Un
interesante comentario de mi amigo Esteban López me ha permitido recordar algunas
apreciaciones de Mumford sobre el regionalismo y el nacionalismo. En opinión de este autor, la
unificación política nacional “se ha llevado a cabo en todo el mundo sin tener
mayormente en cuenta la realidades geográficas y económicas. Esa actitud ha
tenido este resultado: las zonas políticas, económicas y culturales no existen
en relación concéntrica: se observan las superposiciones, las duplicaciones y
los conflictos que caracterizan a nuestras relaciones territoriales”.
Mumford se mostró especialmente crítico con el
concepto, tan en boga en la actualidad, de “unidad nacional”. Un término, el de
nación, “tan vago y contradictorio, que siempre debe tomarse en un sentido
místico, como significando lo que las clases gobernantes quieren que signifique
en determinado momento”. Desde un punto realista, las naciones, no son otra
cosa que “una tentativa para hacer que las leyes, las costumbres y creencias de
una sola región o ciudad sirvan de modelo de muchas otras regiones”. En el caso
de España resulta evidente, tal y como señaló Ortega y Gasset en “La España
Invertebrada”, que “España es un cosa hecha por Castilla”, a su imagen y
semejanza, añadimos nosotros. Como acertadamente expuso Mumford, una unidad
nacional, como la pretendida en España, “no se forma como consecuencia de
movimientos de opinión espontáneos y afiliaciones naturales, debe ser
constantemente estimulada por el esfuerzo deliberado: la doctrina en las
escuelas, la propaganda en la prensa, las leyes respectivas, la extirpación de
dialectos y lenguajes rivales, ya sea mediante una orden o la burla, o por la
supresión de las costumbres y privilegios de las minorías”. Esta estrategia fue
desplegada por el franquismo durante cuarenta años en un doble sentido: en la
construcción del nacionalismo español y en la aniquilación del sentimiento
nacionalista en determinadas regiones de España, principalmente en Cataluña y
en el País Vasco.
En España la represión de los nacionalismos se inició
mucho tiempo antes del franquismo. Ya en tiempos de los Reyes Católicos, tal y
como cuenta Felix Rodrigo Mora en “El giro estatolátrico”, se despojó a la
corona de Aragón de sus instituciones, al igual que sucedió en Galicia. Sin
embargo, fue en el siglo XVIII cuando se produce el asalto definitivo contra
las instituciones, las costumbres, las leyes y la lengua de los Países
Catalanes, sobre todo después del apoyo que este territorio otorgó al
Archiduque Carlos, en contra de las aspiraciones borbónicas para hacerse con el
control del reino de España. La venganza de los vencedores contra los catalanes
se plasmó en el Decreto de Nueva Planta (1716) que abolía las cortes catalanas
e impuso al castellano como el idioma oficial de la administración, además de
hacerlo obligatorio en las escuelas y juzgados.
No obstante, y a pesar de las fuerzas represivas
contra los nacionalismos que desplegaron las monarquías absolutas en buena
parte de Europa, no pudieron impedir un resurgimiento de los sentimientos
regionalistas que emergieron a mediados del siglo XIX. Lewis Mumford data el
comienzo de la revitalización del movimiento regionalista en 1854, cuando los
felibres se reunieron por primera vez a fin de restaurar el lenguaje y la vida
cultural autónoma de Provenza. Dentro de este proceso Mumford cita de manera
expresa a los vascos y catalanes, además de a los bretones, provenzales,
eslovacos, irlandeses, escoceses, galeses, flamencos y valones, etc.. Toda una
serie de regiones que vienen luchando desde entonces por hacer valer sus
derechos para obtener la autonomía regional.
La reacción de los estados ante la reaparición de
estos grupos nacionales no ha variado mucho en todos estos años. Según comenta
Mumford, la estrategia ha consistido en transmitir la idea, a través de los
medios de comunicación, de que “todo movimiento tendente a la autonomía
regional, si en realidad no es un movimiento traidor, es cuando menos un
movimiento ridículo”. Esta reticencia de los gobiernos centrales a reconocer e
integrar a los grupos regionales son responsables, según el criterio de
Mumford, “de que el movimiento pro autonomía asuma una actitud recalcitrante y
atrasada”. La falta de entendimiento ha conducido, como bien sabemos en España,
a la radicalización de las posturas en ambos extremos. Si bien Mumford dirige
sus críticas más ácidas contra el centralismo de los estados, no deja de afear
la actitud de los regionalistas “que han hecho resaltar excesivamente la
formación de los estados soberanos fraccionarios, como si los males ocasionados
por la centralización exagerada y las supersticiones de la soberanía austiniana
fueran a desaparecer por el hecho de brindar oportunidades a muchos pequeños
déspotas”. Y esto, precisamente, lo que, según mi punto de vista, está
ocurriendo en Cataluña.
Desde hace muchas décadas, los nacionalistas
catalanes, concretamente CIU, han trabajado para crear un estado dentro del
Estado español. Mientras fluía el dinero se permitió esta locura y los gastos
del Estado catalán se iban cubriendo con más o menos solvencia. Los problemas
comenzaron cuando estalló la crisis y hubo que apretarse el cinturón. Entonces
tomamos conciencia del disparate que se había permitido por unos y otros. ¿Cuál
fue la estrategia de CIU? Pues echar la culpa de los drásticos recortes que
hubo que hacer al estado español. El euro por receta, la subida en los
transportes públicos, los despidos en el sector público eran todos por culpa de
que los españoles “nos estaban robando”.
Así tal cual. Y llegó la Diada del año pasado y la gente andaba calentita.
Tomaron la calle y Mas también se calentó. Se imagino como el Simón Bolívar
catalán, el libertador de Cataluña de la tiranía española. Actuó como un
aprendiz de brujo y se le fue la mano en los ingredientes nacionalista con el
propósito de presionar a Madrid para que aflojara la presión en la reclamación
de ajustes presupuestarios y abriera la mano. Todo ello en un momento en el que
se estaba descubriendo la trama de financiación ilegal de su partido.
Una vez destapada la caja de Pandora no hay vuelta
atrás. La gente ya no quiero mejoras en la financiación. Quieren la independencia.
Los han convencido de que la solución a sus problemas es separarse de España y
no creo que sea posible distanciarlos de este objetivo. Igual me equivoco, pero
creo que Artur Mas se ha pegado un tiro en los pies. En las próximas
elecciones, según las últimas encuestas, CIU bajará aún más en los porcentajes
de apoyo electoral y ERC se pondrá en cabeza. Mas va a quedar en los anales de
la política catalana como el tío más tonto que ha pasado por la Generalitat, y
mira que se lo advirtió Duran i Lleida. Todo por creerse señalado por la
fortuna para pasar a la historia como el libertador de la nación catalana. Otro
que, como el personaje de Kipling, se creyó el “Hombre que pudo reinar”.