lunes, 17 de junio de 2013

EL RUIDO DEL REBAÑO FRENTE A LA ARMONÍA SINFÓNICA


Uno de los problemas de nuestra sociedad es la falta de creatividad y de sentido de la totalidad. Es difícil crea una nación integrada, un mundo interconectado, sin  comprender a todos los elementos integrantes (individuos, grupos y naciones) y sin concebir toda y cada una de estas fases de integración de manera conjunta. Buena parte del pensamiento moderno se ha dedicado a intentar determinar los medios y los fines que deben regir esta unión orgánica de la persona, el grupo y el pueblo. Casi todas las propuestas de análisis han incurrido en el mismo error,  ya que han dividido el problema, dando a sus partes una falsa perspectiva, como si cada uno de los elementos constituyentes de la sociedad siguieran uno a otro correlativamente, cuando si queremos que haya evolución, todas las partes han de construirse a la vez. Para explicar esta teoría, Waldo Frank echo mano de una metáfora muy sugerente: la nación sinfónica.


            Antes de explicar cómo debe funcionar una nación sinfónica veamos como suenan algunos de sus instrumentos. Empecemos por los grupos, como ente intermedio entre la persona y el pueblo. Cojamos, como ejemplo, una agrupación de entidades religiosas o un sindicato. Todos estos grupos, según Waldo Frank, “proclaman sus derechos, luchan por ellos, se quejan de injusticia. Escogen por jefes a los más astutos, a los que saben sacar partido de todo y forzar a sus superiores a mirarlos con respeto. Hasta en sus momentos de más expansión, en sus horas de asueto, se muestran condescendientes consigo mismos y acaparadores de poder. Tratan de conseguir toda la independencia y autonomía posibles. Aunque repiten una vez y otra que sus demandas de derecho no significa más que el deseo de ser tratados como sus hermanos, la verdad es que se consideran como cosa aparte y…como muy superiores. Miran a su ciudad como un saco, del cual se pueden sacar muchas cosas, y en sacarlas compiten con los demás grupos. La injusticia significa para ellos que no tienen suerte –más no para ser ellos mismos, sino para medrar a sus anchas-. Viven inconscientes de los problemas del país y no despiertan más que cuando la circunstancia los aguijonea o cuando chocan contra la dureza de las puertas que quieren abrir (nota: algunos, como en nuestra ciudad, las rompen a patadas cuando les hacen esperar). Están tan ocupados mirando los tesoros materiales o convenciendo al mundo y a sí mismos de sus propias virtudes, que no tienen energía ni tiempo para conocerse a sí mismos”.

            No se crean que éste  modus operandis es exclusivo de los grupos minoritarios y de sus líderes. En opinión de Waldo Frank y de la mía propia, los grupos preponderantes, -Cámaras de Comercio, Confederación de Empresarios, colegios profesionales, iglesias, etc…, actúan de la misma manera. “Si se lamentan menos, es porque pueden amenazar más; si piden menos, es porque tienen más que defender; si tienen menos afán de verdad, es porque la verdad significa cambio  y todo cambio es merma para ellos…Todos en suma, son pequeños rebaños, compuestos de pequeños yos, pero ruidosos y absolutos. Y su suma es la masa social, que pisotea todo cuanto no encaja en su actitud de complacencia propia. Todos son pasivos: ninguno hace nada, y los más agresivos son los más pasivos”. Cuando, pongamos otro ejemplo, el trabajador se esfuerza por sacar lo más posible de los procedimientos capitalistas, no es menos pasivo ante el orden capitalista porque promueva huelgas y manifestaciones.

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            En definitiva, la tendencia de los grupos en erigirse en yos absolutos, movidos por una voluntad atomizada y un ansia de acaparación de poder, los pudre. Predican los principios que dicen defender, sin vivirlos, o tratan de vivirlos como si la parte que representan pudiera influir en la totalidad de su limitado plano exterior. Al asumir el papel de parte –aunque benévola e insconsciente- rompen la unidad orgánica con el todo, unidad que sus ideales proclaman al viento sin que ellos mismos lo escuchen ni llegue a oídos de nadie.

            Necesitamos grupos que dejen de trabajar por  “las partes” y se involucren en la definición de una totalidad integradora, equilibrada y plena. Una totalidad en la que “las partes” no se vean oprimidas por el “todo”, pero participen de manera activa, armoniosa, consciente y dinámica. Así es como suena una sinfonía frente al ruido del rebaño.

            En una sinfonía, tal y como la describe Waldo Frank, “cada nota surge, habla y desaparece para siempre. Un conjunto de notas se agrupa formando las melodías y los temas; se entrelaza, constituyendo los acordes, que también se levantan y caen, suben y bajan como el flujo y reflujo de la marea. Las innumerables notas que componen la sinfonía alzan por un instante sus voces breves, pasan, y solo la sinfonía queda. Del mismo modo será una nación, con la diferencia de que el que la cree no estará fuera de la música. El creador habrá de ser también una nota individual y un grupo de notas para construir la estructura de la totalidad, conociéndola y viviéndola personalmente en sus diferentes partes".

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