Nicolás Maquiavelo, en su obra
“El Príncipe”, hizo una triste descripción de la condición humana. Retrató a
los hombres como seres ingratos,
volubles, simuladores, ansiosos de evitar el peligro, deseosos de ganancias.
Todo esto es cierto, pero no debemos olvidar, -como señaló Lewis Mumford
en “La condición del hombre”-, mirar al
otro lado de la balanza: porque hay igual evidencia histórica que demuestran
que los hombres son también leales, sinceros, prestos a enfrentar el peligro,
indiferentes a la ganancia personal cuando están en juego los principios o las
lealtades son despertadas. La visión negativa del ser humano, según la cual
somos malos innatos y nadie hará bien mientras no se vea obligado a ello ha
sido siempre la excusa normal del absolutismo y los regímenes totalitarios para
subyugar a los hombres y mujeres.
Esta capacidad para la maldad y
la bondad, para la conducta que infamaría a un animal sano y la conducta que
honraría a un ángel, es la que da al carácter humano su jerarquía, su variedad,
sus inesperadas caídas y resurgimientos.
La principal aportación de Darwin
fue la lucha por la existencia y la supervivencia de los más aptos. Sin
pretenderlo, Darwin justificó la inhumanidad del hombre contemporáneo,
achacándole todo el proceso a la naturaleza. Una vez más, como sucedió en la
época de Maquiavelo, los aspectos más oscuros de la humanidad fueron
subrayados, olvidando factores fundamentales de la vida humana como la ayuda
mutua y la cooperación.
Nos acercamos a navidad, una
fiesta que contribuye a resaltar valores fundamentales del ser humano: la
amistad, la generosidad, la entrega a los demás, el recuerdo de los seres
queridos que ya no estén entre nosotros. Que estos sentimientos nos sirven para
recuperar la confianza en la condición humana y nos den fuerza para salir
fortalecidos de esta profunda crisis que nos aflige.
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