martes, 4 de diciembre de 2012

Uno de mis escritores preferidos es G.K. Chesterton. Me encantan los relatos del padre Brown. Uno de los misterios resueltos por este sagaz cura es el asesinato de un personaje importante del pueblo que aparece con la cabeza abierta, junto con un martillo de herrero. Todos los indicios, como era suponer, señalan al herrero. Pero el padre Brown desconfía de la imputación al humilde herrero. Su sospecha recae en el sacerdote del pueblo. Casi al final del cuento los dos curas suben a lo alto del campanario y el padre Brown le declara abiertamente el porqué no creen que haya sido el herrero. Para hacerlo le cuenta a su colega que un día conoció "a un hombre que empezó orandoo con los demás ante el altar, pero que se fue aficionando a rezar en sitios altos y solitarios, rincones y nichos del campanario o la torre. Y en cierta ocasión, en uno de esos sitios vertiginosos, desde los que el mundo entero parecía girar a sus pies como una rueda, su cerebro también empezó a dar vueltas y a creerse Dios. De modo que, aunque era una buena persona, cometió un terrible crimen. Pensó que dependía de él juzgar al mundo y castigar al pecador. Si hubiese estado arrodillado en el suelo con los demás, jamás se le habría ocurrido tal cosa, pero vio a los hombres paseándose como insectos y sobre todo vio pasar a uno, insolente y llamativo con un sombrero verde: un insecto venenoso”. Todas las historias del Padre Brown encierran un mensaje de orden ético o moral. En este caso, según mi lectura, hace una crítica mordaz a la manera que los poderosos, desde sus alturas, observan al común de los mortales. Para ellos somos simples insectos. Así Chesterton, a través del padre Brown nos dejó un mensaje clave: “la humildad es madre de gigantes. Uno ve grandes cosas desde el valle y sólo pequeñas cosas desde la cima”.
 
 
 

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