lunes, 11 de marzo de 2013

EL AGUA DE LA VIDA

En el itinerario de Al Warrak, escrito en el siglo X, se cita un lugar llamado Ma` Al-Hayat (el agua de la vida). Según el investigador Ahmed Siraj, este sitio esta ubicado al este de la punta de Benzú, entre este punto y la ciudad de Ceuta. En un mapa que acompaña al estudio del profesor Siraj, éste lo sitúa en las inmediaciones del arroyo de Calamocarro. Una tradición relaciona a este lugar con un personaje coránico célebre, Al-Khidr. Según cuentan, Al-Khidr emprendió una expedición, junto a Alejandro el Grande, en la búsqueda de Ma` Al-Hayat, fuente que daba la vida eterna a todos aquellos que la probaban y bebían. Tal es así, que según esta tradición, Al-Khidr, que bebió de esta fuente, aún podría estar vivo.
            Sea o no sea cierta esta leyenda, es innegable la pérdida del sentido espiritual y mágico del agua. Yo comparto el parecer de autores como Iván Illich, quién en su conocida obra “H20 y las aguas del olvido”, se negaba a aceptar que todas las aguas puedan ser reducidas a un compuesto químico, el H20. El agua, cada día más manipulada por el hombre, ha devenido en H20, que es, en palabras de Illich, “una creación social de los tiempos modernos, un recurso escaso que requiere un manejo técnico. Es un fluido manipulado que ha perdido la capacidad de reflejar el agua de los sueños”. Nosotros nos sumamos a la reivindicación de Illich de poder “saciar la sed sin recurrir a H2O entubado, embotellado, desinfectado”. La verdadera agua es la que brota  de los manantiales y fluye libremente en las corrientes de agua. Por ello hemos solicitamos que el agua procedente de los manantiales de Benzú no se mezcle con el H20 producida en la planta desalinizadora y que se restauren las fuentes de agua existente en la ciudad. El agua de los manantiales y de las fuentes naturales localizadas en distintos puntos de Ceuta tendría que estar disponible, de  manera libre y gratuita, para todos los habitantes de la ciudad.


                              Imagen de al-Khidr y Alejandro Magno, junto al pez de "Moises"

sábado, 9 de marzo de 2013

¡LA FIESTA DE LA VIDA!

Cualquier persona dotada de un mínimo de sensibilidad no puede menos que estremecerse cuando se entera que una persona ha decidido quitarse la vida, agobiado por los frecuentes problemas económicos que están provocando la crisis. En el prólogo de su autobiografía, Lewis Mumford comenta que él nunca quiso verse arrastrado por el nihilismo suicida de nuestra civilización y, aunque muchos vieron en él a un profeta de la fatalidad, luchó valiéndose de su pluma por la “Renovación de la Vida”. Para Mumford la vida es el bien central y la fuente de todos los otros bienes: la vida en todas sus manifestaciones orgánicas, e incluso en sus desalentadoras contradicciones y sus tragedias. La vida, según Mumford, no abarca sólo el amor, el coraje, la cordialidad humana y la alegría, sino también la alienación, la frustración y el dolor.
             Lewis Mumford reconocía que el concepto de “vida” no puede ser embalado en una sola frase o incluso en un solo libro. Prefiero explicitar el profundo significado de este término a partir de la experiencia vital de un compañero suyo en la Universidad de Stanford, el profesor Jeffrey Smith. Su colega y amigo había luchado durante toda su vida contra viento y marea, criando una numerosa familia, mientras que apenas podía mantener la cabeza fuera del agua por los abultados gastos económicos que soportaba con su limitado sueldo de profesor universitario. Según narra Mumford, “si un hombre tenía derecho a estar desalentado o amargado respecto a su destino, parecería haber sido ese hombre. Sin embargo, nunca se desesperó. Ocurrió entonces que enfermó de gravedad. Un poco antes de morir, Mumford le encontró en muy mal estado de salud, con una dolencia que ya no podía ser combatida o  paliada.  La conversación con su extrañable compañero terminó con una frase, se puede decir de despedida, que conmovió a Mumford y nunca olvidaría: "Sí, hijo mío", le dijo el Prof. Smith. "Mi hora ha llegado. La fiesta de la vida se acabará pronto".
¡La fiesta de la vida!, repite Mumford. Esta frase, según cuenta, “pronunciada por un hombre que se había enfrentado, -en más ocasiones de lo habitual-, a las penurias y las miserias de la vida y que parecía haber disfrutado muy poco de sus dones, es una afirmación que debe confundir a mil nihilismos”. La existencia del Prof. Smith era un ejemplo de la necesidad de aceptar la vida, tanto en sus aspectos positivos como negativos. Su amigo puso de manifiesto que ningún aspecto de la vida es demasiado mezquino, repugnante o vil para no ser tenido en cuenta como parte del significado y valor de la vida. Como dijo Plotino era mejor, incluso para un animal, haber vivido y sufrido, antes que nunca haber vivido en absoluto.  
            Lewis Mumford tuvo que hacer frente a un acontecimiento muy trágico: “en la Segunda Guerra Mundial, "la fiesta de la vida" fue arrebatada a nuestro hijo demasiado pronto,  a la edad de diecinueve años”. Lo único que conseguía consolarle era recordar que su hijo fue feliz y alcanzó momentos de plenitud vital. “Aunque fue lamentable tal muerte prematura, con todo había conocido muchos momentos de satisfacción”. Disfrutar de la “fiesta de la vida”, aún cuando este cargada de amargos momentos y hondas tristezas, es mucho mejor que enfrentarse al proceso de descomposición mental que tiene lugar en aquellos que nunca conscientemente han saboreado el festín de la vida”. Un tipo de persona, caracterizada por una “vida no vivida”, que “toman su venganza, ahora hundiéndose en la dócil aceptación de su rutina carcelaria, ahora  erupcionando en las fantasías y actos de violencia insensata”. Las personas, en definitiva, que se convierten en los autores reales de la fatalismo que empuja a muchos a acabar, demasiado pronto, con ¡LA FIESTA DE LA VIDA!.


                                 LEWIS MUMFORD Y SU HIJO GEDDES

viernes, 8 de marzo de 2013

LA MOMIFICACIÓN DE CHÁVEZ Y LA PATOLOGÍA DEL PODER

Ha saltado la noticia de que el gobierno provisional de Venezuela, con el presidente interino Maduro a la cabeza, ha dado orden de embalsamar el cuerpo de Hugo Chávez, como en su tiempo se hizo con los cuerpos de Mao o Lenin. La idea es momificar el cadáver del presidente venezolano y exponerlo en un lugar destacado  del país para que sus devotos puedan rendirle culto. Vemos como el antaño culto de la monarquía divina ha resucitado y se ha hecho más eficaz gracias a las nuevas tecnologías de control de masas.
Según expuso Mumford en “El Pentágono del Poder”, “la patología del complejo del poder se expresa públicamente de dos formas: la magnificación y la momificación”. Para Mumford, el producto final de esta inflación fraudulenta del poder es una momia: “una cadáver preservado al modo egipcio, ubicado en una tumba para su adoración pública. A esta deificación innoble no pudo escapar ni siquiera Lenin, que según su viuda no quería ningún monumento”.  En el caso de Hugo Chávez, creo que estaría encantado de conocer que su cuerpo, tras su muerte, iba a ser momificado y depositado junto a Simón Bolívar.


EL REENCUENTRO DE LA MUJER CON SU SEXUALIDAD

   Tras la disolución de la síntesis medieval y el surgimiento del capitalismo como modelo económico y el absolutismo como sistema político, hubo diversos intentos para frenarlos. El protestantismo trató de frenar el espíritu capitalista y al final no hizo sino profundizar sus canales. Según comenta Mumford en “La condición del hombre”, “hasta el siglo XIX las fuerzas negadoras de la vida (mamonismo, mecanicismo y capitalismo) no ganaron la partida porque, mientras tanto, la disolución de la síntesis medieval había dado lugar a un contramovimiento: una activación de la líbido, una intensificación de los sentidos, una introducción de la mente en sus propios laberintos, una expansión de cada actividad que promovía animación, alegría, exuberancia corporal”. De este movimiento surgieron dos nuevos prototipos humanos: el caballero y su contraparte femenina, la cortesana y la dama.
            Entre los siglos XVI y XX, se produjo, según Mumford, una profunda modificación en el sexo, en el amor y en la paternidad. Durante este periodo histórico el gran tema del arte fue la celebración y goce de la mujer. Los pintores desnudaron a la mujer, revelaron los encantos de la naturaleza e idealizaron las posibilidades de la experiencia erótica. A partir de este momento, la mujer siente su poder: su poder de dar y negar.
La diferencia entre la mujer medieval y la mujer barroca es abismal. Mientras que para la mujer medieval su verdadera vida como mujer empezaba con la maternidad, en la mujer barroca, su vida era más bien detenida por la maternidad. Estaba más cerca de la cortesana que de la virgen, y tenía menor autoridad como esposa porque ocupaba una mayor lugar como amante. Con esta reencuentro del sexo, la mujer adquirió un yo maduro en esferas ajenas al sexo, y su influencia se hizo sentir más en las esferas intelectuales y políticas.
Para nuestra desgracia, y sobre todo para las mujeres, el triunfo definitivo del capitalismo, que todo lo mercantiliza, el desnudo femenino ha sido transformado en un reclamo publicitario que igual sirve para promocionar una marca de champú que un desodorante masculino. De símbolo de la ardiente vitalidad se ha degradado a estandarte del atroz consumismo y, en el peor de los casos, en horrendas expresiones de vulgar pronografía.
 
 

martes, 5 de marzo de 2013

RENACIMIENTO Y CAPITALISMO

El clasicismo fue una contrarrevolución “snob” contra el naturalismo popular y la vivaz imaginación de la edad media”, Lewis Mumford.

Muchos pensarán: ¿Qué tiene que ver el capitalismo con el renacimiento?. Según comenta Lewis Mumford en su obra “la condición del hombre”, “la cultura clásica tuvo un singular empleo en la nueva economía del capitalismo: fue el lenguaje secreto de los clases altas…Soñando con una Roma ideal, que no había existido más que en su imaginación, estos mercaderes, escolares y gobernantes trataron de embellecer su propio mundo con reconstrucciones y adaptaciones del pasado clásico”. El supuesto humanismo que surgió a finales del siglo XIV, en opinión de Mumford, ayudó a degradar el arte popular. Antes del mal llamado “renacimiento”, “los hombres participaban en representaciones religiosas, ayudaban a elegir el arquitecto y criticar el trabajo y la decoración de los grandes edificios: la función crítica era tan universal como las oportunidades de creación estética. Todas las fuentes de creación estaban en la vida común”.
            Para que tuviera éxito el nuevo orden del capitalismo y absolutismo, “fue necesario hacer caer en el descrédito esta cultura popular, disminuir y ridiculizar su estética; tachar de crudas o bárbaras sus más altas realizaciones…Esta denigración se produjo al mismo tiempo que la transferencia de autoridad de los trabajadores mismos a un déspota estético: el hombre de gusto que había leído los tratados clásicos y sabía de memoria las reglas clásicas”. Con el “Renacimiento”, el sistema mecánico de producción volvió a entrar en la arquitectura, con la ornamentación estandarizada repetida que armonizaba con el orden clásico.
            Para Mumford, “la adoración de los clásicos trato deliberadamente de elevar la cultura por encima del nivel popular: por definición, un zapatero, un tallista o un ebanista no podía ser humanista. La cultura pasó a ser un objeto de consumo, sobre todo de tesoros físicos. Las clases superiores cercaron la cultura pagana, dejándola abierta solo para ellos: lo que no estaba dentro del cerco, no era cultura”.


lunes, 4 de marzo de 2013

LA NOTACIÓN DE LA VIDA

El escocés Patrick Geddes fue considerado por Lewis Mumford su maestro, mentor e inspirador. Los rasgos principales del carácter de Geddes fueron la energía intelectual, la curiosidad omnívora, talento práctico y vitalidad sexual. Este enorme pensador unió el pensamiento a la acción y la acción a la vida, y la vida misma a las más altas manifestaciones del sentido, el sentimiento y la experiencia: la vida orgánica no culminaba simplemente en la sagacidad del hombre, sino en los ideales superiores del hombre.



            Su complejo pensamiento quedó plasmado en una serie de diagramas, a los que era muy aficionado Geddes. El más conocido e interesante lleva el título de la notación de la vida. En este, en apariencia, complejo cuadro se representa el registro de la vida. Para entenderlo hay que partir de la explicación de los cuatro cuadrantes en los que está dividido, según el esquema que reproducimos a continuación.



            El lado izquierdo, los cuadrantes 1 y 2, corresponden a los aspectos más pasivos, es decir, para los rasgos de la personalidad relacionados con el lugar (cuadrante 1) y con el trabajo (cuadrante 2). Por su parte, el lado derecho corresponde a la acción: al hombre que orienta su vida diaria y rehace el lugar. Si doblamos la hoja por el medio, horizontalmente, nos quedan así cuatro sectores cada uno de los cuales corresponde a uno de los principales campos de la vida humana: el mundo externo tanto activo (1) como pasivo (4) y el mundo interno tanto pasivo (2) como activo (3). Cada uno de estos sectores corresponde una máquina pensante con nueve recuadros. La imagen completa del diagrama es la siguiente:

           

Después de esta breve explicación del funcionamiento del diagrama de Geddes, les propongo que me acompañen por su estructura en la búsqueda de una alternativa a la actual crisis interna y externa de la humanidad. Para ello, tomemos como eje de nuestro pensamiento el espacio temporal (pasado, presente, futuro) y como eje de nuestra acción cívica el espacio geográfico (lugar, trabajo y gente). Preocupémonos de la conservación del “lugar”, de nuestro limitado y frágil territorio, de su sentido como hogar común de las antiguas y de las nuevas generaciones de seres humanos, de la experiencia sensorial y la imaginación que despierta los ricos paisajes del mundo. Y desde este plano del pensamiento diseñemos la ciudad del futuro.
            En el ámbito del “trabajo”, ocupémonos en analizar las condiciones naturales de nuestros respectivos territorios para el desarrollo de ciertas ocupaciones que permitan mitigar el elevado desempleo, a la vez que cultivamos nuestro medioambiente. Desarrollemos habilidades laborales y profesionales entre nuestros jóvenes que marquen su conducta y una filosofía de vida encaminada a un fin específico que conecte el “lugar” con sus pobladores, la razón con el sentimiento y la política con las realizaciones prácticas. 
Finalmente, y no por ello menos importante,  dediquemos tiempo y esfuerzo a conocernos mejor como pueblo, a la “gente”, a empaparnos de las sensaciones que nos transmite la naturaleza y a la promoción de los aspectos más elevados y transcendentales de la naturaleza humana (justicia, arte, amor, verdad y apoyo mutuo), arrinconando aquellos sentimientos que nos arrastran al tribalismo, el odio irracional, la brutalidad, la autoafirmación patológica y la autoadoración. Este es el lugar que le corresponde al estudio, la religión y el misticismo, y tiene como escenario la escuela, la universidad, el claustro, la iglesia, la mezquita, el templo hindú, la sinagoga o el espacio íntimo que todos tenemos para adentrarnos  en esta esfera elevada de la condición humana.  Alcanzado este punto del pensamiento estaremos en disposición de adentrarnos en el reino de Erató, la musa de la poesía y el amor, cuya realización depende en la práctica de la etho-política, o dicho en términos más cotidianos, de la habilidad que mostremos en la creación de reglas para regular el comportamiento del hombre en sociedad.  

domingo, 3 de marzo de 2013

LOS MEJORES MÉDICOS: EL DOCTOR QUIETUD, EL DOCTOR ALEGRÍA Y EL DOCTOR DIETA

El despertar del mundo tras la oscura etapa que se abrió después de la caída del imperio romano devolvió el interés por el cuerpo y sus cuidados. A partir del siglo XII creció gradualmente el interés por la salud, por la higiene y por la sanidad. Uno de los centros de este movimiento estuvo en Salerno, donde se dieron cita conocedores de la ciencia médica árabe y judía. Fue precisamente en esta ciudad italiana donde se escribió uno  de los tratados de salud más famosos de la historia: El Regimen Sanitatis Salernitanum. En él se encuentra un régimen diario de cuidados a mantener durante toda la vida. Mumford resume su contenido en los siguientes consejos prácticos: “mantener la cabeza libre de preocupaciones y el corazón libre de cólera; ser moderado en el comer y en el beber; evitar el posponer le movimiento del vientre; levantarse temprano, lavarse manos y ojos, peinarse, y cepillarse los dientes. El vino, las mujeres y los baños hacen bien o mal, según se usen o abusen. Alojarse en habitaciones limpias y claras, apartadas de las aguas estancadas o de los excrementos; comer según la estación; lavarse las manos frecuentemente; no interrumpir súbitamente la dieta habitual y observar que una buena dieta “es la perfecta manera de curarse...En cuanto al cuidado médico, los mejores médicos son el doctor Quietud, el Doctor Alegría y el Doctor Dieta”.
            El sentido común que manifiestan los sabios consejos incluidos en este tratado del siglo XII sorprende a propios y extraños. Nuestra civilización que suele referirse al medievo con una época salvaje e indómita ha olvidado estas nociones básicas para mantener la salud física y psíquica. La falta de quietud provoca stress y neurosis; la ausencia de alegría nos hunde en la depresión; y el descontrol de la dieta ha hecho de nosotros una sociedad de obesos y enfermos coronarios. Al menos antes sabían lo que comían, ya que vivían de lo que daban sus tierras, bebían la leche de sus vacas y  comían la carne de los animales que ellos mismos criaban. Ahora no descubrimos que las hamburguesas y otros platos preparados contienen carne de caballo. Da miedo pensar en lo que nos llevamos a la boca. Quizá ha llegado el momento de consultar a los doctores que recomendaban los sabios medievales que escribieron el Regimen Sanitatis Salernitanum.