Lewis Mumford (1895-1990) ha sido
uno de los más brillantes pensadores que nos ha legado el pasado siglo XX. Su
pensamiento se plasmó en veintiocho libros y más de seiscientos artículos
publicados entre 1914 y 1982. Entre 1920 y 1970 tuvo una enorme influencia en el
público americano a través de sus escritos sobre temas tan variados como la
tecnología, la historia de las ciudades o la arquitectura. Su repercusión en
España ha sido hasta ahora bastante limitada, ya que muchas de sus obras no han
sido editadas en nuestro país hasta fechas muy recientes, a excepción de
“Técnica y civilización”, reeditada en multitud de ocasiones por Alianza
Editorial. Gracias a la iniciativa de la editorial Pepitas de Calabazas hoy se
pueden encontrar en las librerías españolas algunas de las principales obras de
Mumford, como los dos volúmenes del “Mito de la máquina” y “La ciudad en la
historia”. Para acceder al resto de su extensa producción intelectual hay que
acudir a antiguas traducciones de editoriales suramericanas accesibles en el
mercado de segunda mano, o bien a los originales en inglés. Estas circunstancias
explican, en parte, el desconocimiento general de la obra de Lewis Mumford en
nuestro país, aunque no podemos descartar, tal y como opina José Ardillo
(http://www.diagonalperiodico.net/Mumford-contra-el-apogeo-de-la.html), que sus
ideas críticas con el progreso no fueron bien acogidas en la España de los años
70, inmersa como estaba en pleno desarrollismo urbanístico. De ahí que se parase
en seco las ediciones españolas de los libros de Lewis Mumford.
Lewis Mumford |
Sea como fuere, lo cierto es que las
sabias y lúcidas palabras de Mumford no suelen figurar entre los textos de los
pensadores españoles. Algunos sí que lo tienen como un referente indispensable
para abordar asuntos como el estudio de las ciudades o la economía ecológica.
Este es el caso de José Manuel Naredo o Joan Martínez Alier, entre otros. Para
el resto de los intelectuales españoles es un autor prácticamente desconocido.
¡Y no saben lo que se pierden!. C.E. Ayres definió a Mumford como una de las más
vivas, sensitivas y cultivadas mentes de su generación. Y el periodista de
Milton R. Konvitz, del Saturday Review, -según reza en la contraportada de lo
libro “la ciudad en la historia” (editorial Pepitas de Calabaza)-, dice que
“todo aquel que hable o escriba en la actualidad […] de los problemas de la
ciencia, la tecnología y la sociedad, ha aprendido de Lewis Mumford. Los
contemporáneos de Erasmo decían que “era un hombre nacido para resucitar la
literatura”. Podríamos decir de Mumford que es un hombre nacido para resucitar
la humanitas y el ideal de la dignidad humana”.
Para quienes sentimos auténtica
pasión por el pensamiento mumfordiano nos resulta difícil señalar nuestra obra
preferida. Todas son de un nivel intelectual sobresaliente, pero si tuviera que
elegir una me quedaría con “Las transformaciones del hombre” (1956). Este libro
se ha convertido para mí en un fetiche. No puedo desprenderme de él. Son de esos
libros que, como comenta Ángel Gabilondo en “Darse a la lectura”, forman parte
inseparable de nuestras vidas y siempre aparecen alrededor nuestro, ya sea en la
mesita de noche o en la cartera. Forman parte de ese exclusivo grupo de objetos
que salvaríamos de un incendio o nos llevaríamos a una isla desierta.
Es interesante comentar algunos
detalles de cómo se gestó esta obra. Según cuenta el biógrafo de Lewis Mumford,
Donald L. Miller, el primer borrador de “Las transformaciones del hombre” lo
escribió en tan sólo tres semanas, trabajando día y noche con desenvoltura y
excitación. La facilidad con la que redactó este libro le pareció un regalo de
su inconsciente. Tal fue la sensación que le causó la redacción de esta obra que
le escribió a su amigo Frederic J. Osborn para decirle que este libro era “uno
de los más lúcidos, quizás la más brillante exposición que yo, o cualquier otro,
ha hecho resumiendo la historia humana”. No le falta razón en esta contundente
afirmación.
Por motivos de espacio y necesaria
síntesis en el comentario de esta obra de Lewis Mumford no podemos extendernos
demasiado en la descripción de su particular interpretación de la evolución
cultural. En líneas generales, lo que hace Mumford en “las transformaciones del
hombre” es cuestionar la importancia del desarrollo técnico en la historia del
ser humano. Desde su punto de vista, el hombre no es ante todo el homo
faber, una criatura de utiliza herramientas. Por el contrario, Mumford
antepone el papel relevante que tiene en el desarrollo del hombre el sueño, el
lenguaje y la religión. Estas actividades subjetivas que marcan el desarrollo
interno del hombre han marcado la historia del pensamiento y las instituciones
humanas. De una primera etapa primitiva, en la que el hombre “carecía de
conciencia de sí, porque su yo, como entidad separada del grupo, no existía
todavía”, el ser humano pasó a la civilización que “puso un freno exterior a
esta subjetividad: impuso una obediencia exterior a fuerzas que no eran las
propias, a dioses y reyes sino a situaciones reales de la naturaleza; y
proporcionó a todas las actividades humanas un base mecánica de orden”. La
siguiente gran etapa en la evolución de la vida interna del hombre vino de la
mano del surgimiento de un nuevo ser, el hombre axial. Durante este amplio
periodo de la evolución cultural del hombre, su parte interior “se separó del
mundo exterior y de sus instituciones que lo aprisionaban. La visión de un Dios
Único y unificador, omnisciente y omnipotente, llegó a ser tan real que el mundo
exterior, en comparación parecía trivial y sin importancia”. Este dualismo entre
“este mundo” y el “otro mundo”, el pronunciado desequilibrio entre la parte
subjetiva y objetiva del hombre, han marcado la historia del hombre, según
Mumford. La última etapa de la lucha entre lo material y lo espiritual comenzó
en el siglo XVII. En contraposición a la profunda religiosidad de los siguientes
precedentes, a partir de este momento la unidad entre ambos aspectos de la
existencia humana se “lograba suprimiendo o pasando por alto toda expresión
subjetiva salvo su propia especie de pensamiento”. Desde entonces la fría
inteligencia ha llegado a dominar todos los aspectos de la vida, dando lugar al
tipo de hombre más frecuente en nuestros días, el hombre posthistórico.
¿Y quién es este hombre
posthistórico?. Este epíteto fue empleado por primera vez por Roderick
Seidenberg, en un libro del mismo título. La tesis de este autor, resumida por
Lewis Mumford en la obra de la que venimos hablando, “es que la vida instintiva
del hombre, dominante a través de todo el largo pasado animal del mismo, ha ido
perdiendo fuerza en el curso de la historia a medida que su inteligencia
consciente ha ido conquistando dominio sobre una actividad tras otra”. Lo que en
principio podía parecer un logro para la humanidad, el control de la parte
instintiva del ser humano, ha derivado en un dominio absoluto de la inteligencia
que presiona sobre las actividades biológicas y sociales hasta el grado de que
aquella “parte de la naturaleza humana que no se someta complacientemente a la
inteligencia con el tiempo será destruida o extirpada”.
Vemos, pues, que la falta del ideal
de totalidad en sí ha dado lugar a un tipo de personalidad desequilibrada que, o
bien miraba demasiado hacia dentro, o bien hacia fuera con la misma desmesura.
Este ideal del hombre total y equilibrado surgió en determinados periodos
históricos como la cultura griega de los siglos VI al IV a.C., y en su réplica
en el Renacimiento humanista, pero fueron “momentos estelares” de la historia,
como aquellos magistralmente descritos por Stefan Zweig en el libro del mismo
nombre. No llegaron a cuajar, al menos en el caso de la Grecia Clásica, porque
le faltaba un elemento indispensable, la universalidad. Según Mumford, los
griegos “no comprendieron que la unidad y el equilibrio que buscaban necesitaba
del auxilio de otras culturas y de otros tipos de personalidad”. No obstante, el
ejemplo heleno demuestra, en palabras de Mumford, la posibilidad real de
alcanzar este ideal de la humanidad basado en la conjunción de la totalidad, el
equilibrio y la universalidad. Partiendo precisamente de este último principio,
Mumford dibuja en los últimos capítulos del libro su propuesta para alcanzar una
“cultura mundial”, una alternativa viable a lo que hoy día llamamos
globalización. Un proceso de mundialización que debe venir acompañado de la
creación de un nuevo ser. En resumen, para Mumford ha llegado el momento de
otra transformación histórica, nosotros decimos que la definitiva, ante la que
no cabe la duda ni la procrastinación, ya que si retrocedemos ante este esfuerzo
confirmaremos la emergencia definitiva del posthistórico, que también es
posthumano.
Santuario de Delfos |
Nos enfrentamos a la
transformación última del ser humano. La actual crisis multidimensional es un
síntoma evidente de la práctica culminación de la reconstrucción, -por parte del
hombre posthistórico-, de la megamáquina impulsada por el pentágono del poder
(energía, poder, productividad, propiedad y prestigio). La única alternativa es
la “creación de una cultura mundial que incumbe a toda la humanidad a cada ser
en particular. Toda comunidad y sociedad, toda asociación y organización, tiene
un papel que desempeñar en esta transformación, que ha de afectar a todos los
sectores de la vida”. Un esfuerzo que incluye la producción de “una especie más
completa de hombre de la que hasta ahora ha revelado la historia”. ¿Cómo sería
este renovado ser humano?. Para Mumford “la situación actual exige una clase de
persona capaz de abrirse paso a través de las fronteras de la cultura y de la
historia, que hasta el momento ha limitado el crecimiento humano. Un persona no
marcada indeleblemente por los tatuajes de su tribu ni coartada por los tabúes
de su totem, no metida para siempre dentro de las ropas de su casta ni embutida
dentro una armadura profesional que no puede quitarse ni aunque ésta ponga en
peligro su vida. Una persona a quien sus restricciones dietéticas religiosas no
le impidan participar en el alimento espiritual que ha resultado nutritivo para
otros hombres; y, por último, una persona cuyos anteojos ideológicos no le
estorben permitiéndoles sólo entrever alguna vez el mundo tal como se muestra a
hombres con otros anteojos ideológicos, o tal como se revela a quienes, cada vez
con mayor frecuencia, son capaces de una visión normal sin ayuda de lentes”.
La crisis que atravesamos en estos
tiempos no es sólo una crisis económica. Nosotros la vemos más como una lucha
entre un mundo ya agotado, el capitalismo, y el nuevo que pugna por nacer.
Compartimos, de este modo, el diagnóstico de José Luis Sampedro sobre el
agotamiento del sistema capitalista y la urgente necesidad, decimos nosotros, de
permitir la eclosión de una nueva cultura mundial y un nuevo ser humano,
alternativo al hombre posthistórico, que tenga como principal tarea de la vida
la educación y el pensamiento, objetivo igualmente señalado por Sampedro. Un
concepto de educación que englobe el autodesarrollo, la formación del carácter y
la conversión. Se trata de recuperar la idea de la paideia griega,
entendida como una transformación de la personalidad humana que dura toda la
vida, y en la cual todos los aspectos de ella desempeñan un papel.
Albert Camus |
La promesa de una nueva era,
caracterizada por un mundo abierto y un hombre completo y equilibrado, dedicado
al cultivo de los aspectos elevados de la vida humana (justicia, arte, amor,
verdad y solidaridad), -frente al tribalismo, el odio irracional, la brutalidad,
la autoafirmación patológica y la autodonación-, está al alcance de nuestra
mano, reposa en el interior de nuestro ser a la espera de ser activado. Una era
imaginada por Lewis Mumford, en la que “el trabajo y el ocio, el saber y el
amor, se unirán para dar una forma nueva a cada etapa de la vida y una
trayectoria superior a la vida en su totalidad”. Yo, personalmente, confío en la
posibilidad de este nuevo mundo que hasta ahora tan sólo ha sido posible en la
imaginación de gigantes del pensamiento como Lewis Mumford.
Mi homenaje a quienes nos han iluminado el camino a seguir. La revolución
definitiva de la que hablaba Albert Camus en “El hombre rebelde” la estamos
librando estos días. Quienes dejaron el trabajo a medias en anteriores
revoluciones nos dejaron señales en el camino. Chateaubriand, concluyó sus
“Memorias de Ultratumbra” con una predicción, con la que
nosotros también damos por concluido este artículo: “sin duda habrá penosas
estaciones; el mundo no puede cambiar de faz sin que haya dolor; pero, como he
dicho, no serán revoluciones aisladas, sino la gran revolución que llega a su
fin. Las escenas del mañana ya no me atañen; llaman a otros pintores; a
vosotros, señores”.
Chateaubriand |
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