Un compañero y amigo publicó ayer en este grupo de reflexión el “llamamiento a construir un
espacio político e ideológico internacional”. No conocía este documento, pero sí la
amplia información disponible en el espacio web que los promotores de esta iniciativa han creado
para difundir este proyecto (http://integrarevolucio.net/es/). De la lectura del documento en cuestión y de los
otros textos consultados he llegado a la conclusión de que se trata de una
iniciativa digna de elogio y apoyo. Un proyecto indispensable para superar la
crisis multidimensional que nos azota. Su principal virtud es que contempla las
dos principales dimensiones de la crisis, la interna y la externa, por lo que
tiene bien ganado el apelativo de integral.
Desde los años 70, coincidiendo con el fin de los
llamados “treinta años gloriosos del capitalismo” que se iniciaron tras la
Segunda Guerra Mundial, surgieron con fuerza importantes movimientos cívicos
(ecologismo, feminismo, defensa de los consumidores, antimilitarismo, etc…).
Todos estos grupos han desarrollado una labor intensa y sus logros han sido
destacados. Sin embargo, no han conseguido acabar con el modelo económico que
sustenta todo el entramado social, económico y financiero que ha conducido a
una profunda crisis civilizatoria. Sus éxitos han sido parciales, como también
lo ha sido su visión del problema y la estrategia para combatirlo.
Echando
mano de una metáfora pictórica, los pintores del cuadro de la situación mundial
han situado su caballete en los cómodos miradores acondicionados por el
sistema, cuando lo que era necesario para obtener una imagen completa del
panorama mundial pasaba por ascender hasta la cima de la montaña. Solo desde la
cúspide es posible obtener un imagen completa del paisaje que nos proponemos
transformar y recultivar con semillas que hagan florecer un nuevo tipo de
hombre y de sociedad. Pero, claro, no todos han tenido la fortuna o la
suficiente decisión para escalar por las escarpadas paredes del pensamiento y
llegar a la cumbre. Desgraciadamente, la mayoría de la gente se acomoda en las
placidas llanuras del confort físico y el conformismo. Ni siquiera se han
tomado el mínimo esfuerzo para subir a los miradores situados a pie del valle.
El simple gesto conducente a la elevación mental y moral les marea por la falta
de práctica.
Son
pocos, por tanto, quienes han conseguido llegar a la cima, sirviéndose de las
exhaustivas descripciones y detallados planos que nos han legado los gigantes
del pensamiento que ha dado la humanidad. Pero alcanzar la cumbre no es
garantía de éxito en la ardua tarea de transformar el complejo mundo en el que
nos ha tocado vivir. De sobra son conocidos los males asociados a las alturas.
No debemos olvidar, como nos recordó Chesterton, que “la humildad es madre de
gigantes. Uno ve grandes cosas desde el valle y sólo pequeñas cosas desde la
cima”. Si olvidamos esta idea puede ocurrirnos como el protagonista de una de
sus historias del padre Brown, “una buena persona que cometió un terrible
crimen. Pensó que dependía de él juzgar al mundo y castigar al pecador. Si
hubiese estado arrodillado en el suelo con los demás, jamás se le habría
ocurrido tal cosa, pero desde lo alto del campanario vio a los hombres paseándose
como insectos y sobre todo vio pasar a uno, insolente y llamativo con un
sombrero verde: un insecto venenoso”. Quiero decir con esto que no podemos caer
en la prepotencia y la arrogancia, sintiéndonos como los dioses del Olimpo.
Que
lleguen a la cima solo un pequeño grupo de elegidos no es solución a los retos
a los que hoy día se enfrenta la humanidad. Durante un tiempo resultará reconfortante
compartir una bella panorámica del mundo y departir con iguales en madurez
personal e intelectual. Pero pronto llegaría el hastío y la desesperanza al ver
que nuestras voces no llegan al valle y son devueltas por la montaña en forma
de ensordecedor y estéril eco. Esta fase de retiro en la cumbre del promontorio,
-necesaria para la reflexión, la simplificación y la liberación de los automatismos-,
debe contemplarse como un paso preliminar en la reconstrucción de la
personalidad y la renovación de la sociedad de la que formamos parte. Estos
actos iniciales pueden y deben ser adoptados por cada uno de nosotros en
solitario, ya que el propósito de este retiro voluntario, de nuestro ayuno y
purificación, es despertar el apetito por la vida.
Una
vez que hayamos emprendido los pasos preparatorios tenemos que retornar al
grupo y volver a unirnos con los que han experimentado una regeneración similar
y son por ello capaces de asumir la responsabilidad y tomar parte en la acción. Nuestra participación en
el grupo no puede ser pasiva. No es suficiente pertenecer o simpatizar con el
movimiento para la “Revolución Integral”. El éxito del proyecto será posible si
todos estamos preparados, según las circunstancias, a tomar nuestro turno en
cualquiera de las funciones del grupo: coordinar, pensar, emocionar, excitar, asimilar,
etc...
La iniciativa para la Revolución Integral sobrevivirá si cada uno de nosotros dedicamos
una apreciable parte de nuestra vida a la promoción de su existencia. Tal y
como comenta Lewis Mumford en “la conducta de la vida”, “todo grupo, al igual
que toda persona, debe ser cada vez más autónomo y autodesarrollado, marcando
una clara ruptura con los actuales controles políticos y económicos”. Según
Mumford, a través del propio acto de recuperar la iniciativa y ampliar sus
actividades, incluso el más pequeño grupo, mediante una preocupación constante
por su continuidad, contribuye a promover una cooperación más universal.
Ningún
grupo vive para sí mismo. Para crear a un ser humano de verdaderas dimensiones
humanas se necesita la cooperación de una sociedad con vocación universal. De
igual modo, para crear una sociedad universal, debemos contar con hombres y
mujeres que busquen la plenitud de la vida, que se nieguen a ser fracciones
insignificantes y aspiren, por el contario, a convertirse en ser íntegros.
Estos son dos aspectos del mismo acto; y con ese acto, un nuevo mundo llegará a
ser posible.
Para
el hombre y la mujer despierta, la propia vida es esencialmente un proceso de
educación, realizado a través de la maduración, la crisis, y la renovación.
Merced a este proceso educativo emergen las
más plenas potencialidades de la comunidad y de
la persona. Esta filosofía no segrega el aprendizaje de la vida, o el
conocimiento de la acción. El ser humano del que estamos hablamos nunca
abandona la “escuela”, porque en ningún momento cree que haya completado su
educación. Este es, desde mi punto de vista, el único medio eficaz para constituir
un cuerpo social orgánico en el que cada uno de sus miembros han desarrollado
al máximo su capacidad de equilibrio, universalidad y totalidad. Este último aspecto
es fundamental para alcanzar el éxito en una empresa de cambio social como la
que pretende el bloque para la revolución integral. Cada uno de nosotros, como
las células de un organismo biológico, debe poseer las capacidades y los
conocimientos para llevar a cabo cualquiera de las funciones necesarias para la
supervivencia del grupo, aunque desarrolle alguna en particular. Tales conocimientos y destrezas,
a diferencia de las células, no son inconscientes, sino que deben adquirirse a
través de la paideia o la educación.
Tal
y como nos recuerda Werner Jaeger en su estudio “Paideia: los ideales de la
cultura griega”, “la democracia, con su apreciación optimista de la capacidad
del ser humano para gobernarse a sí mismo, presuponía un alto nivel de cultura.
Esto sugería la idea de hacer de la educación el punto de Arquímedes en que era
necesario apoyarse para mover el mundo político”. Las ideas de Jaeger sobre la paideia
fueron resumidas por Lewis Mumford en su obra “Las transformaciones del
hombre”. Según la lectura que hace Mumford de este término, la paideia,
-tarea que debe de convertirse en la principal de la vida del hombre democrático-,
“es la educación mirada como una transformación de la personalidad humana que
dura toda la vida, y en la cual todos los aspectos de ella desempeñan un papel.
A diferencia de la educación en el sentido tradicional, la paideia no se
limita a procesos de aprendizaje consciente, ni a iniciar a los jóvenes en la
herencia social de la comunidad. La paideia es más bien la tarea de dar
forma al acto mismo de vivir, tratando toda ocasión de la vida como un medio
para hacerse a sí mismo, y como parte de un proceso más amplio de conversión de
hechos en valores, procesos en finalidades, esperanzas y planes en
consumaciones y realizaciones. La paideia no es únicamente un
aprendizaje: es un hacer y un formar, y la obra de arte perseguida por la
paideia es el ser humano mismo”.
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