Tras la disolución de la síntesis medieval y el surgimiento
del capitalismo como modelo económico y el absolutismo como sistema político,
hubo diversos intentos para frenarlos. El protestantismo trató de frenar el espíritu
capitalista y al final no hizo sino profundizar sus canales. Según comenta
Mumford en “La condición del hombre”, “hasta el siglo XIX las fuerzas negadoras
de la vida (mamonismo, mecanicismo y capitalismo) no ganaron la partida porque,
mientras tanto, la disolución de la síntesis medieval había dado lugar a un
contramovimiento: una activación de la líbido, una intensificación de los
sentidos, una introducción de la mente en sus propios laberintos, una expansión
de cada actividad que promovía animación, alegría, exuberancia corporal”. De
este movimiento surgieron dos nuevos prototipos humanos: el caballero y su
contraparte femenina, la cortesana y la dama.
Entre los siglos XVI y XX, se
produjo, según Mumford, una profunda modificación en el sexo, en el amor y en
la paternidad. Durante este periodo histórico el gran tema del arte fue la
celebración y goce de la mujer. Los pintores desnudaron a la mujer, revelaron
los encantos de la naturaleza e idealizaron las posibilidades de la experiencia
erótica. A partir de este momento, la mujer siente su poder: su poder de dar y
negar.
La diferencia entre la mujer medieval y la mujer barroca es
abismal. Mientras que para la mujer medieval su verdadera vida como mujer
empezaba con la maternidad, en la mujer barroca, su vida era más bien detenida
por la maternidad. Estaba más cerca de la cortesana que de la virgen, y tenía
menor autoridad como esposa porque ocupaba una mayor lugar como amante. Con
esta reencuentro del sexo, la mujer adquirió un yo maduro en esferas ajenas al
sexo, y su influencia se hizo sentir más en las esferas intelectuales y políticas.
Para nuestra desgracia, y sobre todo para las mujeres, el
triunfo definitivo del capitalismo, que todo lo mercantiliza, el desnudo
femenino ha sido transformado en un reclamo publicitario que igual sirve para
promocionar una marca de champú que un desodorante masculino. De símbolo de la
ardiente vitalidad se ha degradado a estandarte del atroz consumismo y, en el peor de los casos, en horrendas expresiones de vulgar pronografía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario