luna no llegaba a iluminar
el camino. Cada uno de los chicos portaba una rudimentaria linterna que cubrían
con su pesado gabán para que no se apagara. Así llegaron hasta la verja del
cementerio. Una risa nerviosa se dibujaba en la cara de los imberbes zagales
que partieron de la barriada de Villajovita. Nadie se atrevía a ser el primero.
Uno de ellos,
el más lanzado del grupo, cogió su estaca y se dirigió con decisión al interior
de la necrópolis. No miró hacia atrás. Apenas podía ver. Su linterna comenzó a
fallar y dándole pequeños golpes consiguió que el haz de luz señalara una tumba
recién excavada. La tierra aún resbalaba por los laterales del montículo
mortuorio y el olor de la corona de
flores se introdujo por su sensible nariz. Pensó: “este es el sitio ideal. Como
prueba de mi logro me llevaré un trozo del lazo de la corona”. Golpeó con
fuerza en la punta de la estaca que se hundió con una sola sacudida. Se levantó
con rapidez para tomar el camino de vuelta. Al hacerlo sintió un fuerte tirón
del abrigo. Tuvo la impresión de que alguien le tiraba del extremo de su gabán.
Tiró y tiró, pero no pudo zafarse del poder que lo mantenía junto a la tumba.
El resto de
los amigos colocaron sus estacas en las proximidades de la entrada a la ciudad
de los muertos y salieron corriendo despavoridos en dirección al centro de
Ceuta. Ni siquiera se juntaron para decidir quién había sido el ganador de la
apuesta. A la mañana siguiente, Día de la Mochila , los ceutíes fueron con sus talegas al
cementerio para honrar a sus fallecidos y disfrutar de un día en el campo. La
primera en llegar fue una anciana que acababa de perder a su marido. Un
desgarrador grito atrajo la atención de las personas que llegaban al
cementerio. Cuando se acercaron al lugar del que procedía el aullido humano
vieron tendido a un joven con un gabán negro con un lazo en la mano que ponía “Descanse
en paz” y una estaca clavada en el falso de su destartalado gabán negro. El
rostro era la misma cara del terror. Los médicos, cuando le practicaron la
autopsia, determinaron que había fallecido de un ataque al corazón.
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