¿Tiene que ser el filósofo
sinónimo de hombre serio y taciturno? No necesariamente. Aristóteles,
consideraba que el hombre cultivado podía encontrar la diversión mediante las
bromas de buen gusto. Claro que, como buen griego y máximo defensor de la
necesidad del equilibrio en todos los ordenes de la vida, alertaba contra pecar
por defecto o exceso en esto del buen humor. “Ya que en la vida debe haber
también esparcimiento, y en este esparcimiento también una conversación en la
que tenga cabida la broma, el hombre debe encontrar un punto intermedio entre
lo mucho y lo poco”. A este respecto comenta Marc Fumaroli en su obra
“Paris-Nueva York-Paris” que “sólo el hombre eutrapelos sabe encontrar este medio, evitando caer en la
bufonería, pero también en la rusticidad
o en la pedantería. Fumorali define la
eutrapelia como “la virtud de los seres civilizados, que los mantiene al margen
tanto de la euforia vulgar como de la seriedad cazurra, en gracioso equilibrio
en el uso del juego, la chanza y la conversación alegre. Se aparta tanto de la
licencia grosera como de la pesada taciturnidad: “los que saben bromear con
medida son llamados eutrapelos”. La eutrapelia está igualmente presente en las
relaciones de amistad. Una virtud, por tanto, en consonancia con el “alto ideal
social y moral de humanidad griega, risueño, benevolente y magnánimo”.
Al
pensar en la eutrapelia le he puesto nombre y rostro: Javier Gomá Lanzón. A él
dedico este breve comentario en agradecimiento por su amabilidad y simpatía.
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