En multitud de ocasiones,
personas cercanas a mí, ya sea por lazos familiares o de amistad, me han
tildado de romántico, por aquello de mi activismo ecologista. Y llevan razón.
Uno de los rasgos característicos del romanticismo fue su culto a la
naturaleza. El movimiento romántico definió a la naturaleza como “el cielo, la
tierra y todos sus habitantes no tocados por la mano del hombre”. Vivir de
acuerdo a la naturaleza era aceptar la tierra y su vida orgánica y tratar la
existencia del hombre como poseedora de valor por su participación en esta
vida. Esta visión de la naturaleza era radicalmente opuesta a la defendida por
el precedente hombre barroco que trato de forzar la naturaleza. El hombre
romántico, por el contrario, se sometió gustoso al medio natural. Como amante
de la naturaleza glorifica la singularidad y el capricho, lo accidental y lo
imprevisto.
Estas divergentes formas de
concebir la naturaleza dio lugar en el siglo XVIII a dos tipos de personalidad que aún perduran
en nuestro tiempo: el romántico y el utilitario. Durante un breve lapso
temporal ambas concepciones se encarnaron en un ser equilibrado que aunaba lo
mejor del romanticismo y el utilitarismo. Su representación más exacta la
podemos encontrar en la figura de Robinson Crusoe. Un hombre con un profundo
conocimiento de los ciclos naturales y de las herramientas ideadas por la
humanidad para cultivar la naturaleza y resistir a su fuerza, sin alterarla de
forma permanente. Pero tal conjunción de caracteres no llegó a tomar suficiente
cuerpo para dar forma a un idolum humano capaz de frenar la irresistible
presión de la expansión territorial y económica. El hombre utilitario, ayudado por el desarrollo de la ciencia y la
técnica, declaró la guerra a la naturaleza, contienda que casi ha vencido, pero
en la que no quiere dejar prisioneros. Por su parte, el hombre romántico no
desapareció del todo y aún puede rastrearse su legado en el escaso ejército de
conservacionistas, ecologistas y defensores del patrimonio que constituye la
mermada infantería con la que cuenta el patrimonio cultural y natural para
hacer frente a tanto utilitarista insaciable de poder y riqueza. Para librar
esta desigualdad batalla necesitamos voluntarios. Alístate.
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