jueves, 28 de marzo de 2013

HIJOS E HIJAS DE LAS FLORES


En  la historia de la aparición de la vida en nuestro planeta tuvo lugar, hace varias decenas de millones de años, un punto de inflexión. La era de los reptiles dio paso a la de los mamíferos. Esta era de los mamíferos se vio acompañada de una explosión de flores. Según Mumford, este estallido floral no fue un mero mecanismo ingenioso para respaldar la reproducción, sino que las flores asumieron una variedad de formas y colores que en la mayoría  de los casos no puede explicarse por su valor en la lucha por la supervivencia. Tal florecimiento constituye un ejemplo de la irrefrenable creatividad de la naturaleza. Todo esto sucedió mucho antes de que el hombre apareciera y fuese desarrollando conciencia de la belleza y su deseo de cultivarla. La condición del hombre fue alterándose progresivamente, con su cada vez mayor sensibilidad a la vista, al tacto y al olor de la flora circundante. En este sentido, todos somos hijos de las flores.

El deseo del  cultivar las plantas se convirtió en una necesidad vital para el hombre y  la razón de su éxito como especie. En el huerto y el jardín, un mundo en que la vida prosperaba sin grandes esfuerzos ni matanzas sistemáticas, el hombre tuvo sus primeros atisbos del paraíso, pues paraíso no es más que el término persa original para un jardín vallado. Nuestras ciudades, con sus calles asfaltadas, el incesante ruido y el continuo trasiego de vehículos esta ausentes de las gratificaciones humanas que nos aporta el aroma de una flor o una hierba, el vuelo o la canción de un pájaro, el resplandor de una sonrisa o el cálido roce de una mano.
 
File:Jan Bruegel d. Ä. 003.jpg
 
 
 

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