domingo, 28 de julio de 2013

EL LARGO Y COMPLEJO PROCESO DE LA REVOLUCIÓN INTEGRAL


Muchos intelectuales y pensadores han dedicado su vida y obra a la noble tarea de intentar transformar la realidad social, económica y cultural de su época. Al hacer balance del impacto de su trabajo no pocos han caído en una profunda depresión ante la nula o escasa influencia de su labor intelectual. Quizá no tuvieron en cuenta lo dicho por Lewis Mumford: que las ideas no toman posesión de una sociedad por mera diseminación literaria. Según Mumford, “éste es el error del racionalismo del siglo XVIII o el engaño de la publicidad moderna. Para ser socialmente operantes, las ideas deben ser incorporadas por instituciones y leyes, puestas en acción por la disciplina diaria de la vida individual, corporizadas finalmente en edificios y obras de arte que crean un escenario efectivo para el nuevo drama, y transportan su tema del mundo de los sueños, donde fueron creadas, al mundo de la realidad, donde son probadas, desafiadas, modificadas”.
 
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Lewis Mumford

                En su obra “La condición del hombre”, y de manera más resumida en “Las transformaciones del hombre”, Mumford describe un cuadro general del proceso por el cual una idea cobra fuerza suficiente para transformar a la persona y a la comunidad. “El proceso puede dividirse, a grandes rasgos en cuatro etapas, habitualmente sucesivas, aunque algunos aspectos de las últimas etapas tal vez se presenten ya al comienzo”.

“…La primera etapa es la de la Expresión. Entonces cobra la nueva idea, en diversos espíritus, como una nueva mutación: una imagen de nuevas posibilidades, intuitivamente aprehendida, a veces racionalmente formalizada, pero por naturaleza frágil y perecedera, puesto que todavía carece de órganos. La etapa siguiente es la de la Encarnación: la idea se transforma en un ser humano vivo y en los actos y hechos y propósitos de su vida. Y si sólo unos pocos comprenden las ideas de la idea pura, muchos son los capaces de comprender el ejemplo vivo, y en el acto mismo de la encarnación se explora y se completa la naturaleza de la idea”.

“…Una vez que ha tenido lugar la encarnación, el paso siguiente es el de la Incorporación dentro de la comunidad: la incidencia detallada del precepto y la creencia en los hábitos de la vida diaria, el vestido, la higiene y la medicina; el ceremonial, los modales y las leyes. Viene por último la Asimilación: la organización estructural de la idea original en obras de arte técnicas, edificios, monumentos, formas del paisaje y ciudades, proceso que, una vez colocados los cimientos, puede desenvolverse tan rápidamente como el crecimiento de la arquitectura de piedra de las pirámides”.

                Mumford destaca que por el proceso de “mimesis” un nuevo molde de personalidad y un nuevo plan de vida toman posesión de muchas vidas individuales y les dan una tarea común y una finalidad única. Por tanto, la encarnación y mimesis son esenciales en el proceso social, tal y como ha estudiado y defendido con acierto el pensador Javier Gomá en su obra "Ejemplaridad Pública".
 
Javier Gomá Lanzón
 

                Tal y como explica Mumford en “La condición del hombre”, “sólo en el momento de su formulación es pura una idea; entonces tiene la claridad de una forma platónica, la propiedad de un mente iluminada; un todo metafísico y lógico. Pero para sobrevivir, la idea debe adaptarse al ambiente impuro, al ambiente de la vida; de otra manera está condenada a la esterilidad. Si facilita forma a nuevas instituciones, también a su vez será deformada por las instituciones existentes que son todavía fuertes. La gente que no comprende la naturaleza de este proceso tiene o bien a despreciar las ideas, porque no puede reconocer su presencia y su funcionamiento en la institución afectada por ellas, o desprecia el mundanal mundo, porque en el proceso de vulgarización de una idea inevitablemente la desvía. Hay que entender que “las ideas no se convierten en formativas hasta que echan raíces en la sociedad; hasta que se materializan. Esta materialización es inevitablemente una traición y una realización”.

“…Para sobrevivir en una comunidad, una idea debe descansar sobre los soportes exteriores de los nuevos hábitos, disciplinas, leyes, construcciones; debe tomar forma en las relaciones domésticas y en las organizaciones políticas. Todas estas envolturas de las ideas tienden a ocultar más y más el núcleo original. Si la idea original que ha sido incorporada y ha tomado cuerpo en la vida de la comunidad ha de mantenerse viva, debe existir un perpetuo retorno a sus fuentes originales y una igual capacidad para anticipar y formular nuevas experiencias que permitirán un crecimiento ulterior. El primero paso es relativamente más fácil que el segundo”. No cabe duda de esta apreciación. Algunas  religiones como el Islam están tan sujetas a la idea original que no han podido evolucionar. Y es que, tal y como advertía Mumford, “cada idea formativa, en el acto de prolongar su existencia, tiende a matar el espíritu original que la trajo. Y sin embargo, sin sufrir esta transformación y extensión, la idea hubiera continuado inoperante y encerrada en sí misma”. Los fundadores del Islam quisieron evitar los peligros inherentes que conlleva la realización de la idea en el vida y la práctica, declarando a su texto sagrado directamente inspirado y dictado por su Dios, con lo que su interpretación era tanto como cuestionar la palabra divina e incurrir en un pecado inasumible. La iglesia católica también ha mostrado un notorio distanciamiento de los principios cristianos y del ejemplo de Jesús de Nazareth, así como una fuerte resistencia para asimilar las nuevas experiencias históricas y readaptar su discurso. La figura del nuevo Papa Francisco parece abrir una esperanza de cambio y evolución en el pensamiento católico.
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Papa Francisco
 

                En un terreno más profano y cercano a nuestra realidad actual, Mumford, en las últimas páginas de “La condición del hombre”, hizo una puntualización muy importante sobre su teoría de las transformaciones históricas de la personalidad y la comunidad. A partir de su amplio conocimiento de evolución de la condición humana, Mumford concluye que “el periodo formulación casi siempre anticipa en medio siglo o más a los estados de encarnación y realización. De manera que si hemos de alcanzar una economía equilibrada, una comunidad equilibrada y un personalidad equilibrada, será con la ayuda de ideas de larga existencia suficientemente maduras para estar lista ahora para su asimilación”.  Un planteamiento que contrasta,  y ya denunciaba Mumford, con el hábito de nuestra época que consiste “en pensar que ningún cambio es digno de discusión si no puede ser organizado inmediatamente en movimiento visible: los alistamientos en masa de miles, si es posible de millones, de hombres y mujeres. Muchos de los movimientos actuales que pretenden homenaje son poco más que recursos de publicidad: recursos decorativos que no cambian ni mueven nada. Así, sin embargo, sería un movimiento revolucionario siempre que los que tomen parte en él vuelvan a modelar los instrumentos con que trabajan: primeramente ellos mismos”.
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                Frente a tantas movilizaciones ciudadanas, tantas manifestaciones frustrantes, tanto mensaje publicitario, tanto slogan ocurrente, tanta insatisfacción personal al comprobar que salir a la calle no sirve más que para hacer bulto, tanto exabrupto inútil  dirigido contra la clase política, debemos recordar, según nos dice Mumford, “que sólo en un lugar puede empezar la inmediata renovación (o revolución integral, como defendemos algunos): dentro de la persona. Cada uno, dentro de su campo de acción –el hogar, la vecindad, la ciudad, la región, la escuela, la fábrica, la mina, la oficina, el sindicato, debe llevar a su labor inmediata diaria una nueva actitud hacia sus funciones y obligaciones. Su trabajo  colectivo no puede elevarse a un nivel más alto que su escala personal de valores. Una vez efectuada la transformación en la persona, cada grupo lo ha de registrar y responder a ella. Hoy día nuestros mejores planes fracasan porque están en manos de personas que no han sufrido ninguna transformación interior. La mayoría de esa gente ha retrocedido ante la crisis mundial y no tiene noción de la manera que han contribuido a que se produzca”.

                Reforzando esta idea, Mumford apunta: “los que esperan que se produzcan rápidos cambios totales en nuestras instituciones subestiman las dificultades que ahora enfrentamos: los caminos de la barbarie y el automatismo, esos traidores gemelos de la libertad, han llegado demasiado lejos. En su impaciencia, en su desesperación, esa gente ansía secretamente cargar el peso de su propia regeneración en un salvador: un presidente, un Papa, un dictador –vulgares remedos de una divinidad rebajada o una corrupción endiosada-. Pero tal conductor es sólo la masa de la humanidad en minúscula: la encarnación de nuestros resentimientos, odios, sadismos o de nuestras cobardías, confusiones y cobardías. No hay salvación por medio de esa desnuda autoadoración. Cada hombre y cada mujer deben primer asumir en silencio su propia carga y debemos simplificar nuestra rutina diaria”. Junto a ello añade, debemos asumir las responsabilidades públicas y trabajar por la unidad y la fraternidad efectiva del hombre. Debemos tener claro que “mientras no nos reconstruyamos nosotros mismos, todos nuestros triunfos externos han de venirse abajo”.

                Como advertencia a quienes gustan las simplificaciones demagógicas y huyen de cualquier de esfuerzo continuado, Mumford sentencia que “no hay formula sencilla para esta renovación. No es suficiente hacer todo lo posible: debemos hacer lo que parece imposible. Nuestra primera necesidad no es de organización, sino de orientación. Una cambio de dirección y actitud. Debemos aportar a cada actividad y a cada plan de vida un nuevo criterio de juicio: debemos preguntar en qué medida promueve los procesos de realización de la vida y cuánto respeto acuerda a las necesidad de la personalidad”.

1 comentario:

  1. Frente a tantas movilizaciones ciudadanas, tantas manifestaciones frustrantes, tanto mensaje publicitario, tanto slogan ocurrente, tanta insatisfacción personal al comprobar que salir a la calle no sirve más que para hacer bulto, tanto exabrupto inútil dirigido contra la clase política, debemos recordar, según nos dice Mumford, “que sólo en un lugar puede empezar la inmediata renovación (o revolución integral, como defendemos algunos): dentro de la persona. Cada uno, dentro de su campo de acción –el hogar, la vecindad, la ciudad, la región, la escuela, la fábrica, la mina, la oficina, el sindicato, debe llevar a su labor inmediata diaria una nueva actitud hacia sus funciones y obligaciones. Su trabajo colectivo no puede elevarse a un nivel más alto que su escala personal de valores. Una vez efectuada la transformación en la persona, cada grupo lo ha de registrar y responder a ella. Hoy día nuestros mejores planes fracasan porque están en manos de personas que no han sufrido ninguna transformación interior. La mayoría de esa gente ha retrocedido ante la crisis mundial y no tiene noción de la manera que han contribuido a que se produzca”.

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