Muchos
intelectuales y pensadores han dedicado su vida y obra a la noble tarea de
intentar transformar la realidad social, económica y cultural de su época. Al hacer
balance del impacto de su trabajo no pocos han caído en una profunda depresión
ante la nula o escasa influencia de su labor intelectual. Quizá no tuvieron en
cuenta lo dicho por Lewis Mumford: que las ideas no toman posesión de una
sociedad por mera diseminación literaria. Según Mumford, “éste es el error del
racionalismo del siglo XVIII o el engaño de la publicidad moderna. Para ser
socialmente operantes, las ideas deben ser incorporadas por instituciones y
leyes, puestas en acción por la disciplina diaria de la vida individual,
corporizadas finalmente en edificios y obras de arte que crean un escenario
efectivo para el nuevo drama, y transportan su tema del mundo de los sueños,
donde fueron creadas, al mundo de la realidad, donde son probadas, desafiadas,
modificadas”.
Lewis Mumford |
En
su obra “La condición del hombre”, y de manera más resumida en “Las
transformaciones del hombre”, Mumford describe un cuadro general del proceso
por el cual una idea cobra fuerza suficiente para transformar a la persona y a
la comunidad. “El proceso puede dividirse, a grandes rasgos en cuatro etapas,
habitualmente sucesivas, aunque algunos aspectos de las últimas etapas tal vez
se presenten ya al comienzo”.
“…La primera etapa es la de la Expresión.
Entonces cobra la nueva idea, en diversos espíritus, como una nueva mutación:
una imagen de nuevas posibilidades, intuitivamente aprehendida, a veces
racionalmente formalizada, pero por naturaleza frágil y perecedera, puesto que
todavía carece de órganos. La etapa siguiente es la de la Encarnación: la idea se
transforma en un ser humano vivo y en los actos y hechos y propósitos de su
vida. Y si sólo unos pocos comprenden las ideas de la idea pura, muchos son los
capaces de comprender el ejemplo vivo, y en el acto mismo de la encarnación se
explora y se completa la naturaleza de la idea”.
“…Una vez que ha tenido lugar la
encarnación, el paso siguiente es el de la Incorporación dentro de la
comunidad: la incidencia detallada del precepto y la creencia en los hábitos de
la vida diaria, el vestido, la higiene y la medicina; el ceremonial, los
modales y las leyes. Viene por último la Asimilación: la organización
estructural de la idea original en obras de arte técnicas, edificios,
monumentos, formas del paisaje y ciudades, proceso que, una vez colocados los
cimientos, puede desenvolverse tan rápidamente como el crecimiento de la
arquitectura de piedra de las pirámides”.
Mumford
destaca que por el proceso de “mimesis” un nuevo molde de personalidad y un
nuevo plan de vida toman posesión de muchas vidas individuales y les dan una
tarea común y una finalidad única. Por tanto, la encarnación y mimesis son esenciales
en el proceso social, tal y como ha estudiado y defendido con acierto el
pensador Javier Gomá en su obra "Ejemplaridad Pública".
Javier Gomá Lanzón |
Tal
y como explica Mumford en “La condición del hombre”, “sólo en el momento de su
formulación es pura una idea; entonces tiene la claridad de una forma
platónica, la propiedad de un mente iluminada; un todo metafísico y lógico.
Pero para sobrevivir, la idea debe adaptarse al ambiente impuro, al ambiente de
la vida; de otra manera está condenada a la esterilidad. Si facilita forma a
nuevas instituciones, también a su vez será deformada por las instituciones
existentes que son todavía fuertes. La gente que no comprende la naturaleza de
este proceso tiene o bien a despreciar las ideas, porque no puede reconocer su
presencia y su funcionamiento en la institución afectada por ellas, o desprecia
el mundanal mundo, porque en el proceso de vulgarización de una idea
inevitablemente la desvía. Hay que entender que “las ideas no se convierten en
formativas hasta que echan raíces en la sociedad; hasta que se materializan.
Esta materialización es inevitablemente una traición y una realización”.
“…Para sobrevivir en una
comunidad, una idea debe descansar sobre los soportes exteriores de los nuevos
hábitos, disciplinas, leyes, construcciones; debe tomar forma en las relaciones
domésticas y en las organizaciones políticas. Todas estas envolturas de las
ideas tienden a ocultar más y más el núcleo original. Si la idea original que
ha sido incorporada y ha tomado cuerpo en la vida de la comunidad ha de
mantenerse viva, debe existir un perpetuo retorno a sus fuentes originales y
una igual capacidad para anticipar y formular nuevas experiencias que
permitirán un crecimiento ulterior. El primero paso es relativamente más fácil
que el segundo”. No cabe duda de esta apreciación. Algunas religiones como el Islam están tan sujetas a
la idea original que no han podido evolucionar. Y es que, tal y como advertía
Mumford, “cada idea formativa, en el acto de prolongar su existencia, tiende a
matar el espíritu original que la trajo. Y sin embargo, sin sufrir esta
transformación y extensión, la idea hubiera continuado inoperante y encerrada
en sí misma”. Los fundadores del Islam quisieron evitar los peligros inherentes
que conlleva la realización de la idea en el vida y la práctica, declarando a
su texto sagrado directamente inspirado y dictado por su Dios, con lo que su
interpretación era tanto como cuestionar la palabra divina e incurrir en un
pecado inasumible. La iglesia católica también ha mostrado un notorio
distanciamiento de los principios cristianos y del ejemplo de Jesús de
Nazareth, así como una fuerte resistencia para asimilar las nuevas experiencias
históricas y readaptar su discurso. La figura del nuevo Papa Francisco parece
abrir una esperanza de cambio y evolución en el pensamiento católico.
Papa Francisco |
En
un terreno más profano y cercano a nuestra realidad actual, Mumford, en las
últimas páginas de “La condición del hombre”, hizo una puntualización muy importante
sobre su teoría de las transformaciones históricas de la personalidad y la
comunidad. A partir de su amplio conocimiento de evolución de la condición
humana, Mumford concluye que “el periodo formulación casi siempre anticipa en
medio siglo o más a los estados de encarnación y realización. De manera que si
hemos de alcanzar una economía equilibrada, una comunidad equilibrada y un
personalidad equilibrada, será con la ayuda de ideas de larga existencia suficientemente
maduras para estar lista ahora para su asimilación”. Un planteamiento que contrasta, y ya denunciaba Mumford, con el hábito de
nuestra época que consiste “en pensar que ningún cambio es digno de discusión
si no puede ser organizado inmediatamente en movimiento visible: los
alistamientos en masa de miles, si es posible de millones, de hombres y
mujeres. Muchos de los movimientos actuales que pretenden homenaje son poco más
que recursos de publicidad: recursos decorativos que no cambian ni mueven nada.
Así, sin embargo, sería un movimiento revolucionario siempre que los que tomen
parte en él vuelvan a modelar los instrumentos con que trabajan: primeramente
ellos mismos”.
Frente
a tantas movilizaciones ciudadanas, tantas manifestaciones frustrantes, tanto
mensaje publicitario, tanto slogan ocurrente, tanta insatisfacción personal al
comprobar que salir a la calle no sirve más que para hacer bulto, tanto
exabrupto inútil dirigido contra la
clase política, debemos recordar, según nos dice Mumford, “que sólo en un lugar
puede empezar la inmediata renovación (o revolución integral, como defendemos
algunos): dentro de la persona. Cada uno, dentro de su campo de acción –el
hogar, la vecindad, la ciudad, la región, la escuela, la fábrica, la mina, la
oficina, el sindicato, debe llevar a su labor inmediata diaria una nueva
actitud hacia sus funciones y obligaciones. Su trabajo colectivo no puede elevarse a un nivel más
alto que su escala personal de valores. Una vez efectuada la transformación en
la persona, cada grupo lo ha de registrar y responder a ella. Hoy día nuestros
mejores planes fracasan porque están en manos de personas que no han sufrido
ninguna transformación interior. La mayoría de esa gente ha retrocedido ante la
crisis mundial y no tiene noción de la manera que han contribuido a que se
produzca”.
Reforzando
esta idea, Mumford apunta: “los que esperan que se produzcan rápidos cambios
totales en nuestras instituciones subestiman las dificultades que ahora
enfrentamos: los caminos de la barbarie y el automatismo, esos traidores
gemelos de la libertad, han llegado demasiado lejos. En su impaciencia, en su
desesperación, esa gente ansía secretamente cargar el peso de su propia regeneración
en un salvador: un presidente, un Papa, un dictador –vulgares remedos de una
divinidad rebajada o una corrupción endiosada-. Pero tal conductor es sólo la
masa de la humanidad en minúscula: la encarnación de nuestros resentimientos,
odios, sadismos o de nuestras cobardías, confusiones y cobardías. No hay salvación
por medio de esa desnuda autoadoración. Cada hombre y cada mujer deben primer
asumir en silencio su propia carga y debemos simplificar nuestra rutina diaria”.
Junto a ello añade, debemos asumir las responsabilidades públicas y trabajar
por la unidad y la fraternidad efectiva del hombre. Debemos tener claro que “mientras
no nos reconstruyamos nosotros mismos, todos nuestros triunfos externos han de
venirse abajo”.
Como
advertencia a quienes gustan las simplificaciones demagógicas y huyen de
cualquier de esfuerzo continuado, Mumford sentencia que “no hay formula
sencilla para esta renovación. No es suficiente hacer todo lo posible: debemos
hacer lo que parece imposible. Nuestra primera necesidad no es de organización,
sino de orientación. Una cambio de dirección y actitud. Debemos aportar a cada
actividad y a cada plan de vida un nuevo criterio de juicio: debemos preguntar
en qué medida promueve los procesos de realización de la vida y cuánto respeto
acuerda a las necesidad de la personalidad”.
Frente a tantas movilizaciones ciudadanas, tantas manifestaciones frustrantes, tanto mensaje publicitario, tanto slogan ocurrente, tanta insatisfacción personal al comprobar que salir a la calle no sirve más que para hacer bulto, tanto exabrupto inútil dirigido contra la clase política, debemos recordar, según nos dice Mumford, “que sólo en un lugar puede empezar la inmediata renovación (o revolución integral, como defendemos algunos): dentro de la persona. Cada uno, dentro de su campo de acción –el hogar, la vecindad, la ciudad, la región, la escuela, la fábrica, la mina, la oficina, el sindicato, debe llevar a su labor inmediata diaria una nueva actitud hacia sus funciones y obligaciones. Su trabajo colectivo no puede elevarse a un nivel más alto que su escala personal de valores. Una vez efectuada la transformación en la persona, cada grupo lo ha de registrar y responder a ella. Hoy día nuestros mejores planes fracasan porque están en manos de personas que no han sufrido ninguna transformación interior. La mayoría de esa gente ha retrocedido ante la crisis mundial y no tiene noción de la manera que han contribuido a que se produzca”.
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