Llevo unos cuantos días sin
escribir en Facebook. Desde que el pasado viernes presentamos el último informe
del Observatorio de la
Sostenibilidad he andado muy atareado atendiendo a los medios
de comunicación. Por si fuera poco, este fin de semana hemos tenido
conocimiento de una verdadera matanza de tortugas marinas en la bahía sur relacionada
con las artes de pesca allí instaladas con la autorización de la Delegación del Gobierno
en Ceuta. Así que no nos ha quedado más remedio que tomar cartas en el asunto
preparando escritos para remitirlos a la administración competente, recopilando
información y sintetizándola para hacerla llegar a la opinión pública. Además
de todo ello, no podíamos desaprovechar la oportunidad de asistir a los actos
públicos en los que teníamos la oportunidad de escuchar al insigne escritor
Mario Vargas Llosa.
Respecto
a la visita de Vargas Llosa a Ceuta, con motivo de la entrega a su persona del Premio Convivencia, quisiera
compartir con vosotros mi opinión. Tuve la oportunidad de asistir a la Charla-Coloquio
organizada por la Biblioteca Pública
de Ceuta en la que, junto al afamado premio Nobel, participaron algunos
profesores de nuestra ciudad. La presentación y moderación de la mesa estuvo a
cargo de José Antonio Alarcón, como director de la biblioteca municipal. Su
actuación fue la que correspondía a un acontecimiento de esta categoría: breve,
concisa y correcta. Si no recuerdo mal, fue el propio Vargas Llosa quien tomó
la palabra para expresar su alegría por estar en Ceuta y para comentar sus
primeras impresiones sobre la ciudad y sus gentes. El siguiente en intervenir
fue el profesor de Lengua y Literatura Manuel Cantera. Pronunció su discurso de
pie, dirigiéndose a Mario Vargas Llosa, en un tono elogioso, no inmerecido,
pero si excesivo, empalagoso y forzado. No pude evitar acordarme de lo dicho
por Walt Whitman, en su obra “Perspectivas Democráticas”, respecto a la
disposición que debemos afrontar frente a personas del relieve de Vargas Llosa.
Decía Whitman que se imaginaba, para este tipo
de ocasiones, “a un hombre erguido, de dilatado pecho, tez
lozana, voz musical y movimientos fáciles; ojos de mirada firme y calma al
mismo par, y asimismo capaz de centellear; la presencia, en fin, que lo
capacite para tratarse con los más encumbrados (porque sólo la naturalidad, y
tan sólo la naturalidad, permite a un hombre alternar con presidentes o
generales con el debido aplomo, y no la cultura, ni tampoco los conocimientos o
dotes intelectuales de cualquier naturaleza)”. Y si algo le faltó al Sr.
Cantera, con todo mi respeto, fue naturalidad y aplomo.
Las
palabras del profesor Cantera sirvieron de excusa a Vargas Llosa para
hablar de manera magistral sobre la
escritura, la lectura y la vocación literaria. Para completar el apartado más
literario de la charla, la profesora María Jesús Fuentes hizo una pregunta
concisa y acertada, con una pequeña concesión poética, -como era de esperar-,
respecto a la técnica de creación literaria de Vargas Llosa. La respuesta del
escritor peruano fue muy interesante, ya que nos permitió conocer la
metodología que utiliza para la creación de los personajes de sus novelas, el
modo de relacionarlos y la construcción del armazón que sostiene sus obras
literarias.
El
paso del turno de intervención al público dio un giro, no sé si estudiado y
preparado, al campo de la política. La persona que intervino desde el patio de
butacas preguntó, sin ambages, a Mario Vargas Llosa sobre la crisis que asola
nuestro país. El cambio de discurso del literato fue notorio. Del discurso más
académico y elevado bajó al habla coloquial, -sin perder la belleza y
perfección de su oratoria-, para hablar de su visión de la crisis en España y
hacer un reconocimiento expreso de los méritos de nuestro país. En mi opinión,
cayó en el habitual error de elogiar una transición española que, si bien no
fue violenta, dista mucho de ser modélica. Ahora más que nunca podemos ver con
claridad que en este país siguen mandando los de siempre, sólo que ahora
disfrazados de demócratas de toda la vida.
El
siguiente en participar fue el decano de la Facultad de Humanidades de Ceuta, Ramón Galindo.
Para mí fue la mejor intervención de la noche entre los participantes de la
mesa, al margen, claro está, de Mario Vargas Llosa. Hizo algo simple y a la vez
inteligente. Para comentar la dimensión periodística de Vargas Llosa, Ramón
Galindo echó mano de uno de los mejores artículos del reputado escritor
latinoaméricano: “¿Y el hombre dónde estaba?”, publicado en “El País” en el año
2007. La simple referencia a este artículo despertó la alegría de Vargas Llosa.
Una amplia sonrisa se le dibujó en la
cara. Ramón Galindo había acertado de pleno y sólo le basto leer algunos de los
párrafos del artículo para suscitar un espontáneo y sentido aplauso del
público. A partir de este instante, Vargas Llosa brilló con toda intensidad. Se
sentía a gusto y se le notaba. Así que cuando el también profesor de secundaria
Marcos López le preguntó por la banalización de la cultura, según expuso en uno
de sus últimos libros, “La cultura del espectáculo”, se explayó de lo lindo. En
este punto realizó una férrea defensa de la cultura occidental, resaltando sus
muchos méritos y aportaciones al desarrollo de la humanidad. Cuando escuchaba
estas palabras vino a mi mente un artículo que publicó Vargas Llosa a
principios de este año en “El País” que tituló “Apogeo y decadencia de
Occidente”. Mientras que lo recordaba, el moderador de la mesa volvió a
dirigirse al público por si alguien quería hacer una pregunta a Vargas Llosa y
no me lo pensé. Levanté la mano sin pensármelo dos veces. Por un momento el moderador dudó, ya que al
parecer, alguien de la primera fila, donde estaban sentadas las autoridades,
hizo un sutil gesto indicativo de que también quería tomar la palabra. Sin
embargo, yo me había adelantado y mi gesto con el brazo completamente
desplegado fue visto desde toda la sala. Así que me concedió la palabra y pude
hacer mi pregunta.
No recuerdo
palabra por palabra lo que dije, pero sí el sentido de mi exposición. Le
recordé a Vargas Llosa el artículo al
que me he referido con anterioridad
sobre los aportes de Occidente a la cultura mundial y le comenté que uno de los
factores que explican, según su opinión, los logros del mundo occidental fue su
capacidad de autocrítica. Una reivindicación del pensamiento crítico en
Occidente que le dije había escuchado y leído a varios destacados intelectuales
en los últimos tiempos. ¿Dirigida a quién? Según dije parecía que el mensaje se
lanzaba al aire por si alguna cultura se daba por aludida y seguía el ejemplo de occidente para salir del
círculo vicioso en el que llevan encerrados desde hace siglos. Unas culturas
que ni enfrentan la autocrítica ni son capaces de asumir la crítica externa que
siempre la interpretan en términos de ofensa, ataque y discriminación, dando
lugar a posturas victimistas y a un irreversible repliegue identitario. Por si
a alguien aún le queda duda del propósito de mi intervención, terminé diciendo
que el asunto del ejercicio de la autocrítica colectiva tenía especial sentido
y significado en nuestra ciudad.
La respuesta
de Vargas Llosa no me defraudó. De manera extensa expuso el largo proceso que
empujó a Occidente a iniciar el camino del pensamiento crítico que nos ha
conducido al actual desarrollo social, político, económico y científico. En
opinión de Vargas Llosa la causa fundamental de la instauración del pensamiento
crítico, hasta alcanzar cotas que calificó de autoflagelación, fueron los
fenómenos de la secularización y el laicismo que tuvieron lugar en Occidente a partir de la disolución del mundo
medieval. La religión empezó a ocupar el lugar íntimo y personal que le
corresponde, rompiendo las barreras mentales que hasta entonces habían limitado
el progreso del hombre. No hacerlo así y seguir manteniendo a la religión en un
lugar central y absoluto como defienden algunos credos religiosos es, según
defendió Vargas Llosa, fuente de fanatismo, radicalismo, totalitarismo,
dogmatismo e intolerancia y camino seguro a la violencia, la opresión y falta
de libertad tanto de pensamiento como de acción. En su disertación estableció una
relación clave entre democracia y pensamiento crítico. Una sin el otro no se
entenderían. Basta recordar el célebre llamamiento socrático “Conócete a ti
mismo”, una expresión que nos recuerda que el autoconocimiento y
autoexamen son pasos indispensables
hacia la conformación de la ética individual y colectiva.
La última
intervención fue la de María Bermúdez, quien preguntó a Vargas Llosa sobre el
constante camino de ida y vuelta que mantiene en su obra entre su “exilio”
europeo y su Perú natal. La contestación pienso que debería ser tenida en
cuenta en una ciudad en la que prima el provincianismo de baja estofa. Vargas
Llosa dijo, con gran acierto y sentido común, que para entender a la tierra
natal y a sus gentes es necesario salir del restringido y cerrado círculo local
para tomar perspectiva y ver la realidad desde un plano distinto al habitual.
Con gran sentido del humor comentó que él no fue consciente de ser latinoamericano
hasta que arribó a España.
No hubo tiempo
para más. Ni siquiera el moderador tuvo tiempo para cerrar el acto.
Aprovechando que el público se puso de pie para agradecer a Mario Vargas Llosa
sus sabias palabras, el hizo lo mismo y emprendió, sin pensárselo dos veces, el
camino hacia la salida. Los demás seguimos su ejemplo y entre el ir y venir de
gentes hubo oportunidad de intercambiar impresiones con amigos y conocidos.
Algunos, con toda la razón, se quejaban del calor reinante en la sala y de la cantidad
de gente que permaneció de pie ante la falta de asientos libres. Una situación
incomprensible contando con un amplio y confortable auditorio que se supone
debe servir precisamente para actos
culturales de cierto relieve como una charla coloquio con el máximo
representante en nuestros días de las letras hispanas. Todo para que la foto en
los periódicos quedara bonita en el caso de que la afluencia de público no
fuera la esperada.
Me fui a la
casa exultante de alegría por haber escuchado a Mario Vargas Llosa y por haber
tenido la ocasión de formularle una pregunta a tan importante escritor
latinoamericano. Cuando caí en la cama no podía parar de darle vueltas a la
cabeza a las profundas ideas que había escuchado de boca de Vargas Llosa en
persona. Me costó conciliar el sueño. No
obstante, me relajé enseguida al pensar que al día siguiente podía volver a
escuchar a Vargas Llosa en el discurso que a buen seguro iba a pronunciar
después de recibir el Premio Convivencia.
La mañana del
día siguiente fue tan intensa que apenas tuve tiempo de pensar en el acto de la
tarde. A la hora prevista recogí a mis padres en las puertas de su domicilio y
nos dirigimos al auditorio de la
Manzana del Revellín. Una vez dentro ocupamos nuestros
asientos en el anfiteatro desde los que disfrutamos de unas esplendidas vistas
del escenario y del ambiente que se respiraba entre el patio de butacas. La
actividad se concentraba en la zona de las primeras filas reservadas a las
autoridades. Enternece el corazón ver lo mucho que se quieren entre ellos,
contemplar la de besos y abrazos que se reparten con enorme generosidad. La
llegada de Vargas Llosa, del que no se separaba el Presidente de la Ciudad , Don Juan Vivas Lara, atrajo enseguida la
atención de los fotógrafos y de aquellas autoridades, de menor y mayor rango,
que no querían quedarse sin la foto dando la mano al premio Nobel de
Literatura. Acto seguido, Vargas Llosa, Juan Vivas y Mabel Deu, Consejera de
Educación y Cultura, tomaron sus asientos en el escenario: por un lado, el
premiado; y en la mesa, las dos autoridades locales. La luz bajó de intensidad,
se elevó el volumen de la música ambiental y entró en el escenario la
presentadora de la gala, la periodista Susana Hevia. La maestra de ceremonias
cuenta con cualidades indispensables para desempeñar con brillantez una
responsabilidad de este calibre: belleza, simpatía, una bonita voz y una buena
dicción. Susana Hevia supo hacer buen uso de estas cualidades para salir airosa
de la difícil labor de presentar un acto presidido por las máximas autoridades
de la Ciudad y
por, nada más y nada menos, que un Premio Nobel de Literatura. El único pero
que le podría fue en la excesiva insistencia en que todos dibujáramos una
sonrisa en nuestra boca. Lo siento, no me gusto. Puede que fuera cosa del guión
y que ella nada tuviera que ver con esta ridícula, -por insistente-, demanda de
una sonrisa. Y es que no hay nada peor que una sonrisa forzada. Tampoco entendí
la de veces que repitió, al final del acto, la frase “Feliz Ramadán”, cuando
además sobraban dedos de una mano para contar los musulmanes que acudieron a la
entrega del premio. A mí me parece estupendo que se felicite a los ceutíes musulmanes por sus fiestas,
faltaría más, pero daba la impresión que la organización deseaba a toda costa
que los medios de comunicación recogieran esta felicitación dirigida a la
comunidad musulmana.
El acto
propiamente dicho comenzó con un video en el que latinoamericanos residentes en
Ceuta felicitaban a Mario Vargas Llosa por el premio. Me pareció muy emotivo el
gesto. Creo que llegó al corazón de los asistentes, por lo menos al mío.
Seguidamente actuó un grupo folclórico que representó una danza típica de la
localidad natal de Vargas Llosa. Si no me equivoco, a continuación proyectaron
un video que contenía una sucinta biografía del escritor. El documental, con la
voz y creo que también con el guión de José Manuel Domínguez, estaba muy
trabajado. A mí me gustó bastante. Una de las mejores cosas que se vieron esa
noche. Enhorabuena, por tanto, a José Manuel.
El discurso
leído por Mabel Deu no estuvo mal. Un mérito que, en todo caso, corresponde a su redactor. Si
lo hubiera repasado la
Consejera de Educación y Cultura ese mismo día a buen seguro
habría eliminado la parte en la que se pedía a Vargas Llosa que escribiera algo
sobre su experiencia en nuestra ciudad, sobre todo después de que la tarde
antes, en la charla coloquio, comentara que le repelía cualquier tipo de
solicitud expresa para que escribiera sobre un determinado asunto. Estoy
convencido que Vargas Llosa, simplemente por agradecimiento, aprovechará la primera
oportunidad que le surja para hablar de Ceuta. Ahora es posible que lo haga de
mala gana y forzado por una solicitud innecesaria y contraproducente.
Y llegó el
turno de Juan Vivas. Al principio se le notó nervioso, algo inédito en un
personaje con sus tablas sobre el escenario político. Era perfectamente
consciente que se dirigía a todo un premio Nobel de Literatura y quería
pronunciar un discurso que fuera del agrado de Mario Vargas Llosa. Y tengo que
decir que, en mi opinión, estuvo a la altura. Su discurso fue bastante
equilibrado y alejado del triunfalismo a la hora de hablar de la convivencia en
Ceuta. Supo distinguir entre los ideales y los hechos, además de alertar sobre
los inestables y frágiles pilares sobre los que sustenta una convivencia que
tiene más de ficción que de realidad. Me agrada observar que con el paso de los
años el Sr. Vivas se permite, de vez en cuando, reconocer la verdad de los
hechos.
Tras la
intervención del Presidente de la
Ciudad , la presentadora de la gala, Susana Hevia, procedió a
la lectura del acta del jurado y a continuación se le hizo entrega a Mario
Vargas Llosa de la escultura conmemorativa y del diploma acreditativo del
premio. Una vez que terminó la pose para las fotos, Vargas Llosa se dirigió al
atril sin un papel en la mano. Todo lo llevaba en su privilegiada cabeza. Noté
en su andar y expresión algo de cansancio. Nada de extrañar a tenor de su edad
y la apretada agenda a la que se ha tenido que ajustar en estos dos días de
estancia en Ceuta. Creo que parte de este cansancio se notó en el tono de su
discurso. No tuvo la intensidad y alegría de la tarde anterior. Puede que
también influyera el ambiente más protocolario y serio que asiste a este tipo
de galas. El hecho es que le faltó ritmo a la disertación y estuvo dándole
vueltas a la misma idea y a los mismos conceptos durante buena parte de su
intervención. Estos conceptos, importantes sin lugar a dudas, fueron los de
tolerancia, convivencia y la crítica a la irracional defensa de las verdades
absolutas. Cuando percibió que se había metido en un circunloquio, bello y
profundo, pero un circunloquio, recordó que le habían dado el premio por su
defensa de la emigración. Y se puso a soltar loas sobre los aspectos positivos
de la emigración y su necesidad para el mantenimiento del bienestar en las
sociedades más avanzadas, como la europea. Puso, como ejemplo, la emigración de
los españoles durante la postguerra a Alemania, Francia o países latinoamericanos
como México y Argentina. No obstante, introdujo el matiz de que estos flujos
migratorios no podían ser salvajes ni libres de restricciones por parte de los
países de acogida. A mí personalmente me pareció fuera de lugar una defensa tan
genérica de la emigración en lugar como Ceuta, donde, muy a nuestro pesar, nos hemos convertido en la primera línea de
contención de la emigración irregular por tierra y mar. Hablar de lo positivo
de la emigración, de su factor enriquecedor para la cultura y otras gaitas, lo
considero un sarcasmo en un lugar desnaturalizado por la emigración desde hace
setenta u ochenta años. No sé que le habrán contado al Sr. Vargas Llosa, pero
si en algún lugar queda patente los riesgos de una emigración salvaje, sin
control, para la convivencia y la cohesión social este sitio es Ceuta. Como nos
recordó Lewis Mumford en su obra “La condición del hombre”, “el intercambio
cultural exige un ritmo lento de intercambio y asimilación”, circunstancias que
no se han dado en el que caso de nuestra ciudad.
Tampoco fue
muy generoso Vargas Llosa al hablar de las vivencias que había tenido estos dos
días en nuestra ciudad. No se le pedía que recitara el poema de López Anglada
que tanto gusta a nuestro Presidente. Sí, ese de “Ceuta es un pequeña y dulce;..”,
un precioso poema que algunos, de tanto escucharlo por boca del Sr. Vivas,
estamos empezando a cogerle tirria. Pero al menos se lo podía haber esmerado un
poquito para hacer un comentario sobre la ciudad, su luz, el mar, su
gastronomía, el patrimonio, las gentes que tan amables habían sido con él,
etc…Puede que lo esté reservando para el libro que Mabel Deu le ha pedido que
escriba sobre Ceuta.
No quiero que
se me entienda mal. Hay sido todo un placer contar con la presencia de Vargas
Llosa en Ceuta. Escuchar su voz, disfrutar de su perfecta oratoria, aprender de
su ejemplo moral y ético, reflexionar sobre sus mensajes, constituyen una de
las experiencias más gratificantes de mi vida. Para quienes han estado atentos
y disfrutan de una mente abierta y despierta, Vargas Llosa nos ha dejado a los
ceutíes mensajes cargados de sentido y significado. Destaco, entre ellos, su
llamamiento a la tolerancia y la convivencia, sus advertencias contra los
colectivismos excluyentes y los defensores de las verdades absolutas, su
defensa del laicismo y la secularización, la necesidad de mantener activo un
pensamiento crítico y autocrítico, el cultivo de la cultura y la educación y,
finalmente, la obligada reivindicación de los importantes aportes de Occidente
a la humanidad, sin caer en actitudes prepotentes y etnocentristas. Nosotros,
los ceutíes, o al menos una parte de ellos, somos herederos de una cultura que
representa en muchos aspectos la suma de la realización humana, y en la medida
en que ahora está amenazada por las fuerzas bárbaras, tanto desde adentro como
desde afuera, debe abrevarse más vigorosamente en la fuente. Estos días hemos
disfrutado de la encarnación, en la persona de Vargas Llosa, de los valores que
han hecho posible el desarrollo de la civilización mundial. Un ser que ha
alcanzado las cotas más alta de refinamiento intelectual, moral y ético al que
puede llegar un ser humano. Un representante viviente del hombre y la mujer del
Mundo Único que se resiste a nacer de entre las ruinas de nuestro decadente
mundo basado en el crecimiento ilimitado y el desequilibrio interno del
hombre.
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