Hoy, -día del cambio horario
primaveral-, estamos todos algo desorientados. La mayoría hemos comido con poco
apetito, si hemos respetado el nuevo horario, o demasiado tarde si nos resistido
a cumplirlo. Según los expertos tardaremos algunos días acomodarnos al cambio
horario. Al reflexionar sobre este raro día que estamos pasando me ha venido a
la memoria un capítulo de “La conducta de la vida” de Lewis Mumford que se
titula “Cronología y horología”, término este último referente al arte o
ciencia de medir al tiempo. En este apartado del libro que cierra la serie “La
Renovación de la Vida”, comentaba una obra poco conocida de Herman Melville, “Pierre
o las ambigüedades”. El protagonista de esta novela lleva el curioso nombre de
Plotino Plinlimmon, una curiosa caricatura espiritual de Hawthorne y Emerson.
En
“Pierre o las ambigüedades”, Melville trata la relación entre lo absoluto y lo
relativo. A partir del personaje de su novela, Melville muestra que en el mundo
moderno el tiempo absoluto, -de acuerdo al cómputo de los movimientos planetarios-,
se establece por el Observatorio de Greenwich. De modo que todos los barcos que parten de Londres
controlan el reloj de su buque según el tiempo de Greenwich. Pero, una vez que
el barco llega, por ejemplo, a China, su capitán descubre una sorprendente
discrepancia entre su propio cronómetro de precisión y los relojes locales o de
sol. Si el capitán intenta llevar a cabo el trabajo diario según una programación
que mantenga el horario de Greenwich, estará durmiendo de día y trabajando
mientras sus vecinos chinos están en la cama.
Aplicando esta
discrepancia horaria al plano de la conducta ética, Melville llama la atención
sobre el hecho de que en cada generación florecen unas pocas almas que procuran
orientar sus vidas según el “tiempo celestial”, y tratan de hacerlo absoluto y
universal. Estas singulares personas están dispuestas a vender todo lo que tienen
y darlo a los pobres, o a poner su mejilla derecha cuando le abofetean la
izquierda. Pero, tal y como subraya Melville, la mayoría de los hombres y las
mujeres rigen sus vidas por la hora local. Desean alcanzar el cielo antes que
dar todo lo que tienen a los pobres; aunque, como Melville irónicamente comenta,
les resultará más fácil practicar esta virtud en el cielo, ya que no hay pobres
en ese lugar. Desde el presuntuoso punto de vista de la observación del “tiempo
local”, es el “tiempo celestial” el que está equivocado.
Herman Melville
La
lección que se puede extraer de la referida novela del genial Herman Melville,
según Mumford, es que a la hora de reflexionar sobre nuestros ideales,
principios y valores “hay que contar con el hecho de que vivimos en el reino de
lo históricamente condicionado, sujetos a presiones y limitaciones ambientales
que no pueden ser totalmente dejadas de lado. En otras palabras, el ideal moral
es un punto de referencia, no un destino en sí mismo. Mientras que una
orientación fija hacia el norte o el sur es fundamental para encontrar el
camino a puerto, uno puede tener que virar su barco, ahora hacia el este, ahora
al oeste, a fin de avanzar en la dirección principal que uno ha elegido. Por el
contrario, si nos marcamos un rumbo fijo hacia el norte o al sur, puede encontrarse
al final sólo en un polo perdido. Debemos, por tanto, guiarnos por la estrella fija del Norte, “no
con el fin de alcanzar un norte ideal, sino a fin de encontrar un destino justo”.
Lewis Mumford,
haciendo gala de una extraordinaria capacidad para escribir sentencias categóricas,
concluye que “no hay virtud que no pueda, en cualquier momento, trastocarse en
su opuesta. La humildad, perseguida con demasiada firmeza, puede dar lugar al
orgullo”. Para reforzar esta idea
Mumford alude a un antiguo libro sangrado hindú que recoge la siguiente frase:
"el bien encuentra a menudo en la bondad a un enemigo a temer”. De igual
modo, y si le damos la vuelta a la frase, no hay vicio tan horrendo, ni impulso
tan depravado, que el ser humano no pueda arrancar de la profundidad de su
alma, creando un bien de otra manera inalcanzable. Esto explica la preferencia
de Jesús por los pecadores, en vez de decantarse por el fariseo. Y lo fue no
sólo porque el pecador necesita de
manera más urgente ser salvado, sino que, una vez salvado, tal vez llegaría a
ser un hombre mejor que su virtuoso rival.
En esencia, según Mumford, el
bien y el mal son polos opuestos, polos fijos. Pero en la práctica, “son signos
algebraicos que indican cantidades positivas o negativas; y cambian los valores
como los símbolos de la vida desplazado un lado de la ecuación al otro. ¿No era
éste el sentido de Uriel de Emerson: "El mal bendecirá y el hielo quemará"?
Estas paradojas y ambigüedades en la vida moral están bien ilustradas por dos
ocasiones históricas contrastadas: los acontecimientos que tuvieron en Atenas
en la época de Demóstenes y las dramáticas circunstancias que se vivieron en Inglaterra
en los días de Churchill. Los atenienses, incapaz de apartarse de su amado modo
de vida, se condenaron a sí mismos a la derrota; mientras que la disposición
moral para enfrentar el peligro y la muerte trajo vida a los británicos y evitó
una larga serie de catástrofes, ocasionadas por su anterior falta de voluntad para
enfrentar las duras pruebas a la que tuvieron que hacer frente durante los
bombardeos de la aviación alemana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario