miércoles, 16 de octubre de 2013

LA ESTACA

Basada en hechos reales

Contaba mi abuelo Diego una historia que sucedió en Ceuta a principios del pasado siglo XX. Era la víspera del Día de los Difuntos y un grupo de jóvenes ociosos pactaron una prueba de valentía. La hazaña consistía en acudir esa misma noche al cementerio de Santa Catalina y clavar una estaca entre las tumbas. Ganaría la apuesta quien más lejos se atreviera a adentrarse en el camposanto.
            Era una noche  oscura, húmeda, fría y ventosa. El viento de levante azotaba con inusitada fuerza los árboles que circundaban el cementerio. Una densa niebla cubría el lugar y la luz de la luna no llegaba a iluminar el camino. Cada uno de los chicos portaba una rudimentaria linterna que cubrían con su pesado gabán para que no se apagara. Así llegaron hasta la verja del cementerio. Una risa nerviosa se dibujaba en la cara de los imberbes zagales que partieron de la barriada de Villajovita. Nadie se atrevía a ser el primero.
Uno de ellos, el más lanzado del grupo, cogió su estaca y se dirigió con decisión al interior de la necrópolis. No miró hacia atrás. Apenas podía ver. Su linterna comenzó a fallar y dándole pequeños golpes consiguió que el haz de luz señalara una tumba recién excavada. La tierra aún resbalaba por los laterales del montículo mortuorio y  el olor de la corona de flores se introdujo por su sensible nariz. Pensó: “este es el sitio ideal. Como prueba de mi logro me llevaré un trozo del lazo de la corona”. Golpeó con fuerza en la punta de la estaca que se hundió con una sola sacudida. Se levantó con rapidez para tomar el camino de vuelta. Al hacerlo sintió un fuerte tirón del abrigo. Tuvo la impresión de que alguien le tiraba del extremo de su gabán. Tiró y tiró, pero no pudo zafarse del poder que lo mantenía junto a la tumba.

El resto de los amigos colocaron sus estacas en las proximidades de la entrada a la ciudad de los muertos y salieron corriendo despavoridos en dirección al centro de Ceuta. Ni siquiera se juntaron para decidir quién había sido el ganador de la apuesta. A la mañana siguiente, Día de la Mochila, los ceutíes fueron con sus talegas al cementerio para honrar a sus fallecidos y disfrutar de un día en el campo. La primera en llegar fue una anciana que acababa de perder a su marido. Un desgarrador grito atrajo la atención de las personas que llegaban al cementerio. Cuando se acercaron al lugar del que procedía el aullido humano vieron tendido a un joven con un gabán negro con un lazo en la mano que ponía “Descanse en paz” y una estaca clavada en el falso de su destartalado gabán negro. El rostro era la misma cara del terror. Los médicos, cuando le practicaron la autopsia, determinaron que había fallecido de un ataque al corazón.       

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