lunes, 20 de enero de 2014

EL CAMINO DE LA VERDAD



El pensamiento nace del error. Cuando la acción es satisfactoria y cumple su objetivo no hay motivo para mantener la atención; pensar es confesar una falta de ajuste, la cual debemos parar a considerar. Solo cuando el organismo falla al lograr una adecuada respuesta a su entorno hay material para el proceso del pensamiento, y  cuanto más grande es el error, la búsqueda se vuelve más intensa y el pensamiento avanza con mayor rapidez y profundidad.

El error, por tanto, forma parte de la vida y es una fuente de conocimiento extraordinaria. La frase “rectificar es de sabios” está cargada de razón. Pero es distinto rectificar cuando uno yerra en la búsqueda de la verdad, que cuando lo hace tras ser descubierto en una flagrante mentira o una estratagema para salirse con la suya. Quien falla siguiendo el primer camino, el de la verdad, tendrá posibilidad de llegar al Templo de la Cultura y la Sabiduría.  Los que toman el segundo camino, el de la mentira, más o menos encubierta, terminan solos, perdidos y dando vueltas en círculo sin avanzar.

El camino de la verdad está plagado de obstáculos, trampas y empinadas cuestas.  Es una lástima que no aprovechemos las descripciones, planos e indicaciones que sobre este camino nos han dejado los grandes pensadores de la humanidad. Trabajaron, como nosotros, para su propio crecimiento personal, pero fueron los suficientemente generosos para dedicar buena parte de su vida a plasmar por escrito sus reflexiones y pensamientos. 


Al escribir esta reflexión he recordado un precioso pasaje escrito como Rudolf Eucken para la introducción a su obra "Los grandes pensadores". Dice así: "A través de aquellos grandes espíritus llega a nosotros constantemente el reino de la cultura; nuestro trabajo está unido a ellos por innumerables hilos. Pero a menudo permanecen extraños para nosotros; falta una cálida relación personal: las estatuas de los dioses del Partenón, que contemplamos sólo desde fuera, no abandonan su sublime pedestal para participar de nuestros cuidados y de nuestros esfuerzos, ni siquiera parecen unidos entre sí en comunidad alguna. Si nos aproximamos hacia el centro de su vida, si alcanzamos su profundidad espiritual en donde el trabajo se convierte para ellos en desarrollo del propio ser, entonces el efecto cambia: las frías estatuas adquieren vida y empiezan a hablarnos, su creación parece movida por las mismas cuestiones de las que depende nuestra dicha y nuestro dolor. A la vez que se establece entre los héroes una conexión y aparecen los mismos como cooperadores en una obra común: en la construcción de un mundo espiritual en el reino de los hombres, en la lucha por un alma y por un sentido de nuestra vida. Así caen todos aquellos mundos divisorios y nosotros podemos entran en aquel Partenón como en nuestro propio mundo, como en nuestro hogar espiritual".

File:Eucken-im-Alter.png
Rudolf Eucken

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