Comentaba con acierto Patricia de Souza Brazo que las actuales ciudades, desde el punto de vista físico,
debido a sus paisajes uniformes y su casi total ausencia de elementos
naturales, inhiben la capacidad creativa del ser humano. Sin embargo, desde el
punto de social, las posibilidades de creación son mucho más amplias. Como
siempre, en el equilibrio radica la clave del éxito o el fracaso de las
ciudades. Pero antes de hacer una breve disquisición sobre los aspectos estéticos
de las ciudades, conviene aclarar qué entendemos por ciudad.
Una de las
mejores definiciones del concepto de ciudad la podemos encontrar en un breve
artículo de Lewis Mumford, titulado “What is a City?” (The City Reader,1966).
Para Mumford, “la ciudad es una colección relacionada de grupos primarios y
asociaciones propositivas: los primeros, como la familia y los vecinos, son
comunes a todas las comunidades, mientras que los segundos son especialmente
característicos de la vida en las ciudades. Estos variados grupos se mantienen
ellos mismos a través de las organizaciones económicas que son más o menos
colectivas, o al menos reguladas de manera pública, y están alojados en
estructuras permanentes, en el seno de un área relativamente limitada. Los
recursos físicos esenciales de la existencia de una ciudad son el sitio fijo,
el alojamiento duradero, las facilidades permanentes para el encuentro, el
intercambio, y el almacenaje; los recursos sociales esenciales son la división
social del trabajo, la cual no atiende simplemente a la vida económica sino a
los procesos culturales. La ciudad en su completo sentido, entonces, es un
plexo geográfico, una organización económica, un proceso institucional, un
teatro de acción social, y un símbolo estético de la unidad colectiva. La
ciudad fomenta el arte y es arte; la ciudad crea el teatro y es el teatro. Es
en la ciudad, la ciudad como teatro, donde las más propositivas actividades del
hombre se centran y elaboran, -a través del conflicto y la cooperación-, las
personalidades, los eventos, los grupos, en unas más significativas
culminaciones”.
Una de las más importantes conclusiones que se puede obtener de este concepto de ciudad es que “los hechos sociales son lo principal, y la organización física de la ciudad, sus industrias y sus mercados, sus líneas de comunicación y tráfico, debe estar subordinadas a sus necesidades sociales”. Por desgracia, a lo largo de la historia son escasos los ejemplos en los que se ha priorizado los aspectos sociales en las ciudades. Tenemos que retrotraernos a la Atenas de Sófocles y Sócrates para encontrar la cristalización del modelo ideal de ciudad encarnado por un nuevo tipo de ciudadano caracterizado por la integridad, el equilibrio, la simetría y la autodisciplina. Esta forma ideal apenas se mantuvo una generación, y no volveremos a encontrarla, siempre de manera aproximada, hasta otros momentos puntuales de la historia como la Florencia de Dante o la Venecia del siglo XV. A Sócrates y Sófocles vinieron a sustituirlos una visión distinta de la ciudad, la que representaron Platón y Pericles. A partir de este momento, los edificios empezaron a ocupar el lugar de las personas. Tal y como relata Mumford en su obra cumbre “La ciudad en la historia”, tras los grandes monumentos de la Grecia clásica, se oculta una exaltación de yo colectivo y de la personalidad del propio Pericles. De este modo, se dio un fenómeno que se ha repetido en multitud de ocasiones en el desarrollo de las ciudades: la sólida estructura física ocultaba la podredumbre moral que había tras ella.
En el
amplio estudio que hizo Mumford sobre la evolución de la arquitectura y del
urbanismo, llamó la atención sobre lo que considera “una de las más enigmáticas
contradicciones del desarrollo humano, a saber, las tantas veces reiterada
falta de armonía, por no decir de duro conflicto, entre el orden estético y el
orden moral”. Lo que descubrió Mumford como una constante en la historia de las
ciudades es que a medida que la vida de la ciudad se desintegraba, su aspecto
exterior tendía a ofrecer un grado mucho más elevado de orden formal y
coherencia. Así pues, en palabras de Mumford, “con excesiva frecuencia, la
envoltura física refinada es la expresión definitiva de un organismo cívico
frustrado y debilitado espiritualmente”.
Hemos perdido de vista que la
función principal de la ciudad es facilitar las relaciones personales: es
decir, permitir –y, por supuesto, alentar-, tal y como comentó Lewis Mumford,
“el mayor número posible de encuentros, reuniones y coincidencias entre los más
diversos grupos y personas, proporcionando, por decirlo así, el ambiente y
escenario en que se desarrollará el drama (o comedia, o sainete) de la vida
social, como actores, más que como meros espectadores de la realidad. La función
social de los espacios abiertos de la ciudad es reunir a la gente”. La ciudad
no se hace en el interior de las viviendas, sino en las calles y en los
espacios públicos.
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