En un almacén de libros antiguos
y ocasión encontré un auténtico tesoro. Un libro de Albert Camus poco conocido
y difundido: “Problemas de nuestra época. Crónica argelina”. Bueno, más que un
libro, se trata de una recopilación de artículos periodísticos de Camus
dedicados a la situación argelina. Como oriundo de Argelia, Camus mantuvo un
valiente compromiso intelectual para encontrar una salida a la difícil situación
generada en su tierra natal entre los árabes y los colonos franceses. Ya en el
prefacio de esta obra adelantaba que su posición equidistante entre ambas
partes “no satisface a nadie, y conozco de antemano cómo será recibida por las
dos partes. Lo lamento sinceramente, pero no puedo forzar lo que siento y lo
que creo. Por lo demás, tampoco a mí nadie me satisface sobre este punto. Por
eso en la imposibilidad de unirme a ninguno de los campos extremos, frente a la
desesperación progresiva de este tercer campo, en el que todavía podía
conservarse la cabeza serena, dudando además de mis certezas y mis conocimientos,
y persuadido por fin de que la verdadera causa de nuestras locuras reside en
las costumbres y el funcionamiento de nuestra sociedad intelectual y política,
decidí no participar ya en las incesantes polémicas que no tienen otro efecto
que fortalecer en Argelia las intransigencias de la lucha, y el de dividir un
poco más a una Francia ya envenenada por el odio y las sectas”. Lejos de la
suficiencia con la que muchos hablan de asuntos complejos, Camus confiesa: “me
falta esa seguridad que permite resolverlo todo”. A pesar de este
reconocimiento a sus propias limitaciones no renuncia a sus obligaciones como
pensador que declara son “esclarecer las definiciones, para desintoxicar a los
espíritus y apaciguar los fanatismos, aun en contra de la corriente”.
Su
sincero ejercicio de humildad que le lleva a decir que “estoy dispuesto a
reconocer mis insuficiencias y los errores de juicio”, incluso a reconocer que “puedo
equivocarme o juzgar mal un drama que me
concierne demasiado”, no es incompatible con su elevado sentido de la
responsabilidad cívica. Una responsabilidad que no sólo le atañe a él. “Todos
seremos responsables solidarios, cada uno de nosotros debe dar testimonio de lo
que hizo y de lo que dijo”.
Aún
reconociendo las notorias diferencias entre el caso argelino y Ceuta, no son pocas las lecciones que podemos
extraer de este conflicto y de las impresiones que del mismo obtuvo Albert
Camus. La primera de ella son dos consejos indispensables para abordar
situaciones tan complejas: renunciar a “las simplificaciones demagógicas” y
protegerse de “las acusaciones recíprocas o los enjuiciamientos odiosos que no
modifican nada de la realidad que nos atañe”. Y la segunda un reconocimiento a
una realidad que nosotros estamos empezando a advertir en nuestra ciudad: que
las políticas de asimilación o integración cultural entre occidentales y
musulmanes suelen fracasar. Las razones son similares a las expuestas por Camus.
“Primero porque nunca se la emprendió verdaderamente, y luego porque el pueblo
árabe conservó su personalidad, que no puede reducirse a la nuestra”.
¿Cuáles
son entonces las alternativas que se nos presentan? Según Camus, “esas
personalidades, ligadas recíprocamente por la fuerza de las circunstancias,
pueden elegir o bien asociarse o bien destruirse. De manera que en Argelia no
se trata de elegir entre la abdicación o la reconquista, sino entre el
matrimonio de conveniencia o el matrimonio de muerte de dos xenofobias”. ¿Es
este el destino que nos espera a los ceutíes? ¿Seremos capaces de establecer una
relación que no sea de conveniencia sino de amistad y mutua comprensión?
¿Nuestro matrimonio dará lugar a hombres y mujeres con los mejores valores de
ambas culturas? ¿Podremos mantener una relación basada en la sinceridad y la
generosidad? Todo indica que el divorcio está próximo. Sin embargo, al igual
que Camus, estoy convencido de que “este sortilegio puede romperse, de que esa
impotencia es una ilusión, de la que fuerza del corazón, la inteligencia, la
valentía, son suficientes para tener en jaque al destino, y a veces hasta para frustrarlo.
Basta solamente quererlo, no ciegamente, sino con voluntad firme y reflexiva”. En la consecución
de este esfuerzo, “la misión de los hombres de cultura y de fe consiste en
mantenerse en lo suyo, en ayudar al hombre contra lo que lo oprime, en
favorecer su libertad contra la facilidades que lo cercan”. Es nuestro deber y,
como dice Camus, “los únicos hombres firmes en cuanto a sus deberes son
aquellos que no ceden nada de sus derechos”.
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