martes, 4 de diciembre de 2012

Tan pronto como cualquier parte del ambiente externo, natural o artificial, deja de promover los propósitos del hombre, esta deja de tener sentido, e incluso cuando permanece a la vista es extraído de la mente de los hombres: como atestigua lo que sucedió con los baños árabes una vez que los portugueses entraron en la ciudad. Los lusitanos, devotos del cristianismo, condenaron el ritual del cuidado corporal y los baños dejaron de tener una utilidad práctica. De baño pasó a casa de aperos.
Tal y como comentó Mumford, una vez que una estructura deja de tener sentido, los hombres lo explotaran como cantera, tan fácilmente como lo harían en una explotación a cielo abierto: testimonio de este fenómeno fue el asalto a los edificios góticos del siglo XVIII en Francia. Así, también, un cambio en la dirección de interés humano, un cambio subjetivo interior, podría destruir Nueva York tan destructivamente como una bomba atómica. Por otra parte, incluso objeto natural “sin valor”- un mechón del cabello de un mártir o un fragmento de cráneo del hombre de Java- pueden adquirir valor a través de la proyección de significado sobre él: en este caso, será cuidado con ternura de generación en generación, como si se tratara de una preciosa obra de arte. Monumentos, como los baños árabes, perduran y son cuidados desde el momento en que los reconocemos como símbolos de otras culturas u otras vidas que han florecido y desaparecido.
 
 
 

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