Como cada
final de año toca hacer balance de lo acontecido en los pasados doce meses. Es
bueno practicar este ejercicio de reflexión que nos permite analizar los
avances, retrocesos o estancamientos en determinados asuntos que afectan a la
vida de los ceutíes y a la propia conformación física de esta ciudad. Vivimos
inmersos en una continua aceleración de la historia, que nos arrastra a todos
como lo hace una ola con los guijarros de la orilla. Este proceso nos impide
tomar conciencia de la dirección hacia la que nos empuja unos acontecimientos
que se suceden a una velocidad vertiginosa. Nos falta perspectiva para observar
cómo nos condiciona el pasado, nuestra aportación desde el presente y las
probabilidades y posibilidades que se
nos presentan de cara al futuro.
El
pasado no nos deja nunca, de modo que una parte de nuestro futuro nos viene
dado. En el ámbito social, por ejemplo, tenemos que contar con las
persistencias institucionales que no pueden alterarse de forma súbita. Nuestras
actitudes, costumbres y mentalidades son igualmente aspectos de nuestra
existencia que varían a un ritmo
inferior al de los tiempos. Son como un ancla, que si bien limitan la
posibilidad de caer en el caos y verse arrastrado por el intenso oleaje, impide
que la nave colectiva navegue a favor del viento y avance hacia su destino.
Estamos obligados, por tanto, a tirar por la borda parte de las ideas que
lastran la nave y levantar anclas con decisión y energía.
El
éxito de nuestro metafórico viaje a través del ancho mar de los tiempos va a
depender de la fortaleza de la nave y la buena disposición de la tripulación.
Los primeros maderamen de nuestra embarcación fueron traídos por los fenicios,
a los que sumaron los que clavaron romanos, bizantinos, árabes, portugueses y
españoles. Se trata de una pequeña nave, apenas un jabeque. Durante los últimos
tiempos ha sufrido importantes daños. Nuestra transformación del entorno no ha
respetado la singularidad y la belleza de Ceuta. Hemos consumido de manera
feroz nuestro capital natural, que
constituye un tipo de suministros irremplazables y vitales para la
supervivencia en la navegación a mar
abierto. Para agravar la situación, nos venimos comportando como una
tripulación irresponsable que despilfarra los escasos recursos básicos (agua,
energía y suelo) disponibles en la despensa.
Ahora
la nave se enfrenta a un grave problema: tiene exceso de tripulantes. No se
trata, desde luego, de tirar a nadie por la borda ni hacer que algunos caminen
por la tabla para dar de comer a los tiburones.
El problema de desbordamiento de la capacidad de carga de la nave ha
sido causado por los últimos capitanes de la nave y por la miopía del
Almirantazgo Mayor, el Estado, que ha permitido un enrolamiento excesivo en las
pequeñas embarcaciones de Ceuta y Melilla. Debido a ello la tripulación se
aloja en situación de hacinamiento en las reducidas literas de la nave. El
malestar no deja de crecer, la crispación se palpa en el ambiente, las peleas
son continuas, las armas de fuego se sacan de los cintos sin miramiento, la holgazanería picaresca forma ahora parte
sustancial del carácter de la marinería y hasta los responsables del timón se
comportan como pícaros irredentos. El resultado es una nave ingobernable, en la
que reina la anarquía y el desorden. Nadie asume sus responsabilidades. Todos
actúan como un mero conjunto de individuos, cada uno de los cuales se empeña en
su felicidad privada y particular sin preocuparle el bienestar y los intereses
de sus compañeros de viaje.
Demasiado
tarde, quizás, el nuevo representante del Almirantazgo, ha impulsado una nueva
política de enrolamiento. Sin embargo, las medidas adoptadas son claramente
insuficientes. Han retirado la documentación a unos mil “polizones”, pero estos
siguen en el interior del barco y no parecen estar dispuestos a abandonarlo. Por
razones políticas no se quiere abordar una reforma profunda de las normas de
enrolamiento que restringa al máximo las nuevas incorporaciones. Además, la
responsable de las ayudas a la tripulación no deja de hacer propaganda de las
generosas políticas sociales que ofrece la nave “Ceuta”. Así muchos no se lo
piensan a la hora de embarcarse con nosotros, sobre todo cuando la vida en los
puertos berberiscos cercanos es misérrima.
La
incontrolada subida a bordo de nuevos tripulantes de origen berberisco no ha
hecho más que empeorar el clima reinante en la nave. Sus responsables han
olvidado una regla básica del buen marinaje, respecto a la conformación de la
tripulación. Ésta dice que las personas
no son miembros de una tripulación por compartir la misma nave. Se convierten
en buenos marineros en la medida en comparten una similar forma de vida con los
otros miembros de la tripulación que han sido educados de modo similar y, por
tanto, conocen las normas que regulan la vida abordo. El cumplimiento de esta
regla básica en modo alguno implica que la tripulación tenga que ser
monocultural. Pero si deseamos que el barco pueda ser gobernable es preciso que
todos sin excepción cumplan las normas de convivencia y compartan ideas,
valores y símbolos. Para que este proceso de comprensión y armonización
cultural sea posible es necesario que las incorporaciones de tripulantes
desconocedores de las normas que rige la vida de la nave “Ceuta” sean
restringidas y graduales, para que los programas de integración resulten
eficaces. Desgraciadamente, este principio básico ha sido ignorado en la
conformación de la tripulación de esta embarcación transfretana. De modo que se
han creado dos facciones entre los embarcados; y unos y otros se miran de reojo
con desconfianza y recelo.
Ceuta, esta
vieja nave, se encuentra en avanzado estado de deterioro. Su casco exterior
está dañado por las continuas agresiones ambientales que le hemos causado.
Presenta importantes grietas por donde se vierten toneladas de agua limpia y
millones de kilovatios de energía son despilfarrados. La sentina no deja de
verter aguas residuales al mar, debido al mal estado de la red de saneamiento.
Y los residuos generados abordo se acumulan en la cubierta o se desparraman por
las barandillas hasta caer al mar. La nave está escorada hacia estribor como
consecuencia de la descompensación en el reparto de las riquezas que transporta
la embarcación. La asignación económica para la nave que mandaba el Almirantazgo
se ha reducido de manera ostensible y ya no hay dinero para pintar las maderas
de la embarcación que disimulaban su podredumbre. Y, para agravar la delicada
situación del navío, su insensato responsable, como el célebre capitán Ahab de
la inmortal obra Moby Dick, lleva el buque y su tripulación a la destrucción en
su satánico esfuerzo por acaparar el poder y conseguir méritos en su aspiración
por alcanzar la inmortalidad.
En esta
situación, las posibilidades que tiene Ceuta de sobrevivir a los continuos
temporales que se divisan en el horizonte son escasas. Las previsiones
meteorológicas avisan que nos enfrentamos a graves perturbaciones económicas,
sociales y ambientales. El cambio climático, el pico del petróleo, la quiebra
del sistema capitalista, el agotamiento de los recursos naturales, la escasez
de agua, la sobrepoblación mundial, la contaminación de los ríos, los mares y
de la propia atmósfera se están combinando para formar una tormenta perfecta frente
a la que una pequeña y antigua embarcación, con exceso de tripulación, las
despensas vacías y sin rumbo no tiene muchas posibilidades de salir airosa.
Nuestra única posibilidad consiste en reparar la nave, aligerar la tripulación
y reforzar la sinergia interna para lograr sortear con maestría las enormes
olas que con su tos, -provocada por los daños infringidos al planeta-, está
formado Demogorgon, el viejo que habita el centro de la tierra.