Esta mañana he estado con mi hijo
en el parque. Después de correr un rato me dice Alejandro:
- Papá, estoy cansado.
- ¿Qué te parece entonces si
aprovechamos para seguir hablando del mundo de adentro y el mundo de afuera?
- Vale, papá.
- Mira Alejandro. Observa el
jardín. ¿Qué crees que se puede hacer en él?
- Pues trabajar plantando nuevas plantas y jugar, me contesta enseguida.
- Sí, pero cuando jugar
significa, como tú y yo hacemos, tan sólo darle a la pelota, jugar al escondite
o correr, los árboles y las flores significan mucho que lo que aparentan. De
hecho a tí te encanta esconderte tras ellos. ¿No es cierto? Y que me dices a
menudo de estas flores. ¿No me has comentado que haces unas semanas no estaban
allí?
- Es cierto, papá.
- ¿Y no es verdad que una de las
cosas que más nos gusta hacer cuando venimos al jardín es mirar cómo va cambiando
según se suceden las estaciones?
- Sí, como hicimos esta mañana nada más llegar.
- Justamente, contemplamos como
crecen algunas plantas tardías, viendo los pimpollos ya formados y descubriendo
aquí y allá algún abeja que atisba las últimas flores que se abren; y nuestros
amigos los pájaros también, no muy lejos.
-¿Qué crees, Alejandro, que se
puede hacer con este jardín además de trabajarlo, contemplarlo y jugar en él?
¿Qué es el jardín para tí cuando
volvemos a casa y tras pasar la tarde te llevo a la cama para dormir? ¿No
recordamos y comentamos lo que hemos junto ese día? Cuando hacemos esto todavía
podemos verlo. Sí, de nuevo el sol brilla, se abren las flores y cantan los
pájaros; y todo, en algunos aspectos, es más hermoso que antes. Es otro modo de
mirar. ¿No es cierto, hijo? El jardín ha entrado en nuestro interior; está en
el mundo de adentro ahora.
-¿Se te ocurre alguna cosa más
que podamos hacer con el jardín?
-Ahora mismo no se ocurre nada, papá.
Te lo diré. Pero antes imagina
que fuéramos los jardineros del parque. ¿Te gustaría?
Estaría muy chulo. ¡Me encanta jugar con la tierra!
Si fuéramos los jardineros
podríamos pensar qué vamos a hacer con el parque; idear proyectos y planes. ¿No
crees que faltan flores en ese extremo del jardín, donde descansa aquel hermoso
gato?
Es verdad, papá. Hay un hueco muy feo que podríamos llenar de flores de
colores.
¿Cómo se te ocurre que podríamos
plantar las flores para que queden bonitas?
No sé, papá. Ah, sí. ¿Qué te parece si las ponemos en círculo y vamos
alternando flores de distintos colores como si fuera un arco iris?
Muy buena idea, Alejandro. ¿Y si
plantamos unas semillas sin que nadie se entere?
¿Podemos?
Bueno, no creo que pase nada. No
estamos haciendo nada malo si ayudamos a embellecer este jardín.
¿Te digo una cosa?
¿Qué papá?
Pues que me he traído unas
semillas y ahora que no nos ve nadie vamos a plantar. ¿De acuerdo?
Sí, sí. Hagámoslo. ¡Qué divertido!
Bueno, Alejandro ahora que hemos
terminado de plantar las semillas que trajimos, reflexionemos un momento sobre
lo que hemos hecho esta mañana en el jardín.
Empezamos en el mundo de afuera,
jugando en el jardín y observando las flores que han brotado esta primavera,
además de recordar como era hace unas semanas. Pero no nos conformamos con
jugar, ver o recordar: nos adentramos más en el mundo de adentro. Dimos un paso
más en éste cuando empezamos a pensar y planear activamente como podríamos
completar ese extremo del jardín abandonado; y luego, al plantar las semillas
que papá trajo de casa, volvimos una vez más al mundo de afuera. Así, cuando la
próxima primavera volvamos al jardín veremos el resultado de nuestro plan y
podremos apreciar las bellas flores cuyas semillas acabamos de sembrar.
¿Entiendes ahora la necesidad de
vivir y estar activo tanto en el mundo de adentro como en el mundo de afuera?
Sí, papá. Pero, ¿Por qué en la escuela tan sólo nos enseñan a vivir y
actuar en el mundo de adentro? Es muy aburrido y nunca aprendemos a hacer
planes y llevarlos a la práctica.
Estoy muy satisfecho Alejandro.
Veo que lo has entendido a la perfección. En la escuela, como tú bien dices,
permanecéis demasiado tiempo en el apartado de los recuerdos, es decir, de la
memorización. Mi propósito con la charla que estamos teniendo es convertirte en
una persona capaz de convertir estos recuerdos en actos y, a partir de los
proyectos y planes que surjan a partir de tu conocimiento, experiencias y
sentimientos, volver nuevamente al mundo de la acción.
Mira, hijo. Tu padre tiene ya
suficientes años para sacar algunas lecciones de la vida. Una de ellas es
observar que los que se quedan rezagados, en la mansión de la memoria, pueden
adquirir más y más erudición, pero nunca harán mucho. A decir verdad, esto es
lo que anda mal como demasiada gente de la cultura; a esto se debe que se
sientan paralizados y no puedan hablar ni actuar aunque la ocasión lo reclame.
Otro día te contaré como tu padre
y otros amigos conseguimos, al entender esta lección, que hoy día exista este
parque.
¡No me digas, papá!¡Cuéntamelo!
No, es tarde. Ya va siendo hora
de volver a casa.
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