viernes, 22 de febrero de 2013

LA CRISIS INTERNA DEL HOMBRE

 Todos aquellos que gozan de cierta capacidad de análisis y sienten inquietud por lo que acontece a su alrededor, dedican tiempo y esfuerzo a identificar y combatir las causas de nuestra crisis multidimensional. Entre este grupo de personas son mayoría quienes se detienen en estudiar la dimensión exterior de la crisis. Una crisis externa que puede resumirse en una breve sentencia: una edad de expansión, o en términos económicos de crecimiento, está cediendo el paso a una edad del equilibrio. Muchos se resisten a reconocer que el periodo del crecimiento económico, de la expansión territorial,  poblacional e industrial ha terminado.
            Sin embargo, siendo importante el aspecto exterior de la crisis, nada es comparable a la crisis interna que sufre el hombre. El pensamiento materialista nos ha llevado a confundir las necesidades de supervivencia con las de satisfacción de los aspectos más elevados de la condición humana. Nuestra supervivencia física depende, como es lógico, de tener acceso a bienes tan vitales para la vida como el aire, el agua, una alimentación adecuada, una vivienda con unas mínimas condiciones de habitabilidad. A partir de este primer plano de requerimientos básicos vamos ascendiendo hacia otros no menos importantes, como las necesidades de comunicación y cooperación, de relación sexual y paternal, de amistad, de compañerismo y apoyo mutuo, etc…

Pero si hablamos en términos de satisfacción de la vida, la referida escala ascendente de necesidades, desde la mera vida física hasta el estímulo social y la evolución personal, debe ser trastocada. Tal y como comentaba Lewis Mumford en su obra “La condición del hombre”, “las necesidades más importantes, desde el punto de la realización de la vida, son aquellas que estimulan la actividad espiritual y promueven el crecimiento espiritual: la necesidad de orden, continuidad, significación, valor, objetivos y designio; necesidades de las que han surgido el lenguaje, la poesía, la música, la ciencia, el arte y la religión”. Este ascenso desde las necesidades de supervivencia a las de satisfacción requiere un continuo esfuerzo personal. Si no queremos ser víctimas de nuestras propias pulsiones instintivas, tenemos que aumentar de manera constante la proporción del tiempo que dedicamos a satisfacer las necesidades superiores sobre las necesidades inferiores. 

El hombre actual se encuentra anclado a sus necesidades elementales y esto le lleva a regodearse en su satisfacción, en vez de servirles como indispensable sostén de una vida plena. Debido a ello son muchos los que se detienen en las meras necesidades básicas, complicándolas y refinándolas hasta el absurdo. Un ejemplo paradigmático es el preponderante papel que hoy se le ha otorgado a la gastronomía. Los programas televisivos y radiofónicos, así como las publicaciones dedicadas a la cocina han crecido a un ritmo inusitado, como también lo han hecho los establecimientos de restauración y las tiendas de gourmet o delicatessen. Entender de gastronomía y de vinos ha pasado a ser un signo de distinción neoburguesa, de ahí el auge de los clubes gastronómicos y la organización de catas vinícolas que sirven de iniciación al buen beber y el buen comer. Algo similar podríamos decir de la vestimenta, rehén de los continuos vaivenes de una moda fluctuante al servicio del consumismo y a cubrir el cuerpo de un seres más desnudos por dentro que por fuera.

Como consecuencia de la retención del hombre entre las redes de las necesidades inferiores se han acentuado los procesos de fijación social y la detención del desarrollo de la persona. Tal y como apuntaba Mumford “cuanto más complicado y costoso el aparato para asegurar la supervivencia del hombre, más probable es que sofoque los fines para los que humanamente existe. Esa amenaza no fue nunca más fuerte que hoy día, porque la misma exquisitez de nuestro aparato mecánico, en cada aspecto de la vida, tiende a colocar al proceso no humano por encima del fin humano”. Siguiendo esta idea, el propio Mumford dejó por escrito “que la elevación del hombre por encima de su estado puramente animal consiste en el aumento constante de la proporción de necesidades superiores sobre necesidades inferiores, y la mayor contribución de estas vitalidades y energías al modelamiento de personalidades más ricamente dotadas y más plenamente expresivas”.

Durante buena parte de la historia  pocos fueron los que tuvieron la oportunidad de dedicar parte de su tiempo a la autorealización personal. La mayor parte de la gente no tenía más remedio que dedicar casi toda su jornada al sufrido trabajo agrícola o ganadero, y su alimentación estaba orientada en exclusiva al mantenimiento de la fuerza física indispensable para extraer con gran esfuerzo los frutos de la tierra. Según la máquina fue ocupando espacio en las tareas productivas aumentó de manera progresiva la disponibilidad de tiempo para el ocio y la cultura. Lo que parecía la culminación del sueño de los principales representantes del liberalismo político y económico se convirtió en una pesadilla al caer en descrédito los ideales que tradicionalmente habían acompañado al “otium cum dignitate” del que hablaba Cicerón, es decir, al "ocio digno" u "ocio que merece la pena”.

Nuestro actual ocio indigno se caracteriza por su pasividad y la permutación del orden de prelación del “otium cum dignitate”. El mismo Mumford resume este fenómeno en este párrafo magistral de su conocida obra “Técnica y civilización”: “demasiado aburrida para pensar, la gente leía; demasiado cansada para leer, podía ir al cine; incapaces de ir al cine; podían encender la radio; en cualquier caso, podían evitar la llamada a la acción”. Estas palabras fueron publicadas en 1934, cuando todavía no había llegado a los hogares la televisión, ni muchos los videojuegos, los ordenadores, internet o los teléfonos móviles. Con la práctica universalización de estos artilugios tecnológicos el ocio se ha vuelto cada día más pasivo y estéril desde el punto de vista de la realización personal y la satisfacción espiritual, agudizando de este modo la crisis interna de nuestra civilización.

Si realmente estamos interesados en resolver la actual crisis externa debemos enfrentar previamente la crisis interna del propio hombre. Nuestra primera acción  para superar esta difícil coyuntura consiste es remendar nuestros ideales y valores, acto que tiene que venir acompañado por la reorganización de la personalidad humana en torno a sus necesidades superiores y más importantes. Una personalidad que debe mantenerse en un proceso permanente de crecimiento y renovación, de modo que nuestras principales tareas pasen a ser el autoexamen, la autoeducación y el autocontrol. Todo lo que rodea al hombre, las organizaciones, las instituciones, la economía, el poder, la cultura, la naturaleza, la tecnología, las ciudades, etc…, deben ponerse al servicio de la plena realización del hombre para nutrir, refinar, ampliar y profundizar la personalidad individual y colectiva. En definitiva, la cada día más amplia variedad de artificios y medios técnicos tienen que ponerse al servicio de crecimiento continuado de la personalidad humana y el cultivo de una existencia significativa, plena y equilibrada.

lunes, 18 de febrero de 2013

COMER LAS UVAS EMPEZANDO POR LAS MEJORES

"Es eso lo que tenéis que hacer siempre. De esta manera no quedarán las mejores en el racimo, y cada uva, hasta la última parecerá buena. Si las coméis siguiendo el orden inverso, ni una sola uva de todo el racimo os parecerá buena. Además, daréis a la Providencia la tentación de destruiros antes de que hayáis llegado a los mejores granos. Es por esto que el otoño parece mejor que la primavera; en otoño nos comemos nuestros días empezando por los mejores; en primavera, cada día parece todavía “muy malo”. Las personas deberían aplicar con más asiduidad este principio a su vida; son muchos los que lo aplican: a partir de los cincuenta-pongamos-empezamos a comer nuestros buenos días los primeros.
En Nueva Zelanda, durante un largo tiempo, tuve que lavar la vajilla después de cada comida. Empezaba siempre por los cuchillos, que son más fáciles de limpiar que los tenedores, pues Dios habría podido encontrar oportuno llevarme con Él antes de que hubiera llegado a los tenedores; y ¡Bien tonto hubiera sido, entonces, si me hubiera tomado las molestias de limpiar los tenedores antes que los cuchillos!". Cuadernos de Samuel Butler.

domingo, 17 de febrero de 2013

UN PROPÓSITO PARA LA VIDA


El vertiginoso ritmo de vida en el que estamos inmersos no nos deja tiempo para pensar, o más bien, nos da la excusa perfecta para no hacerlo. Aquellos ratos que podríamos dedicarlo al simple ejercicio del pensamiento y la meditación preferimos malgastarlo en actividades pasivas como ver la televisión, escuchar la radio o pasarnos las horas muertas delante del ordenador sin un rumbo fijo. No es un mal exclusivo de nuestro tiempo, ya en 1899, en su obra autobiográfica “Memorias de un revolucionario”, Piotr Kropoktin  dejó por escrito la siguiente reflexión: “ocurre con frecuencia que los hombres se ven envueltos en dificultades políticas, sociales o familiares, sencillamente por no haber tenido nunca tiempo para preguntarse si la posición en que se encuentran y el trabajo que realizan están en armonía con la razón; si sus ocupaciones responden verdaderamente a sus inclinaciones y capacidades, dándoles las satisfacciones que todos tienen derecho a esperar de su trabajo. Los que están dotados de actividad se hallan en posición semejante: cada día trae consigo nueva cantidad de trabajo, y uno se acuesta bien entrada la noche sin haber terminado lo que esperaba hacer durante la jornada, corriendo después, a  la siguiente mañana, a continuar con la faena interrumpida. La vida se va así pasando, y no queda tiempo para pensar, para considerar la dirección que toma la existencia: tal me pasaba a mí”. Fue en este estado de ánimo cuando al observar las durísimas condiciones de vida de los campesinos finlandeses y mientras meditaba sobre si aceptar o no el ofrecimiento para ocupar el cargo de secretario general de la Sociedad Geográfica Rusa, se hizo la siguiente pregunta:  ¿Pero qué derecho tenía yo a estos goces de un orden elevado, cuando todo lo que me rodeaba no era más que miseria y lucha por un triste bocado de pan, cuando por poco que fuese lo que yo gastase para vivir en aquel mundo de agradables emociones, había por necesidad de quitarlo de la boca misma de quienes cultivaban el trigo y no tenían suficiente pan para sus hijos? De la boca de alguien ha de tomarse forzosamente, puesto que la agregada producción de la humanidad permanece aún tan limitada... Por eso contesté negativamente a la Sociedad Geográfica.
Al contemplar a un campesino finlandés, sumido  en la contemplación de los hermosos lagos sembrados de las islas que se presentan ante él, pensó que tal campesino estaba “dispuesto a ensanchar su conocimiento, sólo necesita que se lo proporcionen, que le den los medios de disponer de algún descanso…En semejante dirección es en la que pienso ir, y ésta es la clase de gente por la que tengo que trabajar”. Kropoktin, el príncipe anarquista, encontró el propósito de su vida entre los gélidos lagos de Finlandia. Para encontrarlo sólo le hizo falta tiempo para pensar y la suficiente voluntad para extraer de su interior la vocación que le empujaba a poner todo su conocimiento y profunda inteligencia al servicio de los demás.
 
 
 

viernes, 25 de enero de 2013

EL SÍNDROME DEL ALPINISTA

           Siempre me he preguntado que motiva a una persona a jugarse la vida subiendo a la cima de una inaccesible montaña. Dicen quienes practican este deporte de alto riesgo que todos los sufrimientos se compensan cuando alcanzan su meta y, desde la cúspide, contemplan la majestuosidad de las cumbres nevadas. No dudo de que sea gratificante la sensación de superar un reto al alcance de pocas personas, pero no deja de ser un ejercicio un tanto estéril desde el punto de vista humano. Si realmente el objetivo de una expedición alpinista es experimentar un encuentro intenso con la naturaleza,  no es necesario jugarse la vida trepando hasta la cima de un elevado monte.
            Los alpinistas no sólo los únicos que trepan sin un fin concreto. Los políticos son también hábiles alpinista, aunque su escenario es bien distinto. Ellos trepan por las escurridizas paredes del complejo del poder. Según Castoriadis, “en la sociedad moderna, en todo aparato burocrático jerárquico, incluidos por supuesto los partidos políticos, el individuo que quiere llegar a la cima debe recorrer los escalones de la pirámide burocrática; este ascenso mismo se convertirá, por la fuerza de las circunstancias, en su única preocupación. Y tendrá cada vez menos que ver con su capacidad de llevar a cabo las tareas que supuestamente debe cumplir, y cada vez más con su lisa y llana capacidad de trepar…Los individuos que trepan en un aparato burocrático son los más capaces, ¿De qué? De trepar. ¿Y cómo? Mediante, claro está, la utilización de todo el juego intraburocrático de las camarillas y los clanes, etc., y de la transformación concomitante de todos los verdaderos objetivos de motivos de pendencia entre camarillas y clanes”. Se da, por tanto, una disociación entre habilidad para trepar hasta la cima y capacidad de gobernar. Podríamos ilustrar este fenómeno con multitud de ejemplos. El más claro en la actualidad, al menos desde mi punto de vista, es el de Mariano Rajoy. Un político mediocre, sin carisma, que ha llegado a la cima del poder político en España, no por su capacidad de gestor, sino por su resistencia a la vientos y tormentas que soplan con fuerza en la más altas cumbres del poder en nuestro país. Ahora que ha alcanzado la cima no sabe que hacer y se debe preguntar: ¿Qué hago yo aquí?.



EL CÍRCULO DE CREACIÓN DEMOCRÁTICA

Varias son las tesis de sumo interés que sobre la democracia expone Cornelius Castoriadis en su obra “La ciudad y las leyes”. Una de ellas es la del círculo de creación: “si el gobierno democrático presupone ciudadanos vigilantes y valerosos, la vigilancia y el coraje son al mismo tiempo un resultado del gobierno democrático. Negativamente, es un hecho evidente: un pueblo que delega de manera constante sus poderes no aprenderá jamás las virtudes de la vigilancia y el coraje políticos exigidos por la democracia; sólo se educará en las comodidades de la pasividad y la delegación. Una vez pasadas las elecciones, los electores se apresurarán a volver a sus negocios privados. Todos los grandes autores clásicos eran conscientes de este vínculo esencial, hoy olvidado, entre educación en el sentido fuerte, no sólo escolar, e institución política, y del papel de esta última como principal medio de educación política”.


jueves, 24 de enero de 2013

REVOLUCIÓN Y CONTRARREVOLUCIÓN EN EL PENSAMIENTO DE CASTORIADIS

Los Reyes Magos me ha traído este año un regalo extraordinario, el libro “La Ciudad y las Leyes” de Cornelius Castoriadis. Según me contaron en una nota sus majestades de Oriente, les ha costado encontrarlo, ya que esta primera impresión del libro se ha hecho exclusivamente en Argentina. Pero bueno, como me he comportado bien, y me veían tan ilusionado, me lo han conseguido. Y vaya si merecía la pena. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con un libro. En esta obra se reúnen los seminarios dictados en 1983-1984 por Castoriadis en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de Paris. Dichos seminarios, como reza en la contraportada del libro, están dedicados al nacimiento, la naturaleza y el funcionamiento de la democracia ateniense, y en particular al singular fenómeno que fue la democracia directa tal como la practicaban los atenienses. A partir de su análisis de la democracia ateniense, Castoriadis hace continua digresiones sobre nuestro vigente sistema pseudodemocrático.
El libro está lleno de reflexiones inteligentes y profundas, con una lucidez extraordinaria. Una de las que más me ha gustado es su definición de revolución. Para Castoriadis, “la mejor definición que pueda darse de darse de una revolución en la época moderna sería la siguiente: ni barricadas ni toma del Palacio de Invierno (que no fue más que un golpe de Estado), sino reconstitución de la unidad política de la sociedad en acción”. A continuación introduce una planteamiento brillantísimo: “un período revolucionario se da cuando cada cual deja de quedarse en su casa, de ser nada más que lo que es: zapatero, periodista, obrero o médico, y vuelve a ser ciudadano activo que quiere algo para la sociedad y su institución y considera que la realización de eso que quiere depende directamente de sí mismo y de los otros y no de un voto o de lo que sus representantes hagan en su lugar. Por definición, una revolución así no es violenta: puede producirse sin derramar una sola gota de sangre”. ¿Por qué entonces muchas revoluciones terminan en cerramiento de sangre?. Para Castoriadis, “la violencia en proceso revolucionario no es inducida por la sociedad en movimiento sino por los contrarrevolucionarios que quieren volver a cualquier precio al viejo estado de cosas. Así sucedió en la Revolución Francesa, así sucedió en la Comuna y en Polonia”.

            Lo expresado por Castoriadis cobra una actualidad inusitada. Movimientos emergentes como el 15M, que encajan en la definición de revolución expuesta con Castoriadis, han sido segados por el Estado cuando están dando sus primeros frutos,  a través de una represión, en principio sutil, pero cada vez más violenta, para desmotivar a los ciudadanos dispuestos a salir del aislamiento y el individualismo fomentado por el complejo del poder.  
 
 
 

miércoles, 16 de enero de 2013

DEL INDIVIDUO A LA PERSONA

Estas navidades he dedicado muchas horas a la lectura. Si este verano lo dedique a las obras de Flaubert, la navidad ha sido para Waldo Frank. Tenía referencia de este autor por las abundantes citas de sus obras en los libros de Lewis Mumford. Leyendo la biografía de este último y algunas de sus cartas descubrí que fueron grandes amigos y que compartían bastantes puntos de vista sobre la condición humana y los problemas de su época. Es curioso que la obra de Waldo Frank no sea más conocida en España, teniendo en cuenta que dedicó algunos de sus más conocidos libros a nuestro país y la huella hispana en América.
Su última obra importante lleva por título "Redescubrimiento del hombre. Memoria y metodología de la vida moderna". Según reza en la contraportada del libro, se trata, de manera especialmente lúcida, el desarrollo del Occidente y su divergencia del Oriente, así como la consiguiente pérdida de nuestro conocimiento de la naturaleza humana. Y no solo es un análisis de nuestro mundo. “Redescubrimiento del hombre” presenta un programa factible para la salvación y supervivencia del hombre occidental.
La lectura de este libro me ha resultado francamente reveladora. Es una obra con claros tintes místicos y de una profunda psicológica. Su principal objetivo es promover la reintegración de las dimensiones del yo (grupo, ego-somática y cósmica). Para conseguirlo plantea una doble línea metodológica: la socio-integración, que da lugar a la comunidad; y la psico-integración, cuyo resultado tangible es la conformación de personas totales, equilibradas y creativas.
Respecto a la primera de las tareas a abordar, la sociointegración, Waldo Frank parte de la premisa de que los previos grupos orgánicos que caracterizaron a los periodos históricos precedentes al nuestro han sido paulatinamente sustituidos por grupos organizados. La característica de esta tendencia es la distorsión, disminución, supresión de los yo totales del grupo. El resultado es el surgimiento del hombre “masa” moderno. Para Frank, “la masificación, pues, es un síntoma de autosuficiencia, y también una propagador de más autosuficiencia. La masificación se convierte en rígida mediante la eliminación de las fluidas y flexibles cualidades de la libertad humana. Y conforme avanza por el camino de la política de masas, de la producción en masa, de la educación en masa, la diversión en masa, los músculos inactivos de la mente, cuya función es razonar, distinguir, integrar complejidades en todos, se debilitan, mientras el pensamiento en masa que lo sustituye se desarrolla con la especialización de las partes que nunca se convierten en el todo: un círculo vicioso”.
            Nuestro individualismo, o dicho en términos psicológico, nuestra egocentricidad nos hace buscar fuera de nuestro ser los vectores capaces de ponernos a tono otra vez con el bienestar que es la integridad. Parece que no llegamos a entender que la salida a la crisis actual que afecta al todo no puede hacerse si nos mejoramos las partes, es decir, a nosotros mismos. Si actuamos como mónadas que se creen autosuficientes y buscamos las soluciones siempre fuera y nunca dentro de nosotros no conseguiremos el ansiado objetivo de salir de esta profunda crisis en la que estamos inmersos. Lo único que conseguiremos son brotes aislados de violencia motivados por la frustración de no encontrar un camino que nos lleve a la prosperidad.
            La solución a la desintegración social, desde el punto de vista de Waldo Frank, como el que coincido enteramente,  es la constitución de grupos orgánicos. Para este pensador, la democracia es el camino natural del grupo orgánico consciente, pero, como advierte, “la democracia siempre es vulnerable a la organización de poder desde fuera o desde dentro, que convierte al pueblo democrático en pandillas, camarillas, grupos de presión y masas”. Nos enfrentamos a un problema histórico sin resolver. La historia de las culturas ha sido siempre la historia de las tensiones entre las personas y los grupos. Estos últimos se convierten, al hacerse más poderosos, en menos orgánicos y más organizados. La pregunta es: ¿Pueden desarrollarse los grupos orgánicos en una sociedad de grupos organizados?. La respuesta la hemos obtenido en España y en otros países con la súbita e inesperada eclosión de movimientos como el 15M.  
            Evidentemente, Waldo Frank, -que murió en 1967-, no ha llegado a conocer el 15M ni nada que se le parezca. No obstante, tenían confianza en que pudieran surgir personas individuales, conscientes unas de otras, agrupadas deliberadamente con el propósito de infiltrar los valores de la persona en las organizaciones. Tales grupos de personas podrían influir, en su opinión, sobre la ética, la religión, la educación y las artes de los grupos organizados. Estos grupos, que el mismo entrecomilla como “subversivos” pueden ser pocos y estar diseminados. “Pero la intensidad de su energía es grande, en cuanto constituyen yos más reales que los de los individuos aislados de su dimensión cósmica”.
            El reto que tenemos ante nosotros es doble. Por un lado, en el plano íntimo, reintegrar las dimensiones del yo para pasar de individuos a personas. Y en el plano colectivo, trabajar para convertir a los grupos organizados en orgánicos. Y esto lo conseguiremos si ahondamos en nuestra autoconciencia y reconocemos en nosotros mismo las relaciones íntimas con la comunidad y con el Ser, con lo que transfiguraríamos la unión y las acciones del grupo. La prueba de haber alcanzado este complicado reto la tendremos cuando nos marquemos metas más allá de las necesidades circunstanciales y avancemos de manera coordinada hacia el pleno desarrollo del hombre.